SUPERFICIES DEL LEER

Crepitando en amarillo

La necesidad de leer un poema sobre el otoño.
miércoles, 1 de mayo de 2024 · 22:49

Por Romina O, lectora y poeta de Neuquén. 

 

Cada estación del año repercute en los resortes internos de las personas. Vibramos a la par de los climas, los colores y los movimientos terrestres. No estamos afuera de este globo azul. Lo habitamos en comunidades. Nadie es la absoluta soledad, lo lamento: vos también sos una comunidad de células.

En esta capital nos jactamos de tener la posibilidad de vivir cuatro estaciones bien diferenciadas, nos gusta decirlo, como si algo de eso nos acompañara en la tarea diaria de ser. Cada una interpreta una danza específica con nuestra materia, hoy hablamos del otoño, porque explota de amarillo.

¿Ya estás pensando cuál es tu estación favorita? ¿Resulta difícil la selección? ¿Notaste que hay consenso en la adoración por la primavera? Tiene su club de fans, hay que admitirlo, su explosión de polen nos florece en el rostro después de tanto tanto, tanto frío.

 

Crepitando en amarillo
"Cierto otoño” del blog personal en Instagram de Mariela Martinez (@nqnmartinez)

 

 

¿Conmueve más una flor después de la helada? ¿Son las primaveras patagónicas un descanso del tiritar? Hablemos de eso en septiembre. Los días amarillos nos detienen (algún minuto) a pensar que la naturaleza imita al arte ¿o era al revés?

Es de lo más común ver personas en la capital neuquina descansando sus ojos tristes en el amarillo vibrátil, detener un día agitado en los rojos de los arbustos bajos, retornos inmediatos a la infancia a partir del crujiente sonido de colchones marrón claro. Somos las mismas personas que trabajamos, amamos, duelamos, nos enojamos, recordamos a Otoño Uriarte, levantamos la voz y soñamos ideas, quienes por un momento pisamos la hojarasca con la ilusión niña del chasquido. No va a fallar, lo sabemos, hay una ilusión en ese crepitar.

 

Crepitando en amarillo
“Callecita dentro de alguna chacra” del blog personal en Instagram de Mariela Martinez (@nqnmartinez)

 

 

No es difícil relacionar el otoño con la melancolía por la trepidación constante de los árboles; pero en la caída, las hojuelas entregan un baile intrigante y energético: nada tiene un rostro demasiado definitivo. Cada abril que asoma, es bueno recordar ese poema de nombre hermoso que escribió Robert Frost:

 

“Nada dorado puede permanecer”

“El primer tinte de la naturaleza es dorado,
para mantener su verde más intenso.
Su hoja temprana va floreciendo
y vive apenas un instante.
La hoja muere al caer, danzante,
como se hundió el Edén muy a su pesar,
así el alba día a día desciende,
pues nada dorado permanece.” 

 

¿Son esos pensamientos parecidos a los que nos atacan en la estación de los primeros fríos, cuando cruzamos las calles con apuro y nos detiene un oro pálido, ámbar temprano, ocre callado, pálido rubio, dorado ambarino? No hay escape: existe un esplendor amarillo que encandila.

 

Crepitando en amarillo
Foto del blog personal en Instagram de Mariela Martinez (@nqnmartinez)

 

 

En un ejercicio extraño de paralelas temporales se podría imaginar a Robert Louis Stevenson caminando por la barda, mirando para el lado del río Neuquén y recitando su glorioso poema:

 

“Fogatas de otoño”

En los muchos jardines
que hay por todo el valle,
¡de fogatas de otoño
mira el humo que sale!
Ya se marchó el verano
con sus flores y zumos,
la fogata crepita,
hay grises torres de humo.
¡Canta a las estaciones!
¡Algo brillante y hondo!
¡Flores en el verano,
fogatas de otoño!

 

 

Crepitando en amarillo
Los días amarillos nos detienen (algún minuto) a pensar que la naturaleza imita al arte ¿o era al revés?. Foto: María Marta Martínez 

 



Personas migrantes que llegan constantemente a habitar estas zonas, traen en los ojos otros otoños y nos convidan ribetes lingüísticos de la belleza enunciativa, decimos la estación con modos nuevos, premio maravilloso de la mezcolanza. Hay un poema divino de María Cristina Venturini (San Martín de los Andes) que piensa y siente por estos rincones de la extranjería.

 

 “Tierra adoptiva”

El viento,
que esparce las semillas,
me trajo hasta tu cielo manzanero, tierra gris,
recortada con promesas,
donde los hilos tenues de la noche
van tendiendo cuadrículas de sueños.

Anduve
y ando aún sobre los yermos
con música de lluvia.
Y espero, remontando paciencia
y nubes arduas
y un anhelo ferviente
de remolinos nuevos.

Anduve el sol, la nieve,
los silencios
de un invierno
tan largo como el miedo.

Anduve por senderos escabrosos
de chauras y colihues
hasta llegar al borde
brevísimo del sueño
de asimilar el trino
con voz de cordillera.

Anduve y ya es otoño,
como antes fue verano
y antes fue primavera

¿Será acaso este ritmo
de lentas estaciones
la causa de mi vuelo?

¿Acaso el sol
o los silencios mismos
o el anuncio de tanta tierra enjuta
partiéndose a la luz
por ver el cielo?

Es otoño otra vez,
lo dice el viento.
Y es el preámbulo de una caricia
que entibiará mi surco por octubre.

Me llenará de ranas el silencio.
Me dará todo el sol
y brotes nuevos.”

 

 

Crepitando en amarillo
Es de lo más común ver personas en la capital neuquina descansando sus ojos tristes en el amarillo vibrátil. Foto: María Marta Martínez


 

 

Como tenemos estaciones favoritas, árboles de la predilección, temperaturas preferidas, también hay poemas que se nos guardan en un sitio de la memoria. Es necesario tener un poema así, ¿cuál será el tuyo?

 

La enseñanza de las hojas que caen (Lucille Clifton,traducida por Ezequiel Zaidewerg)

“las hojas creen
que ese dejarse ir es el amor
que ese amor es la fe
que esa fe es la gracia
que esa gracia es dios
yo estoy de acuerdo con las hojas”

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