Historias Vivas

Subir al Everest: sueño cumplido

¿Cómo se llega  a ser el 27º argentino en plantar bandera en lo más alto del mundo? Esa es la historia de Javier, el barilochense que rompió sus propios límites, entrenó duro y llegó a la cumbre del monte Everest.
jueves, 17 de junio de 2021 · 14:51

Por Ceci Russo
Desde Bariloche

El martes 12 de mayo quedará guardado para siempre en la memoria de Javier Remón. Es que ese día dejó sus huellas en la cima más alta del mundo, en el Monte Everest, a 8.848 metros de altura, el punto más cercano al cielo.

Javier es abogado, tiene 47 años, y aunque el presente lo tiene en su Bariloche natal, desde hace décadas vive en el exterior organizando safaris por el centro y este de África

Aquel día, con el último esfuerzo, ayudado por una máscara de oxígeno y con un frío que había invadido todo su cuerpo, plantó bandera argentina en la cima del mundo: “Fue impresionante llegar, con mucho cansancio, pero con una felicidad enorme”.

 

 

El Derecho no era el camino

Javier nació en Bariloche, pero al cumplir 18 decidió estudiar abogacía en Buenos Aires. En la Capital obtuvo su título en la UBA. Logró insertarse laboralmente, hasta que en un tiempo de pausa viajó a Europa y se enamoró de la vida en el exterior.

¿Cómo llegaste a trabajar a África?

En Argentina practicaba Kayak-Polo, un deporte poco conocido que se juega con una pelota en una pileta olímpica. A mi equipo lo convocaron a participar de un mundial y nos fue muy bien. Como había más competencia de esta actividad allá, decidí quedarme. 

Un tiempo después, el amor al deporte y a la naturaleza me llevó al contacto directo con los animales. Y así fue que años más tarde terminé en África, donde casi todos los meses organizo safaris, travesías en moto y camionetas 4x4 por la sabana africana y las tribus de Uganda, Namibia y Angola. Lo que me pidan lo hacemos. Tengo presencia en 19 países. Hoy tengo residencia en un bungalow en Kenia y otra en un departamento en Londres.

 

 

2020, aislado pero no quieto

La pandemia tomó a Javier por sorpresa – como a todo el mundo – y sin turismo seguir trabajando fue casi imposible. Antes del cierre total de las fronteras, había viajado a Bariloche y la cuarentena lo encontró en su casa patagónica.

¿Cómo fueron tus días de encierro?

Por suerte, pude retomar mis actividades recreativas en uno de los mejores destinos para hacer andinismo, mountain bike y rafting. Con el paso de los meses me di cuenta que me estaba entrenando para algo grande.

¿Fue una epifanía?

Y, la incertidumbre del contexto me llevó a plasmar una de mis mayores metas: escalar el Everest, la montaña más alta del mundo. Anteriormente, había estado en el Aconcagua y en montañas locales.

Me entrené mucho para ir y subir. Además hubo un gran esfuerzo económico, lo pensé 10 veces, pero valía la pena. Y decidí hacerlo. Sin la posibilidad de trabajar pensé que era el momento justo. Creo que ir a buscar la cima del Everest es el sueño que tiene alguien que le gusta la aventura y de toda la gente de montaña.

 

 

Misión: La Cumbre del Everest 

A principios de abril, Javier inició su itinerario: Bariloche, Buenos Aires, Londres y finalmente Katmandú, la capital del reino de Nepal. Allí estuvo 48 horas, y empezó la acción.

¿De qué manera fuiste organizando la subida? ¿Cuál era el plan?

El Everest se sube lentamente; la ansiedad es mala consejera, sumado el clima brutal. En promedio, la experiencia dura un mes y medio. Fui acompañado por sherpas que me ayudaron a cargar el equipo.

En el camino al Campamento Base, que está a unos 5.300 metros de altura, se trabajó mucho en la adaptación a la altura. Hasta llegar fui subiendo diferentes montañas para ir ganando adaptación, para que la aclimatación sea la óptima. Fue una etapa de aprendizaje. En el Campamento Base también hubo momentos complejos por casos positivos de Covid y también por tener algún sherpa enfermo. Luego subimos al Campamento 2 a 6.300 metros, de ahí al Campamento 3 que está a 7.200 y ahí ya con la utilización de oxígeno. El siguiente paso fue al Campamento 4, a 7.900 metros, allí descansamos un poco y el nuevo objetivo ya fue hacer cumbre.

 

 

¿En algún momento de la travesía te arrepentiste de haber elegido esa montaña?

No es sencillo, y mira que vengo con años de entrenamiento. Lo pensé varias veces, porque no se trata de llegar a la cima a cualquier precio.

A partir de los 8000 metros comienza la llamada “Zona de la Muerte", y por algo es. El último tramo, de apenas cincos metros verticales, es de vida o muerte, es la gran hazaña para los montañistas aunque por las nevadas se ha vuelto más sencillo de sortear.

¿Cómo fue el último tramo?

Se piensan en muchas cosas en el tramo final porque es complicado, lento y con obstáculos que van apareciendo. Salimos de noche despacio y primero fue tener mucho frío en los dedos los pies y hay que buscar moverlos porque se empieza a generar una complicación. Luego se me congeló la máscara de oxígeno y tuve que sacarla. Eso fue de noche y cuando se aclaró, ya no había nada. En el amanecer, todo el paisaje fue nuestro. Llegamos al pico Sur, de ahí al paso Hillary y de ahí, a la altura, a la cima. Fue impresionante llegar, con mucho cansancio, pero una felicidad enorme. Puse la bandera argentina en la cima del mundo, el banderín de la compañía con la que realicé la expedición, me quedé unos 10 minutos y luego fue tiempo de bajar. Y bajar es tan importante y complejo como subir. Con mucho cansancio fuimos bajando, pero la felicidad era tan grande que pude con todo.

 

 

Después de haber logrado la cima más alta del mundo, ¿cómo siguen tus días?

Sigo disfrutando y cayendo en lo conseguido. Sé que mucha gente me ayudó, alentó y estuvo pendiente y agradezco todo ello. Fue un esfuerzo muy grande en todos los sentidos, pero la felicidad de poner a Bariloche en la cima del mundo lo valió. La felicidad me va a durar para siempre.

Contemplar la inmensidad

Cuando se persiguen los sueños, y se consiguen. Cuando el destino está planificado, y la vida nos muestra otro camino. Cuando casi a los 50 años de vida, se piensa que está todo dicho y hecho, la naturaleza nos deja nuevas enseñanzas. 

Y Javier lo supo inmediatamente en el momento en que, prácticamente, tocó el cielo con las manos: “Ver los montes que habías visto desde abajo,  ahora desde arriba, es algo que no puedo explicar. Son momentos que me quedarán grabados para siempre. Por otro lado, sabés que todavía te falta bajar. El festejo no está en la llegada. La montaña te da esa lección de vida. El disfrute está en el camino”.

 

 

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