En las redes sociales, donde todo puede volverse tendencia en cuestión de segundos, el último objeto viral es un pequeño artefacto que promete facilitar una tarea que, para la mayoría, no representa ningún desafío: pelar un huevo duro. Sí, aunque suene insólito, alguien inventó un pelador de huevos y hay quienes incluso están dispuestos a comprarlo.
La propuesta del utensilio es simple. Se trata de una especie de punzón con una pequeña espátula en la punta. Primero se rompe la cáscara del huevo, luego se introduce suavemente la punta del aparato entre la cáscara y la clara, y con un movimiento giratorio se va despegando toda la cobertura. Al finalizar, el huevo queda completamente limpio. En teoría, todo parece lógico. En la práctica, no tanto.
Los comentarios en redes no se hicieron esperar. Muchos usuarios compartieron videos reaccionando al invento con sarcasmo, señalando que jamás imaginaron que alguien necesitaría ayuda tecnológica para algo tan básico. Las comparaciones con otros productos innecesarios no tardaron en aparecer y el pelador de huevos fue rápidamente bautizado como “el gadget más inútil del año”.
Lo curioso es que, a pesar de las críticas y burlas, el producto se vende. La fascinación por tener cosas nuevas, por más absurdas que parezcan, parece pesar más que la funcionalidad. Hay quienes no dudan en sumar este objeto a su colección de utensilios de cocina, más como una rareza que como una herramienta útil.
La existencia de este aparato también abre el debate sobre el consumo desmedido y la necesidad constante de novedades. ¿Realmente necesitamos que todo tenga su propio dispositivo específico? ¿O simplemente nos dejamos llevar por la moda y el algoritmo? Es un fenómeno que ya vimos antes y que, probablemente, seguiremos viendo.
Pelar un huevo no requiere más que las manos y un poco de paciencia. Aún así, el éxito viral del pelador de huevos muestra que el ingenio —por más cuestionable que sea— siempre encuentra su público. Al fin y al cabo, hay mercado para todo.
Este tipo de inventos suelen aparecer y desaparecer con la misma velocidad con la que se comparten. Tal vez mañana nadie lo recuerde, pero hoy es el centro de todas las bromas culinarias. Un invento más para el museo de los objetos insólitos.
Quién sabe, quizás el próximo paso sea el pelador de bananas.