Todos hablan de mafias, de marginales, de “loquitos”, pero pocos van al hueso de un problema muy grave en Neuquén: la certeza de que en pleno siglo XXI, ya lejos de las trifulcas violentas del siglo pasado, andan por la provincia, libre e impunemente, bandas parapoliciales armadas, con sicarios que intimidan, amenazan, y balean a quienes les indican sus patrones.
Esto es lo que ha quedado claro después del suceso en Sierras Blancas, en cercanías del yacimiento que allí opera la Shell, cuando unas 15 personas armadas con armas de fuego, hierros, y demás utensilios para imponer ideas por la violencia, atacaron a empleados de una empresa de servicios e hirieron a un delegado. Y fue reafirmado después, el jueves por la noche, cuando, en Centenario, otro delegado, un hombre de 29 años, fue atacado, amenazado y herido –un balazo en el tobillo- por dos de los integrantes de estas bandas parapoliciales.
La policía se enteró de este último hecho solo cuando el hombre atacado hizo la denuncia, después de haber sido atendido en el hospital.
Esto no sería en sí mismo grave, si no fuera que la parsimonia, la calidad de rutinario que se le da en el tratamiento, no pareciera una forma de eludir la gravedad político-institucional que tiene el tema: una sociedad a la que se la controla todo el tiempo en el cumplimiento del pago de los impuestos, de las patentes de automóviles, de la verificación vehicular, pero que no recibe el beneficio de un efectivo control sobre maleantes, asesinos, mafiosos, o patoteros armados hasta los dientes, que recorren la provincia disciplinando rebeldes e imponiendo el miedo.
