En las alturas, en el corazón del oeste se agranda la ciudad

La pobreza sube, la pobreza baja, sube, baja como si fuese un “un subí baja” de la placita del barrio. Más allá de los índices, estadísticas y demás, la realidad se ve, se palpa. Hay hambre, hay pibes con hambre. Los asentamientos en la capital neuquina van en incremento al igual que el tamaño de las ollas de los comedores y merenderos.

En las alturas, en el corazón del oeste, hay más de 500 casillas con las bardas rodeando ese predio de unas 15 hectáreas, y allí se encuentra el asentamiento “El Trébol III”. Pasadas las 10 de la mañana el frío otoñal inusual para estos primeros días de mayo obligaba a que las calles de tierra y piedras estén vacías.

En esas improvisadas vereditas la “varieté” de estilos musicales se bifurcaban haciendo en cierto modo un solo sonido a la vez, que salía de esas precarias casas hechas de adobe, cartón, chapa, y en algunas, unas hojas de diarios añejos se asomaban por una ventana.

En la gran mayoría, los carteles de bienvenida “Flia…”, se observaban colgados en un alambrado en el ingreso a las casillas. Carritos de bebes se convirtieron en las cuchas de algunos perritos que son los guardianes del lugar.

Algunos materiales de construcción, como ladrillos y arena “adormecían” en carretillas.  En silencio abrumador, por lo lejos, caminaba con mirada gacha pero firme un pequeño de unos 11 años, con dos bolsas bolsas de residuos en sus manos, lo mire, me miro y con un parpadeo me dio “ok” para fotografiar su andar. Siguió su camino, yo el mío.

Y me quedo con esto último; cuántos y cuántas siguen sus caminos, sin detenerse a mirar, no solo a este pibe, sino a cientos de familias, que subsisten, como pueden el día a día, remando contra una importante corriente, que es la realidad.