Desde el cielo, Kobe Bryant tiene un nuevo fan. Uno que no tiraba triples para la estadística, sino por puro amor a la vida. Johanner Elías Vegas Rojas, el joven que murió en el incendio de Bouquet Roldán, no solo llevaba la camiseta de Los Ángeles Lakers como un símbolo: la llevaba como un segundo corazón. Soñaba con llegar a la NBA, sí, pero también soñaba —y quizás sobre todo— con ofrecerle un futuro mejor a su familia. Había venido desde Venezuela buscando eso. Como tantos. Como pocos, encontró mucho más: una comunidad que lo abrazó sin preguntas y lo hizo sentir parte.
En Neuquén dejó algo más que sueños y portadas de diario. Dejó historias, abrazos, tardes eternas en la cancha del CPEM 26, donde con su amigo Johangel López entrenaban, transpiraban y compartían silencios de esos que solo entienden los que se quieren para defender la camiseta de los Guerreros. Allí no usaba la 24 de Kobe, usaba la 7 de Johanner.
"Era un jóven muy querido por su humor. Un hombre con la mente madura, siempre queriendo mejorar", dijo Johangel con los ojos húmedos y la voz bajita. Desde el otro lado del teléfono, se escuchaba el esfuerzo por no quebrarse. A él, Johanner le cocinaba pastas con bolognesa o guiso de pollo y arroz, como si el menú también fuera una forma de decir “te quiero”. Juntos miraban la NBA, se reían de los memes, hablaban de sus hijos.
Porque si algo definía a Johanner era su amor por la familia. "Siempre estaba pendiente de ellos, sobre todo de su bebé. Le gustaban muchísimo los niños y lo sé porque se llevaba muy bien con mi hija", compartió su amigo. Una camiseta de los Lakers, una cuna, un plato caliente, una sonrisa. El retrato de un hombre bueno.
Hoy las tardes de básquet se volvieron santuarios. Johangel vuelve a la cancha, mira el aro, y por dentro jura que todavía lo ve tirando desde la línea de tres, como un ritual silencioso. En cada partido, algo de Johanner sigue ahí. Jugando para los Guerreros. Jugando para los suyos.
En las fotos que quedaron de él se ve lo que las palabras no pueden abarcar: alegría, conciencia, ternura. "Era hasta romántico", dice Johangel, y sonríe un poco, como quien encuentra un recuerdo dulce entre tanta pena. La voz se le llena de música: bachatas, salsas, canciones de amor que Johanner ponía cuando las juntadas pedían calor humano.
La muerte vino de golpe, literalmente. Pero la vida que dejó atrás —esa que tocó a tantos— no se apaga con un incendio.
El hecho: cómo ocurrió el incendio
El fuego se desató el viernes alrededor de las 18 horas en una casa de dos plantas. Las llamas rápidamente consumieron el segundo piso, donde vivía la familia que terminó muerta. Junto a Johanner también murió su esposa y sus hijos.
El fuego avanzó como una bestia sin dueño. En cuestión de minutos, el humo envolvió la planta alta de la vivienda, y con él, la tragedia. Johanner Elías Vegas Rojas no murió por las llamas, sino por el golpe seco de una viga que cayó sobre su cabeza. Un traumatismo de cráneo, repentino y brutal. Fue todo muy rápido. Tan injusto como irreversible.