EL RECUERDO DE UN GRAN CONTADOR DE HISTORIAS
Breve historia de un paisano de Challacó
Recientemente falleció, enfermo de Covid, Ángel Rondanina. Aquí, una reseña de su rico paso por la vida.En estos días, el nombre de Ángel Rondanina ocupó muchos espacios en la prensa, las redes y en la vida cotidiana de los que vivimos en esta Patagonia tan querida. Ángel se hubiera sorprendido al verse en las noticias, comentarios y penas expresadas de todas maneras. Era tan sencillo, humilde y naturalmente amable, que hubiera respondido con una de sus salidas de humor, que eran siempre el recurso más atractivo de su presencia.
Como hombre de campo, sabía meterse en la rutina de una anécdota con sabor auténtico a pan casero, a jarilla que en la intemperie resiste y luce. Eran "las contadas", producto de su experiencia a través de los viajes y recorridas por los puestos de campo en distintos puntos de la región, y de su interminable registro de personajes atrapantes, únicos.
Ängel Rondanina nació el 21 de agosto de 1967en Challacó, provincia de Neuquén, nombre mapuche que se impuso por los pozones que la lluvia provocaba al pie de la barda y que significa "olla de agua" . Un paraje, que en el siglo pasado, fue punta de riel, y en el que, apuntando a la esperanza de su desarrollo, se construyó una colonia ferroviaria. Luego, con el descubrimiento del petróleo, (1941), se soñó con la prosperidad de la zona: todo estaba ahí para ser futuro.
En esa cuna, nace la familia Rondanina: el abuelo Sebastián, quien colaboró con el censo que se realizó para instalar la primera y única escuela del poblado, después, su hijo, que llevó su nombre (padre de Ángel) ,quien permaneció como heredero y guardián en el lugar destruido por el abandono (a partir de la privatización del ferrocarril) y el vandalismo. Sebastián Rondanina cuidó lo que fue quedando en ese lugar con la ilusión de que alguna vez se recuperara para la producción, y construyó la ermita de San Sebastián, santo de su fe, en medio de las pocas y deterioradas construcciones que quedaron.
Allí nacieron sus 5 hijos, dos varones y tres mujeres, Ángel uno de ellos . Ese lugar, tan extenso, solitario y desafiante fue la cuna de Ángel Rondanina. Allí aprendió a andar a caballo, a conocer a los animales como propios, a andar por las ríspidas huellas de sus antepasados, a reconocer las pariciones al compás de las lunas, a oler la lluvia antes de ser agua, a hilar versos al ritmo de las mateadas.
Luego, ya muchacho, se vino a Neuquén a estudiar en la Escuela De Bellas Artes, donde se recibió de Profesor de Danzas folklóricas. Era un placer verlo bailar, con sus botas, la pilcha de campo y la prestancia de quien llega para un ritual sentido y profundo. Hombre de campo con la lucidez aprendida en la naturaleza viva, de buenos modales, sonrisa sincera, la palabra justa, el silencio respetuoso, solidario y con gran sentido del humor.
Formó su familia con Olivia y seis hijos: Abril (18),Luna (16), Alejo (14), Isabel (12), Ornella (11) y Florencia (9). Desde muy joven comenzó a escribir versos, buscando palabras para dibujar poesías donde expresar su sentir de las cosas experimentadas, de los lugares conocidos, de los dolores, penas y alegrías de la gente de campo. Publicó un libro con el tìtulo "Nieto Gaucho" y un material discográfico con el nombre de lo que fue su programa de radio :"Trenzando historias" (Radio y Televisión de Neuquén: RTN) .
Es ese programa de radio que lo lleva a recorrer la Provincia. Se lo recibía con admiración y respeto. Empujado por el entusiasmo, creó una revista con con el mismo nombre del programa, y con contenido de temas folklóricos que acompañaba sus organizaciones de bailes populares en algunos lugares del interior: Aluminé, Loncopué, Varvarco, Chos Malal, entre otros, donde recitaba y animaba las jineteadas propias de esas fiestas lugareñas.
Todos los años, en Challacó, mientras vivió su padre, se festejaba la Fiesta de San Sebastián, con una convocatoria popular muy importante: fiesta que se prolongaba por horas entre empanadas, música y baile.
Hacía poco tiempo que Ángel estaba con su familia en Lonquimay, donde vivieron un año, pero la pandemia los devolvió a tierras capitalinas, donde se reconectaron con amigos, los que siempre los esperaron.
Esta breve historia es nada más y nada menos que la historia de un ser humano, con lo aprendido y enseñado, con la carga de los afectos que se construyen andando, con la mirada puesta en los hijos por crecer, con los recuerdos de encuentros de mates, vinos, asados, relatos, cuentos, versos, con pedazos de paisajes comunes, de sueños parecidos.
Es la breve historia de un ser humano que no se despidió al irse, lo hizo en silencio, como paisano , como un paisano de esa tierra abandonada: Challacó.
Ángel nos lleva desde ese silencio a caminar sobre la historia de un lugar, para que podamos verlo, conocerlo, saber de ese pedazo de tierra nuestra castigada por el olvido, y tal vez, poder aprender que en el desierto también alumbran algunas estrellas.