El lugar que albergó a un imputado de la masacre, ya no está

En la foto que ilustra esta nota, se observa cómo ha quedado, al ras y desprovisto de cualquier edificación, el terreno donde durante décadas, en la calle Perito Moreno de Cipolletti, un poco antes de las vías, reinó un centro que combinó miseria, delincuencia, y otras cuestiones poco favorables a la vida que se supone debe ser tranquila, en una comunidad.

El lugar fue erradicado por la acción conjunta de la Justicia, la policía y el municipio de Cipolletti. Ahora hay un terreno limpio, pero hasta hace poco, había allí una especie de conventillo, con arrendamiento de habitaciones, tapado de mugre crónica, al que los vecinos odiaban y soportaban con la proverbial paciencia de los argentinos. En el lugar, el narcotráfico al menudeo, el uso de habitaciones al estilo de hotel alojamiento de quinta categoría, el aguante para delincuentes misteriosos, describían esa postal contradictoria con el resto del barrio.

Por supuesto, todo era ilegal: la propiedad, la no habilitación municipal de nada, el uso concreto que se le daba, al menos parcialmente, para actividades non sanctas. 

El conventillo-aguantadero-prostíbulo barato tenía, además, una historia sórdida. El 23 de mayo de 2002, la ciudad fue sacudida por una masacre, ocurrida en un laboratorio de análisis químicos, ubicado en las calles 25 de mayo y Roca. Allí, fueron asesinadas Carmen Marcovecchio, Mónica García y Alejandra Carbajales. Apuñaladas, baleadas y quemadas con ácido acético. El único detenido en los primeros días de la investigación fue David Sandoval. Era lavacoches, cuando la actividad callejera estaba a pleno. Vivía en ese lugar donde ahora hay un baldío. Allí fue la policía a buscarlo.