¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Jueves 19 de Junio, Neuquén, Argentina
Logo Am2022

Como hace cien años: la historia de la mujer que vive entre la nieve y el silencio del norte neuquino

María Marcelina Aguilera tiene 79 años y hace de la dignidad su bandera. Vive en Varvarco, una de esas localidades rurales que no salen en los mapas turísticos pero que guardan historias esenciales.

Por Redacción

Jueves, 19 de junio de 2025 a las 13:21

El norte neuquino es áspero en invierno. La nieve no perdona y el frío cala hasta los huesos. En medio de ese paisaje que parece detenido en el tiempo, camina María Marcelina Aguilera. Tiene 79 años, nació en 1945 y hace de la dignidad su bandera. Vive en Varvarco, una de esas localidades rurales que no salen en los mapas turísticos pero que guardan historias esenciales para comprender este país.

Cada tanto, cuando necesita lo justo o simplemente para mantener el contacto con el pueblo, Marcelina camina 16 kilómetros por senderos helados y desparejos. No tiene auto, no tiene Internet. Tiene su tiempo, su paso firme y la convicción de que todo lo que hace tiene sentido.

Allí, en medio de la cordillera, se dedica a criar animales, juntar leña y sostener su casa como se sostiene la historia: con trabajo silencioso y perseverancia. No hay metáforas dulces en su vida. La leña que junta es la que la calienta. La lana que hila es la que abriga. Y los animales que cría, además de ser compañía, son parte de su subsistencia. Todo se hace a mano. Todo cuesta.

Una postal real de la montaña

El fotógrafo neuquino Martín Muñoz fue quien capturó el alma de esta historia. En una de sus recorridas por la zona, se cruzó con Marcelina y decidió no solo retratarla, sino contar lo que su mirada y su andar transmiten: la fuerza de una mujer que no necesita discursos grandilocuentes para imponer respeto.

Sentada sobre la nieve, con un cargamento de ramas atado a su espalda y un suéter tejido a mano que cuenta su propio relato, Marcelina mira a cámara. No sonríe con complacencia. Mira con verdad. Esa es su vida. Y no hay nada que ocultar.

“Esta es mi vida”, le dijo al fotógrafo. Ni más ni menos. Como si esas palabras encerraran toda una filosofía. No hay reclamos. Tampoco resignación. Hay aceptación y, sobre todo, orgullo. No el que se grita, sino el que se vive cada día cuando se enciende el fuego, se amasa el pan o se cura a un cordero herido con los saberes de siempre.

La dignidad de lo invisible

El caso de Marcelina no es único, pero sí es representativo de miles de mujeres rurales que sostienen su mundo en silencio. Que caminan lo que haya que caminar y que, aún sin acceso a servicios básicos, se organizan con lo que hay. No se trata de romantizar el sacrificio, sino de entenderlo. Porque detrás de esa vida “sencilla” hay sistemas estructurales de exclusión, falta de inversión pública y olvido estatal. Pero también hay saberes que el mundo moderno ha empezado a valorar tarde: el autocultivo, la autonomía energética, el vínculo profundo con la tierra.

En un tiempo donde las historias parecen medirse por likes o trending topics, la de Marcelina irrumpe como un recordatorio. No todo está en la ciudad, ni en las redes. Algunas historias laten más fuerte en la nieve, en el viento cordillerano, en la leña seca y en las manos arrugadas que no piden nada, pero lo dan todo.

Marcelina no necesita títulos. No busca cámaras. Vive. Y esa forma de vivir, entre lo mínimo y lo esencial, es también una forma de resistir.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD