CRÓNICAS NEUQUINAS

La increíble pelea de soldados contra policías en un tren a Zapala

El enfrentamiento alborotó a la pequeña población capitalina y sacudió la modorra de la estación en la Vuelta de Obligado.
sábado, 15 de octubre de 2022 · 00:00

(De Más Neuquén, por Rodrigo Tarruella, con ilustraciones de Roberto “Bud” Cáceres).- Aquella mañana del 1 de enero de 1939, todo parecía transcurrir con normalidad en el andén de la estación de la ciudad de Neuquén. Eran los tiempos donde gobernaba el territorio el Coronel Enrique Pilotto, que llevaba cerca de cuatro años en el Neuquén, previo haber sido Jefe de la Policía en la Capital Federal, y antes, Gobernador del Territorio de Misiones designado por Félix Uriburu, aquel que derrocara a Hipólito Yrigoyen provocando el primer golpe de estado en la Argentina.

El tren estaba a solo minutos de partir para Zapala. Los vagones, como en una postal habitual de la época, iban abarrotados de conscriptos que se iban a incorporar al regimiento 10 de infantería de Covunco.

El sargento Ipuche y el cabo Bazán, ambos policías territorianos, corrían con prisa por la avenida Argentina en dirección a la estación, antes que se consumara la partida de la formación ferroviaria. La orden que debían hacer cumplir, era detener al conscripto Guillermo Sabatel, cuya captura había sido recomendada por la Sub Comisaría de Colonia Centenario, por estar acusado de hurto. Una vez llegados al andén, bastante agitados, requirieron la ayuda de otros policías que se encontraban de guardia en el lugar y se pusieron inmediatamente a sus órdenes.

Subieron todos al tren y caminaron por los pasillos de los vagones de la extensa formación en busca del denunciado, con el objetivo de llevarlo detenido. Tarea complicada. Los soldados, con sus uniformes, parecían todos iguales. Preguntando, dieron finalmente con la persona buscada.

¡Señor Sabatel! – dijo el Sargento Ipuche adelantándose – ¡póngase de pie, tengo órdenes de arrestarlo! .

El desconcierto duró lo que dura un respiro. Casi al unísono, se levantaron los conscriptos más próximos a Sabatel, rodeándolo. Los que estaban más alejados, en los extremos del vagón, empezaron a acercarse.

Uno de ellos, el más resuelto, le dijo al sargento en tono poco amable:

¡Somos soldados del ejército, y no reconocemos la autoridad de ningún policía, … y menos territoriano! (esta última palabra, acentuada con tono despectivo).

El policía, irritado por el desprecio, decidió ignorarlo y buscar la ayuda de alguien con algún rango militar para que ayudara a desistir a los soldados desobedientes. En el vagón siguiente halló a un sargento del ejército, al cual puso al tanto de la situación. Luego de escucharlo, éste en seguida se puso a su disposición para ayudar a que se cumpliera la orden, acompañando al sargento de policía y sus acompañantes hacia el vagón donde se hallaba la persona que debía ser detenida, para hacerlo desistir de su rebeldía, en la creencia de ser obedecido por su condición de suboficial.

El sargento del ejército fue el que ordenó entonces a Sabatel que obedeciera, se bajara del tren y acompañara a la autoridad policial. Nuevamente los conscriptos, que estaban atentos a cualquier situación que pudiera suceder con su compañero, lo rodearon, manifestando a viva voz que de ninguna manera iban a permitir que policías territorianos, se atrevieran a detener a cualquiera de ellos.

Los ánimos empezaron a caldearse. Los tonos de voz a elevarse. Las pulsaciones a aumentar. El público del andén, que cual ritual siempre solía acercarse a la estación cada vez que una formación de tren arribaba o partía, se empezó a agolpar alrededor del vagón donde se producían estas escenas, que tenía todas las ventanillas abiertas y permitían observar los hechos como si se estuviera en primera fila. El espectáculo que se presentía, amenazaba romper la monotonía del tranquilo pueblo. Seguramente, sería el tema de conversación de muchos días.

El sargento del ejército, dio nuevamente la orden de obedecer a los policías.

¡De ninguna manera!, dijeron los conscriptos.

Cuando las palabras alcanzaron su límite, los policías decidieron actuar. El sargento del ejército también los ayudaba.

Los soldados cerraron filas sobre su compañero, dispuestos a impedir de cualquier manera que lo detuvieran. Empezaron los forcejeos, luego siguió el intercambio de golpes. Los puños cerrados volaron de un lado a otro, acompañados de insultos.

La desventaja numérica era evidente. Los representantes de la ley territoriana tenían las de perder. Sus garrotes no eran suficientes contra la férrea voluntad de los jóvenes soldados.

El sargento de policía, golpeado, tomó la sabia decisión de dar a los suyos la orden de retirada. El tren comenzaba su lenta marcha, como ignorando lo acontecido. Tuvieron que bajarse expulsados, casi arrojados.

Los policías se reagruparon en el andén a deliberar. Tras un rápido cabildeo, uno de ellos corrió y se trepó al tren en movimiento en el último vagón justo antes de perderlo. Tenía orden de avisar a las autoridades en Zapala de lo sucedido, y ayudar a identificar a los agresores.

Lo que sucedió luego fue que los policías que quedaron en Neuquén, enviaron inmediatamente un telegrama al comisario de Zapala para que detuviera a Sabatel apenas arribase. Y por las dudas tomaron la precaución de avisarle a los oficiales del regimiento de Covunco para que vayan a esperar al tren, por si se producían incidentes.

La gloria es efímera y dicen que hay que saber disfrutarla, al menos mientras dure. Los conscriptos que defendieron a Sabatel, rieron y cantaron alborozados los ciento ochenta kilómetros que duró el viaje, encendidos y animados por su victoria. Muchos de ellos que antes no sabían cómo se llamaba el compañero de al lado, empezaron a preguntarse los nombres y a estrecharse las manos.

Las amistades nacen cuando hay experiencias compartidas comunes. Pero para ellos, esto no fue algo común, fue un evento extraordinario, de esos que no fabrican amigos, sino hermanos.

Apenas llegaron a Zapala, Sabatel fue detenido. Polícias y suboficiales del regimiento estaban esperándolo en el andén. Y los conscriptos, inflamados de gloria, fueron trasladados al cuartel, sabiendo que lo más probable fuera el castigo.

Relato basado en documentación policial conservada en el Sistema provincial de Archivos. Agradecimiento especial a Bibiana Giraldez.

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