HISTORIAS AMERICANAS

“Raúl Castro mató a mi abuelo”

Un testimonio directo: Pedro Suárez, cubano en Estados Unidos, cuenta una historia del año de la revolución. Columna especial de Norberto Masso para Mejor Informado.
miércoles, 11 de diciembre de 2024 · 00:00

Todos cargamos sobre nuestros hombros el peso de alguna historia.

Un episodio ocurrido en el pasado lejano que nos marcó para siempre. Un hecho traumático reciente al que no podremos erradicar fácilmente de nuestra conciencia. Una mueca cruel del destino que de alguna manera definió quiénes somos y perfiló nuestro carácter de por vida.

Pedro Suárez lo sabe muy bien, su vida ha estado marcada por su historia.

A comienzos de 1959, él era un inquieto niño de cinco años que jugaba en la hacienda cafetera de su abuelo, el coronel retirado Vicente Suárez.

Una propiedad cercana al pueblo de Contramaestre, en la provincia de Santiago de Cuba, en lo que se conoce como “el Oriente” de la isla caribeña.

Allí donde comienza la Sierra Maestra, ese mojón mitológico de la izquierda latinoamericana.

Con él vivían sus padres, tíos, primos y abuelos en las distintas viviendas de la finca que el coronel había construido para disfrutar de su retiro del Ejercito cubano.

 “Yo era un chico inquieto, travieso”, le confesó a este periodista durante una entrevista concedida en su sencillo, aunque acogedor, apartamento del centro de Reno, en el Estado de Nevada.

En la charla Pedro recordó que la propiedad, en cuya entrada colgaba un cartel que decía “Finca del Coronel Suárez”, abarcaba “unos cien acres –poco más de 40 hectáreas- sembrados con plantas de café destinadas a la venta”.

Trabajadores cubanos y dominicanos se empleaban allí en un modesto negocio para un ex militar que se había retirado hacía 15 años, según su nieto, “sin manchas en su foja de servicios”.

En Cuba acababa de triunfar la revolución que había terminado con el gobierno del presidente Fulgencio Batista y que había sido liderada por los hermanos Fidel y Raúl Castro junto a dirigentes como Camilo Cienfuegos, Ernesto “Che” Guevara y Juan Almeida Bosque, entre otros.

El 1 de enero de 1959, los guerrilleros comandados por Fidel Castro entraron en Santiago de Cuba y la declararon “Capital Provisional” del país. Se abrió así la puerta a los llamados  “juicios revolucionarios” con cientos de fusilamientos sin proceso, así como numerosas expropiaciones y nacionalizaciones obtenidas a punta de pistola.

La Revolución, hasta ese entonces una suerte de espectro lejano e incierto, se había hecho realidad y se encontraba ahora a un par de horas de distancia de la finca del anciano coronel.

Pedro recordó con increíble exactitud cada minuto de ese día en que una patrulla del ejercito revolucionario castrista ingresó por la fuerza a la hacienda de su abuelo.

“Al ver a los guerrilleros, cerca de una decena de hombres, mi abuelo nos ordenó que nos ocultáramos mientras él y mi tío Emilio se acercaban en sus caballos para enfrentar a los intrusos. Yo estaba escondido con mi abuela, que me tenía agarrado y con la boca tapada para que no grite y revele nuestra posición”, rememoró.

Desde su escondite vio cómo los soldados bajaban a los jinetes de los caballos y los arrastraban hacia la residencia principal.

“Cuando llegaron los obligaron a cavar dos fosos mientras les decían que iban a perderlo todo y que sus familias iban a morir en la pobreza”, agregó.

Según recordó Pedro, “cuando terminaron de cavar, uno de ellos los pateó para que cayeran en los pozos” mientras el que parecía ser el jefe del pelotón “les ordenó ponerse de rodillas mientras él se colocaba a sus espaldas”.

Yo quería correr a ayudar a mi abuelo, pero mi abuela me sostenía firmemente”, recordó.

La memoria de un niño, por más pequeño que éste sea, suele registrar los hechos, felices o trágicos, con increíble precisión y suelen conservarse intactos por el resto de la vida. Pedro no fue la excepción.

Claramente vio cuando el jefe del grupo desenfundó su pistola, “una Colt 45 americana, recuerdo”, y sin mediar palabra les descerrajó un tiro en la cabeza a cada uno, matándolos en el acto.

“Yo tenía tan solo cinco años pero ya sabía muy bien que un arma disparada ocasionaba la muerte, y lo sabia porque había visto a mi abuelo, mi padre, mis tíos y primos cazar animales y matarlos de un tiro”, afirmó ante una consulta de este periodista.

Tras la ejecución sumaria, los soldados cubrieron con tierra las improvisadas tumbas, echaron a los trabajadores y abandonaron la finca, que fue expropiada por el flamante gobierno revolucionario. “Años después mi abuela obtuvo un permiso oficial para exhumar los cuerpos y así darles una piadosa sepultura”, agregó.

Ellos decían que iba a ser una revolución buena y no violenta, pero no fue así”, recordó Pedro apesadumbrado.

A partir de ahí la familia inició un largo peregrinar por distintas ciudades de la isla buscando alguna de sus antiguas viviendas donde poder vivir, pero la búsqueda fue infructuosa ya que todas sus propiedades habían sido expropiadas por la Revolución.

El pequeño Pedro no pudo olvidar nunca la trágica escena del asesinato de su abuelo y su tío, pero tiempo después, el chico pudo armar ese rompecabezas y saber quiénes fueron los primeros actores de ese drama.

Ante una pregunta acerca de cómo hizo para saber quiénes fueron los responsables de esos crímenes, Pedro afirmó contundente: “!porque los vi en los periódicos!” y agregó: “cuando yo tenía siete años fuimos con mi padre a un desfile patriótico y ahí pudimos ver a la plana mayor del gobierno cubano en el palco y me di cuenta que varios de ellos estuvieron ese día en la finca de mi abuelo porque yo los recordaba”, señaló.

Si bien Pedro mencionó al Che Guevara “con su boina negra con la estrellita” y a Camilo Cienfuegos como presentes en el operativo, señaló especialmente a Juan Almeida Bosque como el que los pateó para que cayeran en los fosos.

Pero la cara que Pedro nunca pudo, ni podrá olvidar mientras viva, fue la de Raúl Castro, el hermano de Fidel que aún detenta el poder en las sombras en la isla caribeña, y que, para Pedro fue “el más sanguinario de los comandantes junto con el Che Guevara”.

Raúl Castro fue el que mató de un tiro en la cabeza a mi abuelo y a mi tío”, dijo.

Y repitió casi en voz baja y con una resignada tristeza: “Raúl Castro mató a mi abuelo, que era mi héroe”.

Continuará...

 

 

La historia de Pedro no termina aquí. A su infancia le siguieron años de rebeldía juvenil contra el régimen castrista, una rebeldía personal, no partidista, autogestionada e impulsada solo por la injusticia vivida por él y su familia.

Sus “travesuras” le valieron cinco años de cárcel como preso político sin partido. Luego siguió su expulsión de Cuba cual “escoria” junto a millares de cubanos que zarparon del puerto de Mariel en los 80s y su nueva vida en los Estados Unidos sobreviviendo en el Bronx y luego en su amada Nueva York.

Estas son historias por venir.

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