Nueva educación

Los jóvenes odian los libros clásicos

De parte de los jóvenes afirmo que odiamos los libros clásicos. Y si consideran que ya lo sabían, no es así.
miércoles, 30 de septiembre de 2020 · 15:29

Los jóvenes odian los libros clásicos. Tal vez estén de acuerdo con tal afirmación, o les cueste un poco creerla y al final cedan a mis argumentos. Quizás se opongan desde una posición aparentemente firme y clasifiquen de blasfemia mis palabras. Pero es probable que juzguen mi afirmación sin ser jóvenes experimentando la ambivalencia del sistema educativo secundario como alumnos, ¿no? Así que de parte de los jóvenes afirmo que odiamos los libros clásicos. Y si consideran que ya lo sabían, no es así.

Las tramas antiquísimas, las ambientaciones medievales o victorianas, los diálogos sofisticados… nada de eso le interesa a un adolescente. Leer Don Quijote de la Mancha o las obras de Shakespeare con 16 años es tedioso para los jóvenes porque no son libros que nos entretengan y tampoco han sido escritos para nosotros. ¿Cómo es un libro para adultos escrito en el siglo XVI una lectura que un adolescente debería leer, memorizar y aprender para un examen? Solo porque el sistema educativo necesite que tenga lógica no quiere decir que sea algo plausible.

La literatura deja de ser todo lo que es y se ve reducida a un carácter demandante, un deber que cumplir, un compromiso imposible de escapar.

 

Aun así, en clase se leen clásicos. Y los jóvenes odian los clásicos. No solo no son atractivos para la mente juvenil, sino que a ésta se le presentan como una obligación. Cuando un joven pregunta por qué debe leer El retrato de Dorian Gray, la respuesta es “porque hay que leerlo”. ¿Cómo es una respuesta tan carente de argumentos suficiente para la mente de un adolescente que busca cuestionar todo? Los clásicos aparecen en el salón de clase como algo que “hay que hacer” y deben aprenderlo porque habrá un examen sobre ello. La lectura se convierte, entonces, en una obligación. La literatura deja de ser todo lo que es y se ve reducida a un carácter demandante, un deber que cumplir, un compromiso imposible de escapar.

Y así se extinguen los jóvenes lectores.

Si una de las razones por las que se debe leer en la escuela es crear posibles lectores, estamos fallando en ello. Si se supone que la puerta a la lectura se encuentra en un salón de clase, entonces estamos ante una puerta cerrada. Y si hemos fallado en eso, ¿deberíamos siquiera leer en las escuelas?

No pretendo sugerir que no deberíamos leer más en un salón de clase. Solo estoy diciendo que, si seguimos haciendo las cosas como las estamos haciendo, estamos actuando de manera irresponsable. No digo que no debamos leer en el colegio. No digo que no debamos darles clásicos a los jóvenes. Pero necesitamos clásicos que entiendan a los jóvenes, porque ahora mismo no lo están haciendo. Y necesitamos escuelas que también lo hagan.

 

Si seguimos haciendo las cosas como las estamos haciendo, estamos actuando de manera irresponsable

 

Los jóvenes odian los clásicos, pero no porque los clásicos sean odiables. Es importante que los encontremos en el salón de clase, y las ventajas de devorar dichas lecturas son inmensas. No podemos dar clases de Historia de los últimos 20 años porque “todo lo demás es aburrido”. No podemos ofrecer clases de Arte donde cada uno pinte lo que quiera sin saber sobre Picasso o Money porque “son aburridos”. Lo “aburrido” importa, y todo adolescente llega a entenderlo con el tiempo. No son contenidos odiables, sino que se nos presentan de maneras que si un profesor dice “negro”, los alumnos dirán “blanco”.

Si no entendemos la mente adolescente, no podemos inundarla de clásicos por la fuerza. Si no entendemos las vivencias de la juventud, no podemos forzarla a vivir lo “aburrido”.

Los jóvenes odian los clásicos porque es de las manifestaciones más latentes en su educación que demuestra lo incomprendidos que se sienten. Hay que leer porque “hay que hacerlo”, porque entra en una evaluación y porque una nota más arriba de 7 determina que ya pueden olvidarse del libro. Los clásicos no son odiables de por sí, sino que representan la incomprensión que todo adolescente desprecia. Y así leer en las escuelas pierde su verdadero punto, aunque intentemos convencernos de lo contrario.

Por eso vuelvo a hacer la siguiente pregunta: ¿deberíamos seguir leyendo en el salón de clase? ¿Sigue teniendo sentido? ¿Para qué molestarnos? Si decidimos creer en el lugar de los clásicos en la mente de un alumno, es hora de hacerlo de una manera comprensiva. La literatura no tiene punto si no es bienvenida. No tiene sentido si es percibida solamente como obligatoria. Y seguirá siendo una puerta cerrada a menos que cambiemos la cerradura.

 

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