Donald Trump y Elon Musk pasaron del respaldo mutuo al fuego cruzado. Lo que comenzó como una sociedad política estratégica en plena campaña presidencial de 2024, terminó esta semana en una guerra abierta: acusaciones de “ingratitud”, reproches por un “desastre presupuestario” y una amenaza explícita por parte del CEO de Tesla: “¡Arruinar a Estados Unidos NO está bien!”.
La disputa estalló tras las duras críticas de Musk al proyecto de Donald Trump sobre una reforma fiscal que implica fuertes recortes de impuestos, más inversión en defensa y mano dura migratoria, a cambio de aumentar el ya desbordado déficit fiscal estadounidense. “Sin mí, Trump habría perdido las elecciones”, escribió el empresario en X, en una señal clara de ruptura.
Trump, por su parte, respondió con decepción y algo de desprecio, “Elon y yo teníamos una gran relación. No sé si seguirá así. Estoy muy decepcionado”, aseguró el presidente en conferencia.
Sin embargo, Musk no se quedó callado: reposteó antiguos mensajes donde Trump pedía equilibrio fiscal y hasta lo acusó de contradecir sus propios principios. “Fui muy consecuente. Solo expongo hechos”, lanzó.
La pelea no es menor. Musk no solo fue un aliado político, también uno de los principales financistas del Partido Republicano: donó 290 millones de dólares en 2024, la mayor parte a la campaña de Trump. Su retirada financiera podría tener consecuencias serias, especialmente en distritos clave donde se disputa el control del Congreso.
El plan fiscal, que ya fue aprobado en Diputados, podría sumar 2,4 billones de dólares al déficit en la próxima década, según estimaciones oficiales. Para Musk, la iniciativa es una “abominación repugnante”, y pidió a sus millones de seguidores que llamen a sus legisladores para “matar” la ley.
El escándalo no solo debilita la posición de Trump frente a su propio partido, también pone en jaque su relación con uno de los hombres más influyentes del mundo. Y en un año electoral tan volátil como el 2024, eso puede costarle más que una reforma mal escrita.