Una primera aplicación permitió la individualización del policía que, en el contexto de una pueblada, disparó su arma reglamentaria y mató a Teresa Rodríguez, en Cutral Co, el 12 de abril de 1997. Más acá en el tiempo y con nuevas tecnologías, le puso nombre y apellido a quien mató al pequeño Lucianito, también en Cutral Co, o a quien ultimó al policía Gabriel Nahuelcar, o al uniformado que hirió de un disparo con su escopeta al diputado provincial Raúl Godoy, durante el desalojo de la maderera MAM.
El licenciado en Criminalística Enrique Prueger destaca que “las escenas de crímenes han sido investigadas como si fueran un sitio silencioso, con ausencia de sonido. Hoy, el mundo ha cambiado tanto que las tecnologías han permitido que muchos hechos quedaran no solo filmados, sino grabados”.
Desde su instituto, Prueger mostró el desarrollo de un programa que, utilizando el material audio-fílmico del que se disponga, se establece con precisión el lugar desde el que pudo haber partido un disparo con un arma de fuego, una técnica que en Argentina la comparte con el instituto Balseiro de Bariloche.
“La mayoría son hechos ocurridos en la vía pública. Entonces, de golpe, nos encontramos con que hay una persona filmando”, y en estos casos nos planteamos algunos interrogantes como ¿me alcanza con la imagen?, pero también tengo el sonido. El sonido y la imagen tienen alguna incompatibilidad. La imagen viene a la velocidad de la luz y el sonido mucho más lento”, aclaró.
Esos componentes “tenemos que analizarlos mediante técnicas de fase, en las que influyen la temperatura ambiente, el viento para calcular cuánto tardó el sonido llegar”, entonces “tenemos que buscar dónde estaba el fotograma exacto del el momento en que se emitió el sonido, y no dónde estaba la imagen cuando llegó el sonido, que son dos cosas distintas”, explicó. “A nosotros nos interesa cómo llegó el sonido al micrófono del equipo que está registrando ese evento”, acotó.
“El sonido pudo haber llegado cuando la cámara estaba apuntando para otro lado y no se ve el hecho, y esto tiene aspectos que no son nuevos: en la segunda guerra mundial, los sonares eran micrófonos colocados en distintas posiciones en un barco y mediante la recepción de un aparato ellos podían calcular el ángulo y dónde podía estar se submarino o ese objeto que se aproximaba”, señaló.
“Mediante el uso de esa técnica empezamos a trabajar hace muchos años; en el 97 en el caso Teresa Rodríguez, o en el caso Menem Junior, con imágenes y sonidos. Hubo dos vertientes: por un lado el Balseiro y por el otro nosotros”, agregó.
Sobre la idea de incorporar el estudio del sonido en la investigación criminal, Prueger destacó que “llegamos a la conclusión de que debíamos tomar la deflagración de un disparo como si fuera emitida por un instrumento musical”. Ese “fue el primer planteo que nos hicimos”, y allí nos encontramos con “un conjunto de variables, como lo son los distintos tipos de armas, porque a su vez cada arma tiene una aleación distinta. Por ejemplo, hay armas que la aleación de metal con la que fue construida no es la misma que otra de otra marca o de otra calidad; la cantidad y el tipo de pólvora, o el tipo de ojiva del proyectil, porque cada proyectil emite un sonido que dependerá de su velocidad, si es supersónico o subsónico”.
El otro aspecto que mencionó Prueger es cómo le llega el sonido del disparo al testigo. “En este caso nos interesa conocer cómo obtener con precisión el origen del sonido. El Balseiro fue punta de lanza. Desarrolló todo tipo de experimentación de focos emisores, con petardos que colocaron en distintas partes en el caso Teresa Rodríguez para saber cuál era la frecuencia en que llegaba el sonido, porque una de las cuestiones con las que se podía determinar con cierto grado de precisión, hasta ese momento, era el tiempo de llegada, la intensidad y la frecuencia”.
“La tecnología ha avanzado tanto que nosotros trabajamos sobre fase, que es el mismo principio, solamente que hoy hay software específicos que nos permiten definir el ángulo preciso con que entró el sonido a los lóbulos (izquierdo y derecho) del micrófono del celular o la cámara. Entonces se genera un estudio complementario con la imagen, dónde estaba captando en el momento en que recibió el sonido, hacia dónde estaba apuntando, eso se grafica en un plano, y al proyectar líneas se consigue el ángulo en el que entró el sonido. Allí se trabaja interactuando con la imagen y, por triangulación, con un margen de error menor a medio metro, o menor de dos grados, podemos tener el lugar exacto de dónde estaba el tirador. Y esto ya lo hemos implementado. En el instituto estamos haciendo una especialización en sonido, donde enseñamos esta técnica”, afirmó.
Consideró que se trata de “un avance importantísimo, en comparación con otros lugares del mundo, en cuanto a esta técnica de investigación criminal”. “La Policía de España aún no lo desarrolló y es una inquietud muy grande que tienen. Ninguno de los gabinetes criminalísticos de Argentina lo tienen".
En los próximos días se desarrollará en Cutral Co el juicio por el asesinato del cabo de la Policía Gabriel Nahuelcar, quien recibió un disparo que le atravesó el casco a una distancia de casi cien metros. “Allí encontramos que el impacto del proyectil sobre el cráneo de Nahuelcar, llegó tres veces más lento que lo normal (es un calibre 22 largo), porque había una falla en el arma, que generaba una fuga de gases. Cuando analizaron el arma secuestrada, los peritos balísticos encontraron con que tenía una fisura que provocaba una fuga de gases. Esa pérdida de potencia la detectamos por el sonido”, remarcó finalmente.