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Sábado 26 de Julio, Neuquén, Argentina
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El hijo de Julián Weich confesó por qué vive en una comunidad hippie: “Mi propósito es…”

Dejó la rutina urbana para construir un futuro comunitario y en armonía con la naturaleza.

Por Redacción

Sabado, 26 de julio de 2025 a las 15:00
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Jerónimo Weich, el hijo de Julián, en su comunidad Hippie

Desde muy joven, Jerónimo Weich supo que su camino no iba a parecerse en nada al de su padre, Julián Weich, el popular conductor de televisión. Criado en una familia grande junto a sus hermanos Iara, Tadeo y Tomás, Jerónimo —a quien sus amigos llaman Momo— eligió alejarse de la comodidad de la ciudad para sumergirse en una vida sencilla, itinerante y en contacto directo con la naturaleza.

Su historia comenzó como la de cualquier otro chico de clase media porteña: estudiaba cine, jugaba al rugby en el Liceo Naval Militar y tenía un círculo de amigos con quienes compartía salidas y proyectos. Sin embargo, algo dentro suyo le hacía ruido. Aunque era feliz, sentía que faltaba una pieza en su rompecabezas interior. Fue entonces, a los 18 años, cuando decidió dar el primer paso: se fue a Córdoba con un amigo y desde allí arrancó un largo viaje por Latinoamérica.

Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá y Costa Rica fueron algunos de los países que lo recibieron. En cada lugar, Jerónimo Weich vivía de lo que podía: hacía malabares, vendía pulseras o cocinaba algo para vender en la calle. Con cada kilómetro recorrido, dejaba atrás no solo la ciudad sino también parte de los privilegios con los que había crecido. Para él, desprenderse de lo material era la única forma de abrirse a una experiencia más auténtica.

Lo que comenzó como una búsqueda sin rumbo se transformó en una forma de vida. Dormía donde podía, trabajaba solo para comer y descubría que cuanto menos dinero necesitaba, más libre se sentía. A diferencia de lo que muchos imaginan, no tener plata no lo limitaba: lo liberaba. Si encontraba un lugar que le gustaba, se quedaba. Si sentía que era momento de partir, continuaba su camino.

Su travesía incluyó un episodio especial cuando, tras un año y medio fuera de casa, su padre lo llamó preocupado para pedirle que volviera unos días. Ese reencuentro entre padre e hijo fue clave. En un viaje en auto por la autopista, ambos se dieron cuenta de que, aunque sus mundos parecían distintos, compartían inquietudes similares sobre la espiritualidad y la búsqueda de un sentido más profundo. Más tarde, Julián Weich incluso se animó a visitarlo en Panamá y a compartir durante diez días la vida nómada: hicieron malabares juntos, pasaron la gorra y durmieron donde podían.

Después de recorrer casi toda Centroamérica y México, Jerónimo Weich comprendió que su lugar no estaba en las grandes ciudades ni en la rutina de muchos viajeros que, según cuenta, también caían en una monotonía disfrazada de libertad. Lo suyo era la naturaleza, la autosuficiencia y la vida comunitaria. Fue entonces cuando se acercó a la bioconstrucción, la permacultura y los proyectos regenerativos.

De regreso en Argentina, decidió asentarse en el Valle de Traslasierra, en Córdoba, junto a su pareja y sus dos gatos. Allí construyeron su propia casa con técnicas de bioconstrucción, utilizando materiales naturales y reciclados. Para Jerónimo Weich, ser sustentable ya no es suficiente: su meta es regenerar, colaborar activamente con la tierra para acelerar los ciclos naturales y sanar los daños ambientales.

Su compromiso va más allá de su hogar. Hoy forma parte de redes como el Consejo de Asentamientos Sustentables de América Latina (CASA) y la Global Ecovillage Network (GEN). A través de estas organizaciones, se conecta con comunidades de todo el continente que comparten la misma visión: vivir en armonía con el entorno y crear sistemas resilientes y colaborativos.

Además de construir su casa, Jerónimo impulsa encuentros comunitarios conocidos como mingas, donde vecinos y amigos se reúnen para ayudarse mutuamente a levantar viviendas, cocinar o compartir saberes. Para él, embarrarse las manos junto a otros es parte de la experiencia transformadora de volver a lo esencial y reforzar la idea de que la vida, cuando se comparte, se multiplica.

Su próximo paso es aún más ambicioso: junto a su pareja, planea levantar un pequeño centro comunitario con domos de barro, cocina común y espacios para talleres y actividades permaculturales. Su sueño es que ese lugar se convierta en una escuela viva, donde cualquiera pueda aprender a construir, cultivar y regenerar la tierra.

“Mi propósito —afirma— es crear un santuario del agua y de la vida. Queremos regenerar el paisaje y dejar un espacio fértil para quienes vengan después”. Así, lejos de los reflectores que iluminan a su padre, Jerónimo encontró su propia forma de brillar: abrazando la tierra, la comunidad y una filosofía de vida que para él, es el verdadero camino hacia la libertad.

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