TENIA 95 AÑOS

La historia de Alma Cavallo de Sapag

Fragmento del libro “Sapag, genealogía de una pasión. Del Líbano a Neuquén”, de Luis Felipe Sapag (Editorial Sudamericana, 2008)
jueves, 14 de agosto de 2014 · 17:18
Este testimonio de Pota extraido del libro de su sobrino Luis Felipe es un breve homenaje de Mejorinformado.com a la viuda de Elías Sapag.
"Nadie mejor que su esposa para describir la personalidad de Elías y para recordar esos tiempos excepcionales e irrepetibles. Antes de transcribir el testimonio de Alma Cavallo, es interesante reconstruir su rica trayectoria de vida, porque fue un personaje especial en la historia de Cutral Co y de la tercera generación de los Sapag en la Argentina. Su genealogía y pertenencia social son diferentes a los de la mayoría de los pioneros criollos, chilenos y europeos. Pota, tal su extraño sobrenombre, proviene de una familia relacionada con uno de los nuevos ricos más poderosos de la Argentina de principios del siglo pasado. La historia de la esposa de Elías Sapag se remonta a la inusual trayectoria de su madre, Carmen Eloísa Medina Onrubia, nacida el 10 de agosto de 1897 en La Plata. A los dos años, el padre de ésta, capitán de fragata de la Marina, fue trasladado a Gualeguaychú, donde falleció muy joven. La madre no tenía título de maestra, pero, siendo muy culta y meritoria, fue habilitada para ejercer la docencia en un pueblito de Entre Ríos, gracias a lo cual pudo mantener y educar a sus dos hijas, Salvadora y Carmen. Fueron tiempos difíciles en un lugar duro, especialmente para una familia formada por tres mujeres. Esa experiencia de vivir y convivir con la pobreza marcó profundamente a las dos niñas, lo que las llevó en su juventud a asumir fuertes compromisos sociales. Años después se trasladaron a Rosario, donde su hija menor se recibió de maestra". 
La mayor, Salvadora, fue un personaje de antología, famosa por haber sido la compañera de Natalio Botana, el gran periodista y dueño del diario Crítica. AlvaroAbós (2001), en su detallada biografía sobre Botana, la llama "Venus Roja”, por la inusual combinación de pelirroja belleza y militancia anarquista.  El escritor explica:
"En aquel medio semirrural, la miseria y la ignorancia golpearon a Salvadora. Quería salir de allí para combatirla. No hay mayores referencias sobre la vida de Salvadora en aquellos años, salvo que desde muy joven le gustaba escribir […] y que tuvo una relación amorosa fugaz con un abogado enterriano de apellido Pérez Colman, de la que nació en 1911 su hijo Carlos Natalio, apodado "Pitón” […]. A Botana lo sedujo la belleza salvaje de Salvadora, su independencia, la fuerza que transmitía. Que Salvadora fuera madre soltera no le importó. Al contrario, él simpatizó de inmediato con ese niño que era como una pequeña réplica de la simpatía y luminosidad de Salvadora, y no sólo reconoció a Pitón, dándole su apellido, sino que lo quiso tanto como a sus hijos de sangre.”
El primer hijo de la pareja, Helvio, con quien desarrollé una buena relación en la década de los 80, me contó que el segundo nombre del chico, Natalio, fue agregado en el momento en que lo anotaron. El chico creció creyendo ser el hijo mayor de Botana.
El exitoso periodista tenía convicciones contradictorias; vivía aristocráticamente pero también alentaba movimientos izquierdistas. La militancia de Salvadora contribuyó a la atracción que sentía por ella. Vivieron a partir de 1915 en una fastuosa y sofisticada quinta de cuatro hectáreas en Florida, Vicente López, llamada Villa Alegre. Allí nacieron Helvio Idelfonso, "Poroto”; Jaime Alberto, "Tito”, y Georgina Incolaza, "China”. Poroto no se enojaba cuando yo le decía que aquello era una especie de "plutoanarquismo”. El dueño de Crítica mostraba su naturaleza protectora con cuanta persona le caía bien, especialmente si era pariente. En Villa Alegre acogieron a Carmen, a la que llamaban "Mane”, quien, con 18 años de edad, se decidió a dejar Entre Ríos.  
Carmen no aceptó la vida fácil que se le ofrecía y a los 20 años salió a buscar otros destinos. Se unió a Agustín Cavallo, un empresario de Rosario, pero la relación se cortó en la mitad de su primer embarazo. Su soledad la hizo volver brevemente a la protección de la quinta de Florida, donde el 5 de febrero de 1919 nació Alma. Cuando cumplió 21 años, se decidió a seguir la huella docente de su madre. En pocos años se hizo de un alto prestigio por sus capacidades intelectuales y laborales. En 1927 se casó con Ernesto Cantoni, un entrerriano veinte años mayor que ella, aficionado a la vida campestre, con quien tuvo dos hijos, Carlos y Luis "Gingin”. Cuando ya tenía 39 años y trabajaba en el Ministerio de Educación, la mala salud de Cantoni motivó un cambio que traería consecuencias para su familia y para algunos neuquinos. Por sus dolencias cardiovasculares, los médicos recomendaron a Ernesto la radicación en una región seca y no muy alta. Una compleja combinación de casualidades, la salud de Cantoni, la tristeza por el fallecimiento de una hija recién nacida y una lejana vacante docente, determinó que en 1936 se radicaran en Aguada de las Cortaderas, un paraje de criadores de chivas y ovejas, ubicado a veinticinco kilómetros de Cutral Co, que reunía a poco más de doscientos habitantes. De tal manera, Carmen se convirtió en la directora de la Escuela N° 45 y convirtió a Cortaderas en un lugar vivible, con una escuela que funcionaba muy bien, gracias a un internado que levantó con gran esfuerzo. 
Alma, mientras tanto, seguía sus estudios secundarios en el Colegio Normal de Belgrano, alojándose en la casa de Natalio Botana. En los veranos, acudía feliz al pequeño imperio rural de su madre en Neuquén. Así fue criada mi tía Pota, entre dos mundos con características opuestas: el esnobismo de una de las familias más ricas de la Argentina y la pobreza de aquellos "rotos” que vivían en la miseria, de la misma forma que cuando se inventó la agricultura hace 12.000 años. 
Siempre tuve buena relación con Pota. De pequeño quedé varias veces a su cuidado, y siendo adolescente me recibió varias veces de buen grado en su casa de Buenos Aires. Tuve una cálida y emotiva conversación con ella el 13 de abril de 1999, poco después de que cumpliera 80 años, la que transcribo literalmente:
- Tía, estoy ansioso por tener su relato sobre su madre y Cortaderas.
- Cortaderas era una zona grande, como quince kilómetros alrededor de la aguada, en donde había varios puestos de chiveros, cada uno con su pozo de agua. Estaban allí todo el  otoño y el invierno, y a partir de octubre hacían la veranada, arreaban los animales a la cordillera. Toda gente muy pobre, casi todos chilenos que habían venido por Andacollo y Las Ovejas. Además de esos ranchitos dispersos de adobe y paja, lo único que había era la escuela, que cuando llegó mamá también era un rancho. Ella lo convirtió en un internado con casi todas las comodidades; tenía una increíble capacidad de hacer cosas, de conseguir apoyo. Por ejemplo, a los chicos más inteligentes los preparaba y los mandaba al colegio Don Bosco, de Bahía Blanca, que tenía un sistema de becas para los chicos pobres. No se cómo conseguía las becas. Mi madre era muy buena maestra, tenía un carácter muy alegre... cómo los chicos eran muy parcos, en sus casas se sufría mucho, cuando empezaban las clases, les decía "bueno, niños, lo primero que les voy a enseñar va a ser a reír”. En poco tiempo cambiaban, eran felices y lo demostraban jugando y riéndose como todos los chicos. En Cortaderas no sólo era la maestra; también bautizaba y casaba, se convirtió en comadre de muchas mujeres con hijos, aconsejaba y hacía de juez de Paz, curaba las enfermedades más comunes y muchas veces hacía de partera. Fue una verdadera heroína, había mucho de bohemia, quizás por la influencia de la madre y la hermana, pero hoy no hay más maestros como ella… Había un gallego… Lucio, que pidió quedarse unos días y se quedó toda la vida. Con él construyeron las nuevas aulas, de adobe con piedras y pintura de arcilla sacada de las montañas de ahí cerca, de distintos colores. ¡Ah!, me acuerdo que yo tenía un compadre, Navarrete, un vasco bruto y los hijos tan brutos como él, pobres; mamá le pidió que mandara a los hijos para que aprendieran a leer y escribir; estuvo de acuerdo y como estaban lejos de la escuela ¡les dio con un rebenque una paliza a cada uno! Mientras les pegaba les decía: "Esto pa’ que no vayan a faltar a clase porque la maestra va a conseguir que apriendan a leer y escribir, pa´ que no vayan a faltar a clase”. No sólo a los hijos, también a la mujer le dio unos rebencazos: "A vos para que no vayas a servir de alcahueta”, o sea, para que no perdonara a los chicos si faltaban.
- ¡Qué época! Cómo cambiaron las costumbres –comenté-.
- Sí, todo era distinto. Cuando llegué no fue un buen momento, porque había fallecido una hermanita mía y mamá estaba muy triste. Mi padrastro era un buen hombre, tenia pinta de gaucho, grandes bigotes, sombrero, pañuelo al cuello y bombachas, siempre a caballo. Puso un bolichito en Cortaderas, que anduvo bastante bien. Pero tenía mala salud, falleció a los 70 años, cuando Mane tenía 50. 
Aporté algunos datos:
- Papá me contó que en 1934 habían cerrado la escuela, que antes de llegar Mane era la Nº 119, y la trasladaron junto con el director, que era Fernando Vendramini, a Cutral Co. Pero los habitantes de Cortaderas fueron a quejarse al Ministerio de Educación y a la gobernación y consiguieron que se volviera a abrir, precisamente cuando Mane se hizo cargo. Papá tiene gran admiración por ella, era incansable en la tarea de conseguir recursos, especialmente en YPF, donde hizo muchos amigos. Logró convertir la escuelita en un internado que se hizo famoso, porque no había otro igual en todo el Territorio. ¡Sin recursos del Ministerio de Educación les daba de comer a más de cincuenta chicos todos los días! Papá la ayudó mucho, organizaban kermeses en Cutral Co y Cortaderas para recolectar fondos. Iba a Cortaderas con Luis Tolosa, gran amigo que también fue uno de los fundadores del MPN. Tolosa era un gran animador, dirigía un juego de dados, "la grande y la chica”.
- Ah, no me acuerdo de eso, o yo no estaría por allí entonces. ¿Cómo era ese juego de dados?
- Se tiraban dos dados, si la suma era menor o igual a 6, era "la chica”; si era mayor o igual a 8, era "la grande”, pero si salía 7, ganaba la banca. La gente apostaba a la chica o a la grande. Matemáticamente ganaba siempre la banca, la gente lo sabía, pero eran las reglas aceptadas para ayudar a la escuela… Cuénteme cómo era su vida en Cortaderas.
- Mirá, yo la pasaba muy bien porque siempre me llevé de maravillas con la gente humilde. Esa fue la enseñanza que me dejó mi madre. Compartía la vida de los puesteros con mucho gusto y ellos me querían también.  Resulta que mi mamá se casó con Cantoni, que tenía la "enfermedad azul”, le llamaban así porque la sangre azul se mezclaba con la roja, la aurícula se juntaba con el ventrículo. Entonces había que buscar un lugar seco, no muy alto... y como mi madre estaba trabajando en el Consejo Nacional de Educación le dieron a elegir. Le dieron un mapa de los lugares donde le convenía ir, mi madre con un mapa de la provincia del Neuquén por delante, cerró los ojos y marcó. El destino... Nos fuimos todos, mi mamá tenía 39 años y yo 17… había hecho el secundario en el Colegio Normal en Belgrano, y quería estudiar ingeniería; me gustaba porque en mi familia eran todos ingenieros, por parte de mi padre, de Cavallo…, en fin… Debo haber sido madrina de medio Cortaderas. Una vez me invitaron a la "fiesta del angelito” y yo fui, contenta, sin saber de qué se trataba. Era gente muy religiosa, pero casi sin educación, que vivía muy aislada y tenía costumbres distintas. Resulta que el "angelito” era un recién nacido muerto, que en aquella época eran muchos por las condiciones malísimas. Ellos consideraban que esos pobres bebitos iban directamente al cielo, porque no habían tenido tiempo de cometer pecados, entonces la familia que tenía un "angelito” se consideraba afortunada. ¡Lo sentaban en una silla y le ponía unos palillos en los ojos para que se mantuvieran abiertos y así podían transmitir su luz! Terrible; además paseaban al pobrecito por todas las casas para que el vecindario se contagiara la buena suerte. 
- ¿Vivía toda la familia allí?
- Sí, Mane, Cantoni, Gingin y Carlitos, mis dos hermanos.
- Ah, sí. A Gingin no lo conocí, pero papá me contó que cuando estuvo un tiempo en Buenos Aires, en 1950, se hicieron amigos. Tu hermano lo llevaba a la cancha de fútbol de Independiente, la cancha vieja, con gradas de madera. Al viejo le gustó siempre mucho el fútbol y se acuerda porque fue la época del gran jugador paraguayo Arsenio Erico, que deslumbró a mi padre. Cuenta que lo veía como mágico, dice que para pararlo lo pateaban, pero volaba como un pájaro, caía parado, con la pelota dominada. Cada vez que papá se acuerda de aquellos domingos con Erico, se le iluminan los ojos. Una vez la pasaron mal con tu hermano a la salida de la cancha, porque hubo disturbios y quedaron en medio de la hinchada que le tiraba piedras a la policía montada, a la que le decían "los cosacos”; dispersaban a la gente con los caballos, se los tiraban encima haciéndolos girar, culatéandolos. Dice que les pasó el lomo de un caballo por centímetros, pero pudieron escapar. Bueno, volviendo a Cortaderas y Cutral Co, ¿cómo se enganchó con Elías?
- Yo tenía un amigo que había fabricado un vehículo muy gracioso, con cuatro maderas como chasis y un motor de Jeep. Me lo prestaba para ir a Cutral Co y Plaza a pasear. Me gustaba ir porque era más pueblo, había más gente para charlar y había hecho muchos amigos. Tu tío era intendente y me perseguía para hacerme multas, porque el engendro ese no tenía patente y además yo andaba rápido, ja, ja. Al principio nos peleábamos, nos quedábamos un rato discutiendo a los gritos –otra vez se rie- pero de a poco nos fuimos haciendo amigos y terminamos casándonos.
- Se encontraron dos potencias, dos personas fuera de serie. No me extrañan que se hayan enamorado. ¿Cómo empezó el romance?
- Una vez fuimos con Mane a comer un chivito, estábamos parando en una casa de unos amigos de Carlitos. Allí me lo presentaron formalmente, pero ya nos conocíamos por las multas. Después me mandaba cajas de bombones, a mí me gustan mucho los bombones y yo los recibía, total… Pero mamita me decía "cuidado con el turco” y yo le decía: "tranquila, me como los bombones a costillas del turco y después lo largo”. Los pagué caro los bombones, cincuenta años los estuve pagando -más risas.
- ¿Siguió usando ese vehículo?
- No, pocas veces. En general iba a caballo. ¡Mirá vos! En invierno viajaba a Belgrano R, me alojaba en el departamento de Botana, que tenía el mayor lujo posible; por ejemplo, su escritorio estaba forrado con pieles de tigres africanos. Y en verano vivía con esa pobre gente de Cortaderas, en una casa de adobe, sin electricidad, ni  nada, y me manejaba a caballo…
- Mi opinión es que usted y su madre fueron verdaderas heroínas; pudiendo vivir en el lujo, eligieron el sacrificio y la lucha por los pobres, compartiendo la vida de los pobres. Y usted se casó con un tipo que tenía una personalidad especial, alguien que iba a cambiar la historia de Neuquén, pero eso lo sabemos ahora. En aquel entonces, Elías, visto desde la cultura porteña, no era nada más que un "turco” pobre viviendo en un pueblo miserable en medio del desierto….
Pota respondió sólo con un largo silencio.
- Cambiando de tema, ¿de dónde salió su sobrenombre? ¿No le disgusta?
- Mirá, ¡no me hables!, claro que no me gusta. Era esa costumbre de la familia de mamá, heredada de Galicia, de ponerles sobrenombres a todos. Cuando era chiquita, me decían Porotita, pero al crecer creyeron que había que dejar de lado el diminutivo y quedó Pota. En la Argentina pasa, pero en Chile no puedo mencionarlo. A mamá le decíamos Mane, que es derivado de "mamá” y a mi tío Natalio Botana le decíamos Barbo.
- Nadie puede describir mejor a Elías que usted. ¿Me contaría sobre él, su personalidad… lo que le salga del corazón?
- Era brillante, un emprendedor nato, nunca desfallecía, aunque a veces se cansaba, pero la "depre” le duraba poco. Tenía el espíritu de los Jalil, porque los Sapag originales son más apáticos. Los Jalil, como la abuela Nacira, eran dinámicos. Te digo, fue muy valorable ese empuje que tuvo Elías, esa personalidad, porque cuando tuvo que dejar el Líbano, que le gustaba mucho, estuvo un mes con el revólver en la mesa de luz para pegarse un tiro, de la desesperación; ¡imaginate!, porque desde los 9 hasta los 20 años es la etapa más importante de la formación de una persona y él sufrió tantos cambios tan bruscos. Pero se dio cuenta de que, con tantos hermanos más chicos y el padre muy golpeado por la crisis que habían sufrido, tenía que asumir la jefatura. Como era costumbre antes, el hijo mayor era el que tenía que tomar las decisiones y solucionar los problemas. Entonces empezó comprando hacienda, haciendo las veranadas, trayendo ganado a Zapala; en varias oportunidades se quedó congelado en medio del campo. Una vez le dieron una paliza terrible por cuestiones de negocios. Cuando se fundó Cutral Co, con Felipe y con Amado se fueron y pusieron una casa de ramos generales, La Casa del Obrero, y a partir de allí salieron adelante. Eran muy unidos, lástima que después eso se perdió…
- Papá me contó que él y usted se llevaban muy bien.
- Fuimos compinches, fue una época hermosa, mis primeros años de casada, cuando vivíamos en Cutral Co en la misma casa con tu papá y Amado y José. Con tu padre siempre estábamos juntos, siempre sabíamos lo que sentía, lo que pensaba el otro, teníamos una afinidad muy grande. Nunca discutimos entre los hermanos menores de Elías y yo, si él se enojaba con uno de nosotros, se enojaba con los cuatro. Elías era muy machista y autoritario, bastante cascarrabias y se enojaba con frecuencia, pero al final no le dábamos bolilla. Después de un rato él se arrepentía, pedía disculpas y, para compensar, se ponía generoso. Era muy generoso y justo, todos recibían lo suyo y él protegía a todos. De todo eso, de las rabietas y las alegrías, allá en Cutral Co resultó una de las épocas más linda de mi vida… Aquello era hermoso.
- Es extraordinario que considere hermoso al Cutral Co de entonces y no menciones la vida rodeada de riquezas con los Botana.
- Mirá, en verano íbamos con Barbo en su Rolls Royce de Montevideo a Carrasco, Punta Ballenas y Punta del Este, los mejores balnearios; me encantaba porque podías ir parada en la cabina. En Buenos Aires mis amigos eran los redactores de Crítica, personas que se hicieron famosas, como Raúl González Tuñón y Ulises Petit de Murat, que en ese entonces tenían quince años más que yo. Íbamos a comer al restaurante La Emiliana en la avenida de Mayo, Barbo presidía mesas con veinte personas o más... Pero es que mi familia estaba en Cortaderas, en Cutral Co. En Buenos Aires no tenía esas cosas más espirituales, sólo lo material… Al que yo más quería era a Barbo…, bah, al único. En cambio, en Cortaderas se vivía el cariño de la familia.
- En ese momento, fin de la década del 30, ¿ya los Sapag habían logrado consolidar su capital?
-  No, teníamos para comer, para vivir, pero fortuna todavía no. La cosa empezó a cambiar cuando Elías y yo todavía estábamos en Cutral Co y llegó Amado de Zapala con todos los papeles del llamado a licitación para la entrega de carne a los cuarteles. Pero, para poder cumplir, se necesitaba capital y nosotros no teníamos un mango. Además tu tío estaba cansado, no quería saber nada de seguir con aventuras. Pero con Amado conseguimos convencerlo, de que fuera en tren a Bahía Blanca y gestionara con la firma Lanusse, que ya el abuelo Canaán conocía, a ver si nos daban un crédito. Lo consiguió, porque tenían buenos recuerdos de Canaán y de sus hermanos Juan y Elías, que trabajaron mucho con ellos antes de la crisis del 30. Nos dieron un préstamo de cincuenta mil pesos, no en plata sino en hacienda. Era mucho capital; eso nos permitió presentarnos y ganamos todas las licitaciones, en Zapala, Covunco y Las Lajas. Entonces compramos una camioneta, de terror, armada con partes, como el auto en el que antes yo viajaba de Cortaderas. Trabajamos mucho, cumplimos y así salimos adelante.
- ¿Era jugador Elías?
- Sí, todos los hermanos jugaban, pero no al punto de perder los estribos y poner en riesgo el capital de la familia. Además, casi siempre ganaba, por suerte.
- Papá me contó que una vez Elías, luego de la quiebra que hubo antes de casarse con usted, tuvo un golpe de suerte. Parece que no tenía un peso, pero un amigo que vivía en frente, Guigui,  el de la tienda, le prestó algo de plata, fue a una mesa de póquer en Plaza Huincul y ganó una fortuna. Con esa plata cumplió un sueño de la familia: hacer un pozo de agua en el terreno propio, con tanque y molino.
- No, Elías me dijo que con las ganancias del póquer pagó varias deudas.
- Bueno, probablemente hizo las dos cosas: con parte de lo ganado habrá pagado las deudas y con otra invirtió en los negocios y la casa… Cuénteme cómo lo veía a mi padre, a Felipe.
- Como es ahora, un carácter muy tranquilo, pero no tranquilo como el abuelo, que era como desconectado, sino sereno. Tu papá siempre fue activo. Hay una anécdota, te la cuento así te vas a dar cuenta de lo que quiero significarte: yo era polvorita, así que con tu tío andábamos al tire y afloje, y a las peleas. Un día se le ocurrió que la carne que íbamos a comer estaba en mal estado y entonces hacemos traer de la cocina un trozo para que lo huela. ¡No me voy a olvidar nunca esas cosas que me quedaron grabadas! Yo me sentaba en la cabecera, tu padre a mi izquierda, tu tío a mi derecha y después Amado, José y Carlitos Cantoni, mi hermano. Bueno, tu tío se levantó, le puso la carne en la nariz a Felipe y le gritó: "¡no me digas que esto no está podrido!”, y Felipe, sin levantar la cabeza, seguía comiendo con esa tranquilidad pasmosa que tuvo siempre y le dice: "no está podrida”. Elías le zampó el lomo por la cabeza, que cayó al suelo, pero Felipe siguió comiendo como si nada hubiera ocurrido, porque lo conocíamos a Elías. Era de broncas de dos minutos y después le entraba un arrepentimiento que se moría, no sabía qué hacer y ahí era donde aprovechábamos nosotros. Muy sereno, tu padre fue y es un gran compañero… Era muy linda aquella vida, éramos tan unidos, una comunidad… 
- Sus hijos mayores nacieron todos en Cutral Co…
- Sí, el Nuno, a quien le pusimos Carlos Natalio en homenaje al abuelo Canaán y a Barbo; Pipe, o Felipe Rodolfo, en honor a tu padre, ahora te cuento; Robertito, que falleció chiquitito, y Luz María. Los demás nacieron en Zapala, porque nos fuimos a vivir allí justo antes de que se casaran tus padres. Gringo, o Elías, es acuariano, nació en el 49, se parecía tanto a Silvia, tu hermana, que cuando los veían juntos creían que eran mellizos.
Con relación al primer hijo de Elías y Pota, Carlos Natalio, tengo un testimonio distinto, el que me dio Helvio Botana unos cuantos años antes: el nombre fue elegido en memoria del hijo mayor de Salvadora Onrubia, el que se suicidó a los dieciocho años luego de una discusión donde ella, en su ira, le reveló que no era hijo de Botana. Para no cambiar el buen clima de la conversación, no mencioné el tema. 
- Sus hijos mayores, mis hermanos Silvia y Ricardo y yo nacimos en la misma habitación de la casa de Cutral Co, que por suerte todavía existe…
- Sí. Tengo una anécdota muy linda. Cuando una noche me descompuse porque estaba por nacer Pipe, tu papá tuvo que salir a las corridas. Como Elías estaba en el campo, no teníamos vehículo, así que en el apuro se puso los zapatos sin medias y salió corriendo hasta Plaza Huincul a buscar a la partera, Lola se llamaba. Volvió con los pies ampollados. José y una muchacha que teníamos habían preparado todo. Tuve al chico bajo la luz de un farol Petromac. Por eso le pusimos Felipe al bebé, por la corrida que tuvo que mandarse tu padre. 
- Qué difícil que era, ¿no?
- A veces uno se hace problemas por pavadas. Yo digo: ¡las que pasamos! Yo, que no estaba acostumbrada a eso, yo tenía una vida fastuosa, con diez sirvientes, con tres Rolls Royce, pero nunca se me dio por quejarme y nunca me sentí desgraciada, ¡nunca!


Pasajes memorables de la época heroica  
En el verano de 1937 se produjo un suceso que quedaría en la memoria familiar como representativo del ímpetu de don Elías. La comunidad crecía firmemente y pugnaba por mejorar su infraestructura. Uno de los vacíos era un camino o avenida transitable entre el pueblo y la urbanización de YPF, entonces separados por un descampado de 3.500 metros entre el límite con el Octógono y la calle principal de Plaza Huincul, que comenzaba en el paso a nivel oeste del ferrocarril. Elías hizo muchas gestiones oficiales y oficiosas, pero el administrador de la empresa estatal no se conmovió. La existencia de aquel conglomerado de mapuches, criollos e inmigrantes pobres era ignorada por la cúpula administrativa y técnica de YPF, muchos de cuyos miembros se sentían superiores a aquella chusma. Se necesitaba el camino porque muchos de los pobladores trabajaban en YPF y habían muchos servicios mutuos entre los dos poblados. Al no existir una vía, no se podía transitar con vehículos y, además, estaba prohibido ingresar al Octógono con caballos, por ello los obreros debían concurrir a su trabajo a pie. Alma Cavallo, quien en ese momento tenía 17 años, setenta años después me contó cómo se resolvió el conflicto.
- Yo era amiga tanto de Elías como del ingeniero Francisco Rapallini, el administrador, un hombre muy conservador que tenía entonces unos 47 años. Discutieron mucho; cuando Rapallini le dio el no definitivo, porque según él no tenía autorización de Buenos Aires, tu tío le dijo: "A usted le falta voluntad y algo más. Pero no se haga problemas, igual nos vamos a arreglar”. Era un viernes; el sábado organizó a la gente del pueblo con picos y palas, más una pala niveladora que se empujaba con caballos. Cuando cayó la tarde empezaron a trabajar desde Cutral Co, y el domingo amaneció con el camino terminado. Rapallini estaba furioso, pero Elías, sonriendo, le hizo saber: "Ya informé a Neuquén que la obra está finalizada y el gobernador le manda a usted sus felicitaciones”. Asunto terminado.

Don Felipe me relató otra situación interesante:
- Poco después de que se casaran Elías y Pota, en el 39, Natalio Botana los invitó a un viaje de placer a Río Hondo. Su tío y él simpatizaron rápidamente y se hicieron amigos. Allí le ofreció la explotación de un bosque de sauce mimbre que tenía en una estancia suya en Valle Azul, que crecía naturalmente en la parte sur del Río Negro. La estancia se llamaba "La China”, por su hija, que así la llamaban. Eran diez leguas de campo, como 25.000 hectáreas, y el bosque tenía unas diez hectáreas bien tupidas. Botana había instalado un aserradero muy moderno, totalmente automatizado… era impresionante, unas máquinas fabulosas, brillantes y sin uso. El encargado de la estancia se llamaba Da Crema y no simpatizaba nada con Elías. No le gustó que fuéramos a sacar la madera, pero Botana le había dado la orden.
- ¿Por qué fue tan generoso Botana?
- Y…, la quería mucho a Pota… 
- ¿Cómo se movían? ¿Tenían un camión?
- No. Viajábamos Elías y yo en coches alquilados. Nos albergábamos en el casco de la estancia y vendíamos en General Roca y otras ciudades. Nosotros contratábamos a la gente y hacíamos todo el trabajo, Da Crema miraba -risas-. Explotamos el bosque durante dos años, vendíamos las tablas de una por ocho pulgadas y cuatro metros de largo a un peso; unas tablas bárbaras. ¡Elías hacía pasar el sauce mimbre por roble!, así le sacaba mejor precio. Después decidimos no seguir e hice el arqueo, que dejó una diferencia a favor de dos mil pesos. Era buena plata. Cuando llegamos a Cutral Co, Pota se lo llevó a Elías aparte y cuando volvieron me ofrecieron ese dinero para que pudiera ir a Buenos Aires a operarme la nariz, que la tenía rota y horrible. Yo no quería aceptar, pero Pota se puso firme. Bueno, la verdad es que yo quería operarme porque me sentía muy mal, muy feo con la ñata como la tenía, me había quebrado jugando al fútbol. Tuve que poner mil pesos más, que había ahorrado de mi paso por la Secretaría de la intendencia, pero pude arreglarme la nariz, tal como la tengo ahora. No es que sea muy elegante, pero mejor que la otra es.


De la extensa charla con tía Pota:
- Me acuerdo que usted iba mucho a Copahue, que tenía muchos amigos entre los chilenos de la feria…
- Sigo yendo a Copahue, tengo setenta años de Copahue. Me hice amiga de los campesinos chilenos que venían por el paso de Trapa Trapa todos los años; ya no vienen más. Eran muy lindas las ferias que se armaban. Yo los protegía de la Gendarmería, he arreglado problemas de pareja; un roto que le pegaba a una pobrecita, lo llamé, hablé con él, y después parece que se portó bien. Tenía una comadre… Terecia del Carmen Pereyra se llamaba, tengo una foto con ella. Una vez, sería el año 70, me pidió "si no me puede traer usted el año que viene un radio”. Le digo: "sí, sí, cómo no”. Al año siguiente le llevo una radio a pilas y a los pocos días llega mi comadre llorando: "Ay, el Juan nos robó el radio, anda arriando los animales con el radio por el monte y la gente dice que el Juan se ha hecho rico, tiene ahora un radio”. Yo agarro una hoja de block y escribo toda la historia: "Al señor Jefe de Carabineros de la República de Chile, de mi mayor consideración y respeto, hago saber a usted que el susodicho Juan ha hurtado la radio que yo le obsequié a mi comadre Terecia del Carmen Pereyra y anda por el monte, etcétera, y le agradecería que usted interviniera en lo que fuera posible. Firmado: Senador Nacional Elías Sapag”. Fui a la administración y pedí sellos, cualquier sello y entonces mi comadre me pidió una fotografía, parece que impresionaba más y entonces le puse una fotografía de Elías y allá se fue Terecia. A los pocos días vuelve mi comadre, sonriente, y me dice: "¡Al tiro agarraron el trascripto!” –risas-. Era gente muy pobre pero tan buena…


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