El rechazo, impuesto por el ala izquierda del gremio docente, a la última propuesta salarial del gobierno de Rolando Figueroa, provocó el final de la negociación paritaria de la coyuntura. El gobierno no tenía más que ofrecer. Nada, al menos, que circulara por el carril de lo racional, presupuestariamente hablando. Por lo tanto, hizo lo que se había anunciado: decretó el incremento salarial, de acuerdo con lo que quedó asentada en el acta de la última reunión. Junto con el decreto, quedó firmado un cambio de escenario, en el que el gobernador pone límites, urgido por la obligación mayor, que es garantizar el dictado de clases en la provincia.
La izquierda gremial y política neuquina, en la que dominan referentes como Angélica Lagunas, secretaria general de la seccional capital del gremio de los maestros, consigue así, al mismo tiempo, una victoria y una derrota. El triunfo se obtuvo en las asambleas y en el plenario sindical; y la derrota también, pues lo que allí consiguió Lagunas y sus camaradas fue el fin de la negociación, el decretazo salarial, y el ingreso de lleno a un terreno que, tal vez, tenga que transitar en soledad creciente, pues, paradójicamente, se agranda y fortalece la figura de su adversario, Marcelo Guagliardo, con mandato vigente por todo el año y el que viene.
El gremio deberá ahora enfrentar una huelga de 72 horas que convivirá con el incremento salarial. Ese paro será enfrentado fuertemente por el gobierno, pues el escenario ha cambiado: de la amable negociación, se entra en la rispidez de la confrontación inevitable. El gremio irá a la medida de fuerza, además, inexorablemente dividido. Porque, más allá de la "ética" militante del sindicalismo docente, lo cierto es que el aumento con el que estaba de acuerdo la conducción provincial, ha sido otorgado.
Esta objetiva combinación de factores debilita la ambición irrenunciable de la izquierda de agravar los conflictos como método para producir cambios más profundos. No hay conflicto largo que haya terminado bien en la historia sindical neuquina, y, particularmente, en la del rubro docente. Lo único que se ha conseguido es la sacralización de mártires caídos por la causa. Esa carga, nacida de injustas tragedias, es simbólicamente más importante, para la izquierda, que la obtención concreta de mejoras en la calidad de vida de los maestros. Ahora, el escenario vuelve a plantar esa presunta disyuntiva, entre ganar la reivindicación o ganar la imposición de la ideología propia.
El gobierno de Figueroa, mientras disecciona su autocrítica, se endurecerá. Está obligado por las circunstancias. La especulación razonable indica que convocará a las clases, a las escuelas abiertas y en funcionamiento, descontará días de paro, vigilará celosamente su obligación de impartir educación pública, pues así como la ciudadanía tiene el derecho, el Estado tiene la obligación.
La ensalada ideológica que confunde la mente de entusiastas apologistas del discurso reaccionario, posiblemente chocará contra la aridez empedernida de una realidad que no se alimenta de libros y enciclopedias, sino de necesidades un poco más primarias. En Neuquén, es hora de poner los pies en el suelo, levantar la cabeza, y discernir entre ambas posiciones y sus respectivas funciones elementales.