En Zapala, el pavimento no perdona y el cemento tiene memoria. Este jueves a la mañana, personal de la División Investigaciones de la Policía irrumpió en una casa del barrio Zona II con una orden clara: buscar adoquines robados. Sí, adoquines. 158 baldosas de cemento que alguien creyó que podían pasar desapercibidas en un patio, como si fueran plantas en maceta o adornos de jardín.
La escena fue tan insólita como efectiva: los uniformados entraron, buscaron y encontraron. Ahí estaban los 158 adoquines municipales, apilados como si alguien tuviera un sueño húmedo con empedrar su propia calle privada o fundar su república independiente de tres metros cuadrados.
La operación, dirigida por la fiscal Marina Fernanda Díaz, terminó con la demora de dos sujetos: uno de 31 años, que probablemente creyó que el plan era tan brillante como el cemento fresco, y otro de 19, quizás aprendiz en el noble arte de sustraer veredas.
Pero no se fueron solo con adoquines. Como si fuera poco, se llevaron también dos celulares —quién sabe si con algún tutorial guardado sobre cómo levantar una baldosa sin romperla— y algunas prendas de vestir que podrían haber sido usadas en el atraco. Tal vez un pasamontañas de obra o el mítico buzo con capucha que todo ladrón amateur guarda en su fondo de placard.
Las imágenes del procedimiento muestran lo mejor del género policial: oficiales transpirando mientras cargan bloques de concreto, flashes de celulares sobre objetos que no se mueven hace días, y ese aire de épica burocrática que solo puede dar el recuperar patrimonio municipal... a fuerza de pala y paciencia.
En resumen: alguien se quiso llevar la ciudad piedra a piedra y no llegó ni a la esquina. Zapala respira tranquila: sus adoquines están de vuelta, y el cemento vuelve a dormir en casa.