HISTORIAS AMERICANAS
El hombre que murió dos veces
Desde Estados Unidos, para Mejor Informado, una historia singular con un tal José de protagonista.He conocido e interactuado con gente “de cien mil raleas”, como cantaba Serrat. Gente peculiar y notable, con vidas azarosas, curiosas e inimitables. Personajes únicos, imprevisibles y novelescos.
Pero José, el protagonista de esta historia, ha puesto de cabeza todos mis paradigmas, preconceptos y verdades relativas acumulados en más de cuarenta años de ejercer este oficio de “entender lo que pasa y saberlo contar”.
Porque José, no solo aparenta ser un inmigrante más, que acumula toda una vida de trabajo duro en los Estados Unidos. No solo es ese recolector de sabiduría que la gente simple como él va atesorando a lo largo de su existencia. No solo es el hombre más amable y sereno que puede encontrarse en este país de 335 millones de personas, este continente formado por 50 países todos diferentes.
José es el primer hombre que conozco que ha muerto dos veces y sigue vivo.
Hace un tiempo pasé por su casa para llevarlo en mi auto a su trabajo como janitor, el encargado de la limpieza, en uno de los hospitales de la pequeña ciudad donde ambos vivimos.
El ritual de saludos y preguntas acerca de cómo anda la vida de cada uno es la llave que abre la puerta a los nuevos comentarios, más información personal y más reflexión sobre el diario vivir.
A poco de andar este hombre nacido en México me comentó entusiasmado que había dejado preparado en la cocina un guiso con frijoles, tocino, papas y algunos chiles, los temibles ajíes que tanto deleitan a los aztecas, todo ello en una vieja olla de hierro que heredó de su familia.
Y me lo contó con mucha emoción porque al parecer, cuando en la noche el guiso esté en su punto justo de concentración, su hijo, a quien no ve seguido, vendría a cenar con él.
José no es de aquellos que llevan el dinero como estandarte y enseña de su vida. Tampoco parece ser de aquellos que matarían a su madre por un ascenso en la escalera jerárquica de su trabajo. El es un janitor. El que limpia todo el hospital, desde los baños a las salas de espera y las habitaciones y lo hace con el orgullo de quien emigró y tiene un trabajo en este complicado país que le permite vivir dignamente y servir a su comunidad.
Tras la primera pausa en nuestra conversación, José me contó que había estado muy mal de salud y que había sufrido un cuadro de infección generalizada que había puesto en riesgo su vida. Pero lo que realmente ocurrió fue más allá de su modesta versión.
Todo empezó mientras estaba trabajando en el hospital. Un repentino e intenso dolor en todo su cuerpo lo atenazó violentamente impidiéndole moverse y haciéndolo caer al piso inconsciente.
Es evidente que el mejor lugar para sufrir un ataque de este tipo es precisamente un hospital ya que en cuestión de segundos, las enfermeras, sus amadas compañeras de trabajo, lo colocaron prestamente sobre una camilla y en cuestión de algunos minutos, José estaba en una sala de operaciones con un cirujano y todo un equipo preparándose a iniciar la operación.
Lo último que José recordaba de este momento era el tremendo dolor y el posterior desmayo. Lo que siguió había que buscarlo entre sus recuerdos de una semana más tarde.
José recordó que en un momento abrió los ojos. Estaba acostado en una cama del hospital, una habitación común, rodeado de una decena de enfermeras que celebraron con aplausos y besos su despertar.
En ese momento se enteró que había estado en cama durmiendo -o tal vez sin conocimiento- por casi una semana, que se encontraba bien y, obviamente, que había sobrevivido a una brutal septicemia con varios órganos comprometidos.
Pero la frutilla del postre, the icing on the cake como se dice aquí, llegó con el cirujano que, tras ingresar en la habitación, le dijo a José:
-¡No cabe duda de que sos un tipo con suerte…dos veces te nos fuiste y afortunadamente las dos veces te pudimos sacar…!
Un medico podría ser más riguroso en el diagnóstico, pero para hacer honor a la literatura periodística, voy a decir aquí que José murió dos veces en esa sala de operaciones y que, ya sea por la labor del equipo médico o la Providencia, sobrevivió para contarlo.
Cualquiera acomplejado de superioridad lo contaría con soberbia y solemnidad, es que algunos acarrean consigo el bronce mucho antes de atornillarlo en la bóveda. Para José en cambio fue una suerte de broma del destino, una aventura que terminó con los aplausos y los besos de sus compañeras y amigas: las enfermeras. Un episodio que, por fortuna, terminó bien.
Desde su sencillez y su modestia José reafirmó su personal escala de valores: morirse dos veces era una anécdota, lo verdaderamente importante era el guiso de frijoles, tocino, papas y chiles que cenaría con su hijo esa noche.
Y tenía razón.