HISTORIAS AMERICANAS
Encuéntrame en tus sueños (4ta parte: Un “cross” a la mandíbula)
El periodista y su amigo Sam son "invitados" al Precinto 22vo de la policía de Nueva York.Otro día de locos en el precinto 22vo de la policía de Nueva York.
Con jurisdicción sobre unas 340 hectáreas del Central Park, la delegación policial era un hervidero de agentes que entraban y salían trayendo detenidos con denuncias de todo tipo. La mayoría de ellos habían sido apresados por acoso callejero, robos menores y algún que otro vandalismo.
A esta altura del invierno, el parque está cubierto por la nieve, por lo que mucha gente va a patinar y los “descuidistas” están de parabienes con la sustracción de las carteras “descuidadas”.
En medio de ese caos, el detective John Valdez, uno de los más reconocidos investigadores de homicidios de Manhattan, leía por enésima vez el informe forense del cuerpo de Norman sin que el huracán de gritos, teléfonos que suenan, gente que entra y sale protestando, lo saque, ni por un segundo, de su foco en esos papeles.
Los había leído decenas de veces pero parecía que el rompecabezas no le cerraba. En realidad le faltaba una pieza, solo que no lo sabía.
Valdez había nacido en Nueva York de padres inmigrantes dominicanos y solo él sabía el esfuerzo que costaba abrirse paso en la carrera policial y llegar a ser detective siendo latino.
Este caso le preocupaba y mucho. Su olfato de veterano sabueso le decía que la cosa no terminaba aquí y que detrás de la muerte de Blake había mucho más.
Lo que no podía dimensionar aún es cuán profundo era el abismo que se abría bajo sus pies, donde el más insignificante error lo haría caer de bruces en el fondo del precipicio.
Mirando a su compañero y/o discípulo más joven, el oficial Steve Collins, Valdez preguntó:
-¿Cómo se llamaba el gordo que estaba en el departamento de Blake cuando llegamos? El que tiene un bar o algo así en el Village.
-Acá lo tengo. Nash, Samuel L Nash, la “L” es por Lawrence, creo que le dicen el “gordo” Sam. Y no es solo un bar jefe, es un club de jazz.
Valdez sabía muy bien la diferencia entre un bar y un club de jazz, pero prefirió no reconvenir a su subordinado y continuó con otra pregunta:
-Me pareció ver en el funeral a otro hombre con él. No se separaron ni por un momento. Al final hablaron con la hermana de Blake. ¿Tenemos alguna idea de quién puede ser?
-Mis informantes -una manera elegante de llamar a los soplones- me dijeron que es un periodista y habitué reciente del club de jazz. No hay mucha más información pero parece interesado en investigar la muerte del pianista, tal vez quiera publicar algo, señaló Collins.
-Bien Stevie, vamos a ver si podemos conocerlo ahora, dijo Valdez dirigiendo su vista al teléfono en su escritorio.
Con Sam llegamos al precinto con bastante prisa pese a la nieve y el tráfico. Allí nos estaban esperando Valdez y Collins que, minutos antes, habían llamado al club para invitarnos a una “amable” conversación en la delegación.
Esto despertó en mí numerosos interrogantes. El primero y quizás el único verdaderamente importante: Por qué dos detectives de homicidios querrán vernos para hablar de un muerto por una sobredosis accidental de heroína. Confieso que la más inocente presunción me erizaba la piel.
El “gordo” Sam se veía más intranquilo que yo, sospecho que la sustracción de la foto de la niña en medio de una investigación forense lo atormentaba ya que el hecho constituía mínimamente el robo de una prueba, y eso se paga con varios años de cárcel.
Yo traté de tranquilizarlo diciéndole que cuando llegue el momento les diríamos lo que pasó con la foto:
-Todavía es prematuro, no sabemos qué clase de gente es esta.
Eso pareció tranquilizar a Sam, y a mí también por cierto.
Tras los saludos de cortesía, nos invitaron a pasar a un cuarto para interrogatorios, un pequeño salón equipado con una pared Gesell, desde adentro se ve como un espejo y de afuera es una ventana normal.
Valdez fue el encargado de abrir el fuego:
-Los convocamos porque sabemos que están investigando por su cuenta y a su manera, lo cual puede llegar a entorpecer nuestro trabajo si no lo hacen correctamente, pero al mismo tiempo pensamos que con un poco de supervisión de nuestra parte, nos pueden ayudar a resolver este enigma. Por eso queremos saber lo que tienen hasta ahora. Queremos saber…
-¿Por qué llevan ustedes este caso? Interrumpí y continué:
-¿No se supone que fue una muerte accidental?, dije en voz aún más alta.
Valdez hizo un silencio, me miró fijamente y, con voz calma pero firme, dijo:
-Blake no murió en forma accidental, lo asesinaron.
Con el “gordo” nos quedamos petrificados, sin palabras, mirando al detective en el más absoluto silencio.
-Es por eso que interviene el departamento de homicidios, agregó.
Nosotros seguimos sin emitir sonido. Y ahí Valdez remató dirigiéndose en forma directa a mí:
¿Tiene alguna otra pregunta el señor periodista?
Fue como un “cross” a la mandíbula. Si Valdez quería ponerle un límite a mi soberbia, un freno que yo recordara por el resto de mi vida, lo hizo con creces. Tras la cuenta de 10 del árbitro, el detective retomó entonces su exposición:
-Todavía no podemos darle detalles del informe criminológico hasta tanto la investigación este avanzada. Hay muchos cabos sueltos que necesitamos atar y creo que podemos hacerlo juntos si nos ayudan a la vez que nosotros los ayudamos a ustedes. Quid Pro Quo. Pero antes que nada primero lo primero:
¿Dónde estaban ustedes la noche del 3 de enero pasado cuando asesinaron a Norman Blake?
-Yo estaba en Sudamérica enviado por la agencia de noticias para la que trabajo. Cuando regresé, Norman ya estaba muerto, balbuceé
-Yo estaba atendiendo mi club. Esa noche habría unas 60 personas que son clientes frecuentes. Luego ustedes me llamaron porque mi teléfono estaba escrito en la puerta de la heladera de Norman para casos de emergencia. Lo demás ustedes ya lo saben, dijo como pudo Sam.
Valdez pareció convencido con nuestras coartadas y se quedó en silencio un rato como si navegara en sus más profundos pensamientos.
Tras una pausa, retomó la conversación:
-¿Saben ustedes si alguien odiaba tanto a Norman como para asesinarlo? ¿Tenía algún enemigo o alguna relación complicada que pudieran haberse deteriorado tanto como para querer quitarle la vida?, preguntó.
Con Sam tratamos de explicarle a Valdez que la vida privada del Fantasma era un territorio totalmente desconocido, no solo para nosotros sino para el resto de la humanidad, y que, a no ser que él mantuviera alguna relación secreta que nosotros no supiéramos, no sabíamos casi nada.
Me di cuenta de que incluso a un veterano y experto policía como Valdez, le costaba creer esto de un artista. En general, las personas normales, incluso los excéntricos personajes del arte tienen algún amigo, alguna pareja o algunos hijos, sobrinos y nietos, no siempre sanguíneos, pero sí del corazón. Eso me hizo pensar que tal vez Norman tenía en algún rincón una vida normal que no compartía con nadie.
-¿Pueden darnos algunos nombres al menos de gente cercana a Blake?, insistió el detective.
-Sí, no hay problema, hasta ahora tenemos a un tal Johnny Ray, una tal Lady Sax, su hermana Susan Blake y el padre Milligan, Sean Milligan…es todo lo que tenemos por ahora, apunté.
-¿Ese Milligan es el sacerdote que habló en el sepelio, verdad?, preguntó Valdez.
-El mismo, pero todavía no hablamos con él, aclaré.
-Tengo entendido que es un cura con mucha influencia en la Iglesia Católica de la costa este, un hombre del poder religioso, se rumorea incluso que estarían por nombrarlo cardenal…
-Lo que lo dejaría a un paso de ser Papa…señalé.
-En efecto, ¿y qué clase de relación tenía él con Norman?, preguntó Valdez.
-Milligan había sido su confesor y catequista en la escuela primaria, expliqué.
-Una relación muy cercana… ¿sabe lo que dicen los curas?
-No Valdez, ¿Qué dicen?
-“Dame un niño a los cinco años y será mío toda la vida”.
-No sé si decir que la frase es inteligente o siniestra, apunté.
-Me temo que las dos calificaciones son correctas, dijo el policía y cerró:
-Manténgannos informados de sus pasos, no sabemos a qué nos enfrentamos y no se hagan los héroes por favor que ya tenemos demasiados cadáveres en el ropero.
Nos despedimos. Con el “gordo” salimos a la calle, al frío y a la ciudad desnuda con sus 8 millones de historias. Caminamos hasta el auto y en el trayecto, Sam me preguntó:
-¿Todavía te duele?
-¿Qué cosa?
-La piña que te pegó Valdez.
-No fue para tanto, me siento como Foreman en la lona después de la derecha cruzada de Muhammad Alí en el ring de Kinshasa...
(Continuará)