Nido de las manos

Hombres de letras

Dulio y Torito ejercen uno de esos oficios de los que cada vez quedan menos entendidos. Son letristas y a la hora de tocar la pared con el pincel no les tiembla el pulso.
lunes, 20 de enero de 2020 · 22:52

Domingo al mediodía. Corría un viento de locos en el Parque Industrial de Plottier. En un predio privado, lindante con la agreste meseta, Dulio y Torito estaban pintando letras y numeraciones a unos contenedores de una empresa petrolera. Pero, a pesar de ser domingo, del viento y del calor, Torito cuenta que es su cumpleaños pero que ama tanto este trabajo que ni siquiera un día como este, dejaría de trabajar.

“Lo más difícil es afrontar el clima. A veces hay viento, o hacen 38 grados de calor. En invierno, 7 grados bajo cero” explica Dulio pero, inmediatamente rescata lo que sí: “Pero lo que más me gusta de este trabajo es que vas cambiando siempre de lugar. No es como estar en la oficina. Hoy estamos acá y mañana podemos estar en otro lugar totalmente diferente”.

Foto: Torito y Dulio evalúan con qué herramienta encarar la próxima letra.

Hechos y derechos 

El oficio del letrista es uno de esos que se puede aprender de chico, mirando y curioseando. Así aprendió Dulio Barriga a pintar sus primeros carteles. También aprendió así Reinaldo Toro (o “Torito” como le dice todo el mundo). Ambos llevan más de 40 años en este oficio, comparten la pasión del pincel y hace ya un tiempo que se acoplan para hacer trabajos en conjunto.

“Yo siempre me dediqué a las letras. Empecé hace 42 años en Cutral Có y Plaza Huincul. Y aprendí por correo, así se estudiaba en aquella época, para letrista y dibujante. Tuve negocios y otras cosas pero las letras siempre fueron mi trabajo principal”, cuenta Dulio, mientras observa cómo el viento levanta cada vez más la tierra del páramo dónde están los contenedores recién pintados.

Foto: Dulio Barriga, detallista y pausado, como sus trabajos.

Torito, que está a unos días de tramitar su jubilación como empleado público, también rememora sus inicios entre risas y varios tonos más arriba que su amigo. “Yo hace más de 40 años que soy letrista. Empecé en el ´75 repintado carteles con otro colega. Yo agarraba los trabajos para repintar y otro letrista hacía las letras porque yo en ese tiempo era aprendiz pero ya me gustaba mucho este oficio”, relata.

El buen letrista

Dulio cuenta que entre letristas se conocen casi todos. “Bueno, los de antes”, aclara, “nos conocemos todos. Vemos un cartel y ya sabemos quién lo hizo”. Vale la aclaración porque ya no son muchos los que atesoran el know how de este oficio.

Entonces preguntamos cuál es la marca distintiva de cada uno, a lo que Dulio responde que su fuerte son las letras imprentas. Primero las marca bien y después las pinta con esmalte sintético. En otros tiempos hacía cientos pasacalles para las campañas políticas o quinceañeras, pintaba edificios enteros con dibujos gigantes de alguna publicidad. “Pero ahora con las gigantografías, eso ya no se hace mucho”, comenta. Por eso hoy tiene mucho trabajo en torres, pozos y equipos petroleros.

Foto: bajo la forma "Torito-Barriga", combinan su experiencia para hacer las letras que vuelven inolvidable el frente de cualquier almacén.  

En cambio, a Torito las letras en imprenta le cuestan un poco más, por eso es un experto en mano alzada con la que puede hacer, como si nada, una fórmula política en un paredón de 2 por 50 metros. “Con la imprenta tengo algunos inconvenientes (risas). Es más difícil, hay que marcar pero soy medio flojito. Por eso hago mucha letra manuscrita, la cursiva. Tiro unas paralelas y ¡pum! Escribo todo ahí nomás. Además, lo mío es más comercial. La gente me busca para pintar una fiambrería, alguna despensa, carnicerías y si me piden un dibujo,  contrato a algún colega dibujante”.

“Esta es una profesión que me encanta. Me voy a morir con el tema de los carteles. Yo agarro mi camioneta y mis dos escaleras, y voy conociendo todo. Además me deja buena plata”. Reinaldo “Torito” Toro.

Luego de tantos años de experiencia ambos manejan la técnica a la perfección: son prolijos, conocen de colores y “sombritas”, interpretan de un sólo vistazo las distancias y saben muy bien que deben dar en el blanco: “si yo le hago un trabajo a una persona que tiene una mueblería tengo que hacer algo atractivo y que la gente mire la publicidad, tome el teléfono y llame”, explica Torito.

Foto: delinear cada letra sin perder el pulso jamás.

Ambos conocen una máxima: la destreza especial que debe tener un buen letrista es la de nunca dudar porque “si dudás te empieza a temblar el pulso y estás frito”, revela Toro mientras muestra las reglas y escuadras que lleva en su maletín de trabajo, en el que también hay hilo y tiza para marcar, un lápiz negro, un metro y un nivel.

Historias entre letras 

Este oficio les dio a ambos experiencias y anécdotas de todo tipo. Torito agarra su camioneta, carga sus dos escaleras (una grande y otra más cortita), mucha pintura de distintos colores y sale a la ruta. “Me voy metiendo a los pueblos. Voy por Bariloche, El Bolsón, Lago Puelo, Esquel. Ahí no son muy comunes los letristas (risas). También agarré muchos trabajos en Jesús María y Cosquín. Y voy haciendo carteles. Y voy dejando huella”.

Así, ha conocido gran parte del país. Hasta llegó a pintar en la sala de máquinas de un barco de pescadores artesanales en Rawson (luego, entre risas, confiesa que más que pintar, lo que hizo fue mirar cómo pescaban porque por el vaivén de las olas era tan vertiginoso que le resultó imposible posar el pincel en algo firme).

Foto: Reinaldo "Torito" Toro.

También les tocó pintar carteles algo extraños y graciosos. Dulio no olvida cuando a sus 15 años hizo su primer cartel en la pared de una rotisería en Plaza Huincul. “La rotisería era de una señora amiga de mi viejo. Se llamaba ´Apoi Pitra´, me acuerdo perfecto. Era el primero, no me olvido más. Le hice letras negras con una sombra roja. Pero tardé como dos semanas. Primero, porque me costaba, y después, porque a las seis de la tarde se armaba partido de fútbol, entonces pintaba una letra y me iba a jugar (risas). Así empecé, sin imaginar que de ahí iba a salir letrista”.

Foto: Juntos, trabajando en el Parque Industrial de Polttier. 

Ante el relato de Dulio, Torito no tardó en recordar una anécdota que siempre lo hace reír. Cuenta que una vez lo llamaron para pintar el frente de una verdulería. “El loco era muy loco, una persona linda, y me pidió que le hiciera unos dibujos. Me pedía por lo menos unas guindas, un racimo. Yo no sé dibujar pero algo le hice. Y faltaba el nombre. Ahí es cuando me pide que diga ´frutería y verdulería Cualquier Verdura´ (risas). Era un nombre muy particular”.  

Pintadas políticas, frentes de comercios, edificios, mobiliario urbano: el letrista puede pintar lo que se proponga pero el pasacalle pareciera ser un tema aparte. “Hacer pasacalles era lo que más me gustaba. Me encantaba. Era mi trabajo preferido. Hacía comerciales, feliz cumple, 15 años. Hacía hasta 500 para las campañas políticas”, dice quien firma sus trabajos como “Barriga”.

Foto: que sería de los comercios de barrio sin sus carteles. 

Pero, su amigo evoca a una especie de proverbio letrista: “Ojo, porque los pasacalles son para bien y para mal”. Y comienza con sabia picardía, el relato: “una vez, un hombre que no voy a dar el nombre (risas), no me pagaba. Entonces fui, me compré 7 metros de rafia y le puse: ´Señor tal, te pido, te ruego, te suplico que me pagues lo que me estás debiendo´ y lo colgué en Colón y Belgrano. En dos horas me estaban llamando para pagar. Y después hice uno en el barrio Gregorio Álvarez que decía ´Gran venta de locro 25 de mayo. Tiene de todo. Bien criollo. Más rico que Lázaro Báez”. La foto de mi pasacalle llegó a los noticieros, recorrió la Argentina. Todo el mundo le sacaba fotos”. 

Foto: Frente de local en la calle Catriel de Neuquén pintado por Torito.

Lo más lindo que hay

A pesar de que estos artesanos del pincel aseguran que su oficio se está extinguiendo, igual mantienen la mirada optimista: “Siempre tenemos trabajo, somos muy buscados” dice Torito. Y, para concluir la charla, rescatan la importancia del trabajo del letrista ya sea porque, como dice Dulio, hay mucha gente que ya no quiere más el plotter y quiere volver al pincel o, como dice Torito: “nuestro trabajo es importante porque siempre, todos los días, mal o bien, esté como esté la economía, siempre alguien abre un negocio. ¿Y a quién necesitan llamar? A un letrista y ahí estamos nosotros al pie del cañón”. 

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