La inédita discusión pública entre Donald Trump y Volodimir Zelenski representa un nuevo capítulo del guion de terror que el presidente de Estados Unidos escribió hace meses. Lo sorprendente no es el contenido de lo que Trump le dijo al presidente ucraniano, sino la brutalidad con la que lo expresó, porque se trata exactamente de lo que Trump viene diciendo sobre la guerra en Europa que acaba de cumplir 3 años.
Sin embargo, pocos quisieron creer que Trump abandonaría a Ucrania de la forma en que lo está haciendo. Sobre todo muchos de sus aliados más cercanos alrededor del mundo, que ahora no saben dónde meterse cuando su líder preferido se acerca a un dictador. Los ucranianos, frente a la invasión ordenada por Putin, decidieron resistir y por eso siguen teniendo un país. Han pagado costos altísimos en términos de pérdida de vidas de soldados y civiles, así como de destrucción. También se quedaron sin un quinto de su territorio si se tiene en cuenta Crimea, capturada por Putin en 2014.
Zelenski fue clave para que Ucrania se mantenga de pie. En el minuto cero de la invasión, decidió liderar la resistencia. Dentro de un dramático contexto por la invasión de una potencia nuclear, tuvo éxitos militares inesperados, contuvo el avance ruso sobre Kiev e hizo pagar caro a los rusos sus ambiciones expansionistas. Recorrió el mundo las veces que hizo falta y consiguió apoyo económico y militar de Occidente, fundamental para frenar a Putin y evitar que la situación actual sea mucho peor para Ucrania, para Europa y para las democracias occidentales. También para Estados Unidos.
Desde que comenzó su campaña para volver a la presidencia, Trump anunció que frenaría la guerra, sin dejar demasiadas alternativas sobre cómo lo haría. Su propuesta es clara: tanto Rusia como Ucrania deben conformarse con lo que tienen hoy. Para Ucrania, esto significa un país amputado, sin posibilidad de asociarse a la OTAN y seguramente tampoco a la Unión Europea, quedando expuesto a los impulsos conquistadores de Putin. Para Rusia, en cambio, implica mantener el control de un quinto del territorio ucraniano, que incluye zonas ricas en producción de alimentos y minerales, y se asegura su zona de influencia al no poder Ucrania asociarse a Europa.
Trump, junto a su vicepresidente aislacionista y ultraconservador J.D. Vance, humilló a Zelenski en la mismísima Casa Blanca y delante de toda la prensa mundial. El presidente ucraniano resistió como pudo los embates, intentando contestar las violentas acusaciones y exigencias de los anfitriones. Su respuesta más contundente fue cuando argumentó porqué no se podía confiar en Putin. Les recordó algo que seguramente ni Trump ni Vance sabían: que el líder ruso violó los acuerdos de Minsk firmados en 2014.
Pero después pasó algo que presumiblemente tenga peores consecuencias para Zelenski que para Trump: no se firmó el acuerdo por el que Ucrania cedería a EE UU el 50% de los ingresos que obtenga de la explotación de minerales. Se trata de un pacto que la administración del republicano considera un pago por el apoyo militar durante los tres años de guerra y que le daría garantía a Ucrania de que no volverá a ser atacada. Trump ya demostró en este mes y medio de gobierno que solo entiende la política internacional en clave de negocios, y que cuando no logra sus objetivos y sus planes se complican, solo piensa en vengarse. Firmando el acuerdo, Zelenski podría haberlo dejado conforme y quizás abrir una pequeña ventana para seguir negociando apoyo de Estados Unidos. Después, el presidente ucraniano escribió un tuit tratando de bajar la tensión, consciente de que necesita imperiosamente el apoyo estadounidense.
Tras el escándalo en la Casa Blanca, Zelenski se reunió con los principales líderes europeos, quienes ya no deberían tener ninguna duda: no solo tienen que coordinarse e impulsar una estrategia militar conjunta para sostener a Ucrania y contener los deseos expansionistas de un Putin triunfalista, sino que deben olvidarse de Estados Unidos para garantizar su propia seguridad. Esto parece tenerlo bien en claro el flamante triunfador de las elecciones en Alemania, el democristiano Friedrich Merz, quien apenas ganó dijo que su “prioridad absoluta” era la de reforzar Europa "tan rápido como sea posible para que, paso a paso, alcancemos la independencia de Estados Unidos”. En ese sentido hay que analizar el acercamiento entre Berlín y Paris para empezar a considerar establecer un paraguas nuclear propio para la defensa europea. Para concretar esta idea se necesita al Reino Unido, la otra potencia nuclear europea junto a Francia.
También hay países que hoy están muy cerca de Estados Unidos pero podrían terminar como Ucrania y Zelenski. El caso más claro es el de Israel y el gobierno de Bibi Netanyahu que hoy recibe un apoyo irrestricto en relación con su conflicto con el grupo terrorista Hamas. Sin embargo, todo puede cambiar cuando el tema Irán entre en el escenario otra vez. Un acuerdo de paz, o al menos para frenar la violencia, en Medio Oriente no podría dejar afuera a los persas. Siguiendo la misma lógica aplicada al conflicto Rusia-Ucrania, Trump podría imponer un acuerdo a Israel que deje activo a Irán y latente su plan nuclear. Algo inaceptable para Israel, mas aun después del 7 de octubre de 2023. Sería un golpe durísimo para el gobierno de Netanyahu que podría empezar a extrañar a Barack Obama y su JCPOA (El Plan de Acción Integral Conjunto), aquel acuerdo internacional sobre el programa nuclear de Irán que firmó en 2015.