Si hay algo que destaca al ser humano por excelencia es el deseo de superarse: Alejandro Montagna y Marcelo Vives son el ejemplo viviente. Muchos pensarán que saltar de un avión a 13.000 metros de altura bajo la luz de la luna es digno de un manicomio, pero el trabajo y preparación profesional que requiere esta profesión y fanatismo deja boquiabierto a todo el mundo.
En una entrevista exclusiva para Mejor Informado, Alejandro, el experimentado paracaidista bonaerense, relató cómo rompieron el récord Guinness de Salto Nocturno a Gran Altitud.
"La gente a veces nos trata de locos o inconscientes pero el deportista extremo que sobrevive muchos años es consciente, planificador, respetuoso de los limites y que trata de evitar riesgos innecesarios", expresó contundentemente.
Este lunes por la madrugada, desde las 3:40 de la mañana (hora argentina) hasta las 4, los dos argentinos, junto a un equipo de profesionales y otro paracaidista estadounidense -Taylor Flurry-, lograron la gran hazaña en el aeródromo WTS, cercano a Memphis, Tennessee, Estados Unidos.
Para realizarlo, la planificación comenzó hace más de un año con la intención de romper un récord sudamericano. Sin embargo, al reunirse con un juez de la Federación Internacional de Aviación, surgió la oportunidad de ir por uno mundial.
Este tipo de saltos involucran muchos riesgos y condiciones extremas. Lo primero en conseguir fue un avión, el Cheyenne 400LS con dos turbinas de 1000 caballos, que tiene la potencia para subir en 15 minutos y que está modificado para poder abrir la puerta a esa altitud.
Luego, la caída libre de noche a más de 300 kilómetros por hora durante 4 minutos y la temperatura extrema -con una sensación térmica de -100ºC-, también requirieron de linternas tácticas, trajes electrotérmicos y guantes especiales. "Probamos los guantes en tierra firme y en cinco minutos te calientan la mano a un punto tal que te los tenes que sacar", detalló Alejandro.
También hubo otra característica esencial: la altura. 13.000 metros, dos kilómetros más alto de lo que vuela un avión comercial, implica un gran riesgo de sufrir el Síndrome de descompresión que provoca que el nitrógeno en la sangre se transforme en burbujas y de sufrir hipoxia o desmayos por la falta de oxígeno. Por eso, estuvieron conectados por más de una hora a tubos que les administraban O2. "Todos teníamos los signos vitales conectados en tiempo real, midiendo pulsaciones y oxigenación en sangre y si cualquiera de los que estábamos en el avión tenía el oxígeno debajo de 80, se supendía inmediatamente la misión", expresó.
Finalmente, llegó el momento del salto. En el instante que el piloto prendió la luz verde, el equipo tuvo 4 segundos para saltar: "Si no salimos en el momento exacto que el piloto la enciende, podemos aterrizar en otro pueblo", continuó el paracaidista que salta de aviones desde los 24 años.
"En mi cabeza es un procedimiento practicado muchas veces, es como una planificación militar. Encendés el switch y comienzan tareas que no se detienen y no hay dudas. No es que llegas a la puerta y pensás si hacerlo o no", detalló.
La hazaña fue exitosa: Alejandro, Marcelo y Taylor rompieron el récord. El juez, quien también estuvo presente, se llevó los GPS sellados que cada uno portó en su uniforme para presentarlos a la autoridad global de Guinness World Records y a la Federación Internacional de Aviación quienes oficializarán el logro.
Finalmente, Alejandro concluyó con una reconocida frase del filósofo y poeta Friedrich Nietzsche con la que se siente identificado: "aquellos que estaban bailando eran calificados de locos por los que no podían escuchar la música”, relató.