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Miércoles 28 de Mayo, Neuquén, Argentina
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Cayó una banda acusada de estafar jubiladas desde Neuquén: cómo operaban y qué pasará con ellos

Detrás del “phishing”, el “vishing” y otras jerigonzas técnicas, hay algo más simple: un engaño clásico. Acá te contamos cómo evitarlos. 

Martes, 27 de mayo de 2025 a las 14:42

Una pantalla compartida, una voz amable del otro lado del teléfono, un nombre inventado y una promesa: “Soy del banco, vengo a ayudarla”. Así empezó la pesadilla para una mujer de Santa Elena, Entre Ríos. Lo que siguió fue un saqueo. No con armas, sino con clics. No con capuchas, sino con auriculares. El crimen, ahora lo sabemos, tenía rostro, y vivía en Neuquén.

A casi un mes del hecho, la historia dio un giro. Una operación meticulosa encabezada por el Departamento de Delitos Económicos y su división especializada en ciberdelitos arrojó resultados concretos: cayó uno de los sospechosos de la estafa millonaria. No fue en una cueva ni en un callejón. Fue en una vivienda común, en esta ciudad, donde el delito se camufla con la rutina y la impunidad con el anonimato digital.

El arte de desaparecer tras una pantalla

La investigación comenzó el 22 de abril. Una jubilada fue convencida de que debía “verificar movimientos sospechosos” en su cuenta. Lo hizo, confiada, permitiendo el acceso remoto a su dispositivo. En minutos, su cuenta fue vaciada, se activó un préstamo por una suma millonaria, y días después volvió a sonar el teléfono. Esta vez, el estafador se disfrazó de funcionario judicial. Un nuevo intento, mismo objetivo: vaciarle lo poco que le quedaba.

El rastreo de llamadas, IPs, transferencias y perfiles digitales condujo, semanas más tarde, a un domicilio en Neuquén. El martes por la tarde, una orden judicial solicitada por la Justicia entrerriana permitió el allanamiento. Lo que se encontró no fue solo evidencia de una estafa: fue una radiografía del delito moderno.

El botín digital y el mapa del crimen

En la casa del sospechoso se incautó una computadora portátil –posible epicentro de las operaciones digitales–, dinero en efectivo, un limitador para automóviles, un televisor de 70 pulgadas, neumáticos con llantas de aleación y hasta un medidor profesional de fibra óptica. Todo parece sugerir que la estafa no era un golpe aislado, sino parte de una operatoria más amplia, cuidadosamente planeada, con recursos y logística.

Detrás del “phishing”, el “vishing” y otras jerigonzas técnicas, hay algo más simple: un engaño clásico. Los estafadores no necesitan contraseñas, solo confianza. Se disfrazan de bancos, de fiscales, de empleados que “quieren ayudar”. Atacan sobre todo a jubiladas, personas solas, con tiempo y miedo. Personas que, como la víctima de Santa Elena, nunca imaginaron que el crimen les llegaría por WhatsApp.

Desde las fuerzas de seguridad se reitera una verdad incómoda: ningún banco ni entidad judicial solicitará jamás compartir pantalla ni datos privados por teléfono. Cortar a tiempo es, muchas veces, salvarse del saqueo.

Lo demás, es silencio digital. Hasta que suene otra vez el teléfono.

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