Nada sorprendió a los vecinos cuando la Policía lo demoró. Lo que para otros sería una noticia, para el barrio Sarmiento de Centenario ya es parte de la rutina: delincuentes que se repiten, familias enteras marcadas por la violencia y un sistema que llega tarde.
Este martes, cerca de las 5 de la madrugada, un hombre de 45 años fue detenido tras robar en una rotisería. Forzó una ventana y se llevó lo que pudo: un cuchillo, una tijera, un parlante, entre otros objetos. No alcanzó a huir. La alarma lo delató y la Policía de la Comisaría 52 lo detuvo en el acto.
Lo más inquietante del caso no fue el robo en sí, sino el apellido del ladrón. Se trata del padre de un joven conocido por sus múltiples delitos en la zona. El mismo que semanas atrás apuñaló a su hermana, también menor de edad, en otro episodio que quedó registrado en la crónica policial.
Así, la historia de esta familia parece contarse con partes policiales. Un entorno marcado por la violencia cruzada entre sus propios integrantes, por la reincidencia y por la ausencia total de límites o contención. Hoy roba el padre, ayer fue el hijo. Mañana, quizás otro.
¿Qué pasa cuando la violencia es parte del ADN familiar?
Lo que este caso refleja es mucho más que un hecho aislado. Es el síntoma de un deterioro social más profundo, donde las herramientas de prevención no llegan y donde la marginalidad se transforma en herencia.
Cuando los hijos crecen viendo a los padres delinquir, cuando la agresión se naturaliza puertas adentro y la respuesta estatal solo aparece después del delito, el resultado es tan previsible como alarmante.
Este tipo de historias se repite con nombres distintos en barrios de Neuquén, Centenario y otras ciudades del Alto Valle. Lo que cambia es el grado de violencia. Lo que no cambia es el patrón: abandono, agresión, impunidad.
Un sistema que falla antes, durante y después
El detenido fue trasladado al hospital y luego a la comisaría. Habrá una causa. Quizás una condena leve. Pero nadie puede asegurar que no vuelva a pasar. Ni él, ni su hijo, ni su entorno.
La pregunta es inevitable:
¿Qué se hace cuando la familia, lejos de ser un lugar de contención, se convierte en una escuela del delito?