Nadie llega a la isla La Larga por casualidad. Hay que querer esconder algo para cruzar el río Negro y perderse entre sus curvas silenciosas. Y en esa trampa de agua, barro y monte bajo, Prefectura Naval encontró lo que muchos prefieren no ver: a un hombre esclavizado, roto por dentro, trabajando de sol a sol en condiciones que ya no deberían existir ni en el recuerdo.
Tenía 42 años, pero la edad era apenas un número. En la isla era un peón sin nombre, sin baño, sin agua potable, sin escapatoria. Habitaba una casilla despoblada de derechos, de higiene, de humanidad. No tenía jefe, tenía carcelero. No tenía salario, tenía miseria. Y la única ley que regía sus días era la del silencio rural, ese que aplasta a los que no tienen a quién llamar ni a dónde volver.
El operativo se bautizó "La Isla Siniestra", y fue algo más que un nombre: fue una definición. Coordinado por el Juzgado Federal de General Roca, con intervención del Ministerio Público Fiscal y el Ministerio de Seguridad de la Nación, los efectivos de Prefectura rastrillaron la isla hasta dar con la víctima en un paraje rural llamado “Chañares Altos”. El sitio estaba disfrazado de chacra, pero era otra cosa: un rincón sucio del mapa donde la ley no llegaba y la explotación tenía rienda suelta.
La vivienda parecía deshabitada al principio. Pero las huellas en el barro, los objetos a medio usar, el olor a encierro y humo húmedo, contaban otra historia. Una historia que el peón confirmó cuando lo encontraron: llevaba tiempo allí, encerrado en una rutina que no dejaba marcas en papeles, pero sí en el cuerpo.
Lo rescataron. Le ofrecieron asistencia. Y por primera vez en mucho tiempo, alguien le preguntó si quería irse. Aceptó.
Hoy está en Lamarque, con su familia, bajo resguardo. Su historia, sin embargo, apenas empieza a contarse. La causa sigue en manos del juez federal Hugo Greca y forma parte de una estrategia nacional para desenmascarar las redes de trata con fines de explotación laboral que se camuflan entre chacras, estancias y paraísos naturales que ocultan infiernos.
Porque hay islas, como La Larga, que no figuran en las postales. Y hay hombres, como este, que trabajan en la sombra hasta que alguien los rescata. O los olvida.