INFORME ESPECIAL

Rodeado de astronautas, en tres pujos, León veía la luz

La pandemia no fue fácil de afrontar a nivel emocional para muchas mujeres gestantes. Ansiedad y miedos. He aquí la crónica en primera persona de una neuquina que parió con 29 semanas de gestación.
domingo, 20 de marzo de 2022 · 00:15

"No estamos dando licencia para que vayan a pasear, es para que nos cuidemos, a nosotros y a nuestros hijos. Quédense en sus casas". "Necesitamos que no haya imbéciles que siguen circulando cuando llegaron de viaje". "Voy a usar el aparato del Estado en favor de la gente. Sépanlo, no voy a tolerar a los pícaros. Lo que pasó con el alcohol en gel y los barbijos son ejemplos", con esas frases, el presidente Alberto Fernándezdeclaró el jueves 19 de marzo del 2020 la cuarentena a nivel nacional, conocida oficialmente como Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio. Comenzó a regir desde el viernes 20 de marzo a las 00:00, hasta el 31 de marzo en un principio, aunque luego se extendió catorce veces más.

 

Yo estaba embarazada, transitando el cuarto mesLuego de escuchar la cadena nacional del presidente un poco me preocupé, pero me mentalicé en enfocarme en mi trabajo. Soy periodista, y de un cierto modo, éramos - no como el personal de Salud, claramente - esenciales. Al día siguiente, a las 8 de la mañana estaba en el Canal (24/7 Noticias y AM550), ya en los pasillos se sentía esa incertidumbre de querer informar pero no saber bien como, sin especular, sin omitir, pero con información certera. Al toparme con Rubén Boggi - periodista y director del medio -, me pide que vuelva a mi casa, para comenzar a hacer home office. Algo que no me agradaba para nada, pero tenía que hacerlo, por mí, por mis compañeros y por el pequeño que estaba creciendo dentro de mí - aún no había decidido su nombre -. 

 

Mi rutina laboral se transformó en estar en pijama (todo el día), computadora en frente, auriculares, zoom con salidas en vivo - ahí si me cambiaba-; producir, todo desde mi monoambiente. Debo reconocer que los controles a la ginecóloga y obstetra no fueron "lo normal" o "lo habitual", pues pandemia, pues caos. 


Con el paso de los días y consigo los plazos se iban renovando y extendiendo, los casos aumentaban, las muertes también, las historias de vida se multiplicaban y nuestro trabajo también, ya sea para los que estábamos en casa como para los que ponían el cuerpo (literal). 

 

Los días eran eternos, mi jornada consistía en despertarme a las 7, prender la computadora, conectarme al zoom con mis compañeros. Entre nota y nota almorzaba, siesta, vuelta a la manzana con barbijo puesto, escribir, desgravar, volver a comer y volver a dormir, y así sucesivamente...

 

Mi panza crecía y mi familia y mis amigos la veían por fotos o por videollamadas. Hasta que un día, puntualmente el 20 de mayo por la noche el dormir ya era bastante dificultoso, ni boca arriba, ni boca abajo, ni de costado... el pequeño León - costó pero elegí su nombre - estaba inquieto, ya había entrado en la semana 29 de gestación, faltaba mucho aún... o eso creía. 

 

"Los dolores de espalda" continuaban en demasía, pero trataba de enfocarme en mi laburo, en informar, en ayudar de una u otra manera. Así otra semana se fue y llegó el viernes, lo único que quería era dormir sin alarma todo el fin de semana. Pero uno no puede manejar todo, eso lo aprendí sin dudas... Me desperté temprano, trabajé, y mi espalda continuaba "adolorida", cada vez más intenso, continué mi rutina habitual, y además, hice una salida para un medio nacional contando la situación epidemiológica en Neuquén, eso fue exactamente a las 21 horas. El dolor estaba en todo su potencial, no solo la zona lumbar sino en todo el cuerpo. 

 

Termine la nota, apagué todo y me acosté en el sillón. Imposible descansar, ya me estaba preocupando cada vez un poco más, las "puntadas" eran finitas y duraderas. Algo me decía que "no estaba todo bien" y llamé a mi mamá, a los cinco minutos estaba en en la puerta de mi edificio. "Estoy, baja Pau, nos vamos a la guardia". Agarré todos los estudios hechos hasta el momento y bajé. 

 

Creo que solo bastó a que mi mamá me viera bajar, puso primera y directo al la clínica San Lucas Maternidad. Llegué, entre y madre quedó afuera, pues protocolo. La noche se ponía cada vez más fría y la espera en esos pasillos de la guardia eran eternos, cada vez mas preocupada y los dolores, ni hablemos...

 

Me atiende una joven doctora, entre mis gritos me hace tacto... "Tenes 8,5 de dilatación, estás en trabajo de parto". "¿Qué? ¿Estoy de 29 semanas, faltan once semanas aún?", pensaba y gritaba a la vez.  Ahí comenzó todo, el peor y mejor día de mi vida. "Esta por nacer pero ya está programada una cesárea de urgencia por otro prematuro en camino", decía la médica mientras hablaba por teléfono. Yo seguía sin entender lo que estaba pasando. Solo quería que entre mi mamá, pero estaba afuera, pues pandemia. 

 

La médica seguía dialogando con el jefe de neonatología: "Voy a llamar a otras clínicas, pero hay que hacer algo ya, el bebé nace". Ahí me mira, me toma de la mano, me tranquiliza y me explica lo que estaba sucediendo. "En terapia intensiva de neo ya hay varios bebes, está por nacer otro y hay que derivarte para el parto, el tema es que no llegamos, va a nacer en la ambulancia". Seguía sin poder comprender toda esa información. Y mi mamá seguía afuera. 

 

No sé realmente como convenció la médica al jefe de neo, pero en cinco minutos me subieron por el ascensor, me cambiaron allí mismo y vi que entraba mamá. Las puertas se abrieron en el segundo piso, fuimos rápidamente a la sala de partos, mis gritos se escuchaban en todo el edificio, era mezcla de dolor, pánico e incertidumbre. Rápidamente sacan en una camilla a la joven que tenía la cesárea y me ingresan a mí. Llegue a percibir su mirada desconcertada y de terror - por mis gritos, claramente -.

 

A mi obstetra la habían llamado mientras me preparaban a mí. En 15 minutos estaba ahí. "Pasé todos los semáforos en rojo, pero llegué, eso es lo que importa", me dijo con su voz calma y dulce María Ángeles Concina, mi doctora. "¿Pau porque no me llamaste si te sentías mal?"y como pude le dije: "Me dolía la espalda, pensé que era normal", sin dejar de prepararse mientras me monitoreaba y con toda la paz que la caracteriza me explica que esos "dolores de espalda" eran contracciones, es decir estuve un día y medio en trabajo de parto y nunca lo supe.  Varias enfermeras se concentraron en calmarme, y explicarme en dos minutos como tenía que pujar para que nazca el pequeño. Sí, era parto natural. 

 

Y ahí en ese cuarto con luces blancas y fuertes estaba sucediendo la escena más surrealista de la que fui protagonista. Estaba ocurriendo la magia. Rodeado de astronautas, en tres pujos León veía la luz por primera vez: el reloj marcaba las 23:55 y ahí mágicamente el dolor desapareció, aunque seguía sin entender nada mire fijamente y ese 1,300 kg comenzó a rugir. Fueron solo unos segundos que me permitieron sentirlo en mi pecho. Rápidamente el jefe de neo lo tomó y lo llevó a la incubadora para que no pierda temperatura. Tres enfermeras - párrafo a parte para estos seres de luz -  lo asistían a velocidad luz. Yo trataba de observar desde la camilla, por encima de mi barbijo, mientras me hablaba Ángeles. 
 

Y así comenzó en mi vida la maternidad, con las lágrimas más amargas que jamás imagine que iba a derramar. A que las primeras 24 horas de su vida pasaron a ser las más importantes de mi vida y la primera vez que lo vi fue a través de una cajita de cristal. Estaba con muchos de cables, vías y otras cosas que lo ayudaban a respirar, a vivir. Fueron casi dos meses que estuvo internado, con momentos buenos y momentos muy malos. 

 

En la sala de terapia era constante  el sonido electrónico de los “beeps” de los monitoreos que al tiempo, deje de escuchar, por acostumbramiento. Hasta el día de hoy no se sabe porque León se adelantó tanto, tal vez el encierro, tal vez la ansiedad, tal vez tantas cosas... Parir a un bebé prematuro en plena pandemia me enseño - a la fuerza - de que no todo se puede controlar, después de 32 años lo entendí...

 

Pasó un año y 10 meses de aquel día, hoy ese pequeño guerrero es un cachetón fuerte, sonriente y sano de casi 15 kilos. Y esta madre primeriza, quién les escribe y cuenta su historia simplemente aguantó los trapos, sosteniendo a su pequeño que llegó en medio de la peor crisis mundial y dio vuelta no solo mi mundo. 

 

Mantenete informado todo el día. Escuchá AM550 La Primera aquí

Seguinos por la tele, en CN247 aquí

Comentarios