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Jueves 24 de Abril, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños (19ª parte. Los secretos del muerto)

Un hallazgo en el departamento del muerto abre una línea concreta de investigación.
Domingo, 20 de abril de 2025 a las 18:32

Rosalyn y yo, por distintas pero concurrentes razones, no salíamos de nuestro asombro ante la situación que el teniente, y futuro USMarshal, John Valdez, nos acababa de presentar.

En la sala de interrogatorios del precinto 22, sentado y derrumbado, esposado a unos grilletes soldados a la gris mesa metálica, se encontraba quien aparentemente había sido el mejor y mas cercano amigo de Norman Blake, con quien se había criado cuando Astoria era un suburbio poblado por la clase trabajadora americana.

Detenido por la policía de la ciudad de Nueva York cuando intentaba entrar por la fuerza al departamento de Norman, todavía preservado como “escena del crimen” por las autoridades, se encontraba frente a nosotros, aherrojado y vencido, el enigmático y escurridizo Johnny Ray.

La reacción de Rosalyn al verlo en la sala fue de indignación. No solo no lo quería por considerarlo una muy mala compañía para Norman, sino que guardaba profundas sospechas acerca de su honestidad.

Sin evidencias materiales que corroboren estos sentimientos, la Dama del Oldsmobile basaba su desconfianza en el detenido en su más pura intuición.

Yo, en cambio, no tenía una idea preconcebida acerca de Ray, porque no lo conocía personalmente, solo había oído hablar de él por comentarios del “gordo” Sam, quien a su vez tenia una visión mas benévola del encarcelado.

Johnny Ray había intentado ingresar al departamento de Norman rompiendo la cerradura con una herramienta que parecía funcionar como una suerte de ganzúa. Sus ruidosos esfuerzos por violentar el cerrojo despertaron la alarma entre los ocupantes de los departamentos vecinos, quienes llamaron de inmediato a la policía.

Cuando los uniformados llegaron al departamento, Johnny seguía peleando su despareja guerra contra la cerradura, por lo que fue detenido en el acto. El pobre no opuso resistencia alguna al procedimiento.

A los policías que lo detuvieron les dijo que quería entrar al departamento para recuperar un libro que le había prestado tiempo atrás a Norman y éste no se lo había devuelto.

Ante semejante expresión de ingenuidad, los policías dudaron entre llevárselo detenido o acompañarlo hasta su casa para que llegara seguro. Eligieron hacer lo primero, por las dudas, y lo metieron en una celda.

Ya en el interrogatorio profundo que comandó Valdez, Johnny insistió con su historia del libro prestado. Imagino la cara del detective ante ese insólito argumento.

Para Valdez, Johnny Ray era un pozo repleto de información sobre la muerte de Norman, al que el detective no podía acceder fácilmente, ya que cualquier pregunta que le hicieran daba de bruces contra una pared de granito, sin respuestas.

Cuando Johnny fue detenido fue escrupulosamente requisado y no se le encontró nada que pudiera constituir una sola prueba, un mísero indicio, un elemento mínimamente sospechoso que pudiera guiar a los investigadores al fondo de aquel crimen.

Esta frustrante situación estaba agravada por el tiempo, que jugaba como una espada de Damocles sobre las cabezas de los detectives, recordándoles a cada minuto la triste realidad: Johnny Ray no podía seguir detenido por mucho tiempo sin una evidencia que amerite su encarcelamiento.

Cualquier abogado barato, incluso esos que aparecen en la tele vendiéndose como especialistas en accidentes de automóvil, podía fácilmente sacarlo de su encierro en cuestión de minutos, y todo seguiría como si nada hubiera pasado.

Y eso lo sabía perfectamente el futuro marshal de los Estados Unidos John Valdez.

Salimos de ese lugar y volvimos a la oficina. En el camino, le dije al detective:

-Creo que tengo algo que puede ser importante sobre el caso, incluso para esta situación que se dio con Johnny Ray…

-Vamos a mi oficina por otro café…y por supuesto “biscottis”, dijo Valdez mirando de reojo a Rosalyn, que seguía encabronada después de haber visto al hombre que, posiblemente, más detesta en esta vida.

Entramos en la oficina y tomamos asiento. Valdez le pidió a Collins otra ronda de café con biscottis para él y Rosalyn y para mí un vaso de agua que resultó medio caliente, por lo que supuse que provino de la canilla del baño de caballeros.

-Puedo hacerle una pregunta, teniente, arranqué.

-Si va a quejarse del agua le adelanto que ese reclamo no va a tener éxito…afirmó el policía un tanto jocoso. Valdez era el karma que yo tenia que superar en esta reencarnación

-No, no tiene que ver con el agua, aclaré riendo resignado y pregunté: ¿Cuándo ustedes llegaron al departamento de Norman la noche del crimen, encontraron alguna caja fuerte, una pequeña caja fuerte…?

Valdez quedo pensativo, como solía hacerlo cuando se reconcentraba ante una pregunta que requería memoria y reflexión en iguales dosis.

-No, no encontramos ninguna caja fuerte, ni grande ni pequeña, ¿Por qué me lo pregunta…?

-En nuestro encuentro con Lady Sax hablamos de la relación que ella tenía con Norman, una relación platónica por cierto. Ella mencionó que él estaba trabajando en algo “pesado” y secreto y por ello no compartía información con ella, tampoco lo hizo con Rosalyn, ¿no es así Rose?

-Efectivamente, nunca me dijo lo que hacía, pero quiero aclararles que no recuerdo que tuviera una caja fuerte, aunque había rincones de la casa que yo no había visitado, quizás estaba escondida o disimulada.

Valdez ahora escuchaba atentamente y entonces continué:

-Tengo aquí en mi libreta de apuntes una cita textual de Lady Sax que nos dijo en la conversación, se la leo: “Me acuerdo que (Norman) juntaba muchos papeles que guardaba en una pequeña caja fuerte…”

Valdez se quedó mirándome, miró su reloj y llamó a Collins a quien le ordenó:

-Trae dos de SWAT con detectores de metales, sonares y toda la ferretería que tengan. Vamos al departamento de Blake. Avisa que quiero que Johnny Ray siga preso hasta que volvamos, no me importa si viene la Corte Suprema en pleno a liberarlo. Se puso de pie, tomó su abrigo y nos miró como el maestro que sale de excursión con los alumnos y exclamó dirigiéndose a mí:

-Si lo que dice es verdad y encontramos algo que valga la pena, le prometo que va a tomar café con biscottis todas las veces que usted quiera. Y salimos a la puerta del precinto.

Afuera, dos hombres de SWAT subían equipos de diverso aspecto a su famoso furgón negro, mientras Collins iba por el automóvil. Por su parte, Rosalyn estaba en silencio con su abrigo abrochado y el cuello levantado protegiéndose del frio de la tarde. No parecía querer hablar.

Al llegar Collins con el auto, Valdez se adelantó a abrir la puerta trasera derecha invitando a Rosalyn a subir. Yo entré por la puerta izquierda y Valdez ocupó el asiento delantero derecho.

Rápidamente, el detective estiró su brazo hacia la parte inferior del tablero y sacó una baliza roja magnética que activó y colocó en el techo del automóvil. Los de SWAT hicieron lo propio con sus luces de emergencia y salimos raudamente hacia la escena del crimen: La casa del Fantasma.

Al llegar a la casa de Norman, Valdez llamó por el portero eléctrico al conserje del edificio, una señora entrada en años, quien bajó inmediatamente a abrirnos la puerta. La presencia policial, resaltada por los negros uniformes de los de SWAT pareció no sorprenderla, en Nueva York nadie se sorprende porque la policía venga de visita sin avisar.

Entramos y subimos al departamento de Norman, que seguía precintado por las cintas que anunciaban que ese lugar estaba especialmente calificado como “escena del crimen”, por lo que, bajo ninguna circunstancia, se podía violar. Justamente lo que intentó hacer Johnny Ray y así le fue.

Al abrir la puerta nos inundó el olor de la casa, una mezcla de humedad, alfombras y madera, nada no convencional. Todos envolvimos con bolsas de plástico nuestro calzado al igual que los SWATs, a fin de no “contaminar” la escena con nuestras pisadas. De inmediato, estos últimos conectaron sus equipos y detectores y comenzaron a rastillar el departamento, especialmente las paredes.

Valdez seguía en silencio, al igual que Rosalyn. Los dos miraban la estancia detenidamente, Rosalyn recordando, y Valdez re-analizando lo que venía analizando desde hacia meses. Ninguno de nosotros era indiferente a ese departamento.

Así pasaron varios minutos, casi una hora, hasta que, de pronto, se escuchó la tronante voz de uno de los SWATs que provenía de la pequeña habitación que Lady Sax identificó como la “man cave” de Norman:

-Teniente, creo que tenemos algo aquí, dijo el efectivo con su tono casi militar.

Valdez acudió al lugar seguido por nosotros. La escena mostraba a los SWATs pasando una suerte de detector sobre el empapelado de la pared, a unos centímetros del piso y a un costado del escritorio mientras, en lo que parecía ser una especie de receptor, una luz verde se encendía y se apagaba según el movimiento del sensor.

Valdez preguntó:

-¿Qué tenemos aquí?

El agente de SWAT encargado del rastreo señalaba el contorno de lo que el detector percibía y lo marcaba en el empapelado con una fina tiza blanca. El resultado era un pequeño perímetro rectangular.

-Teniente, parece ser una estructura de metal, como una caja, empotrada en la pared y cubierta por el empapelado, si usted nos autoriza estamos en condiciones de extraerla.

Valdez miró a Collins y éste hizo un gesto compatible con la frase “saquémosla”, por lo que el teniente dio la orden a los SWATs:

-¡Sáquenla!

Mientras un SWAT tomaba fotografías de la operación, el otro tomó un escalpelo y comenzó a cortar el papel que cubría el objeto siguiendo el rastro de tiza.

Con prolijidad de cirujano, el agente logró poner a la luz el objeto oculto en la pared que, para sorpresa y felicidad de todos, se veía como una pequeña caja de seguridad.

-¿Será la misma caja que vio Lucy? Pregunté.

-Lo veremos, contestó Valdez.

El SWAT que tomaba fotografías desplegó en el suelo una suerte de mantel de plástico y sobre él, el otro SWAT depositó la caja que sonó como si estuviese llena.

Abrirla allí mismo iba a resultar un incordio. La caja debía ser trasladada al laboratorio de Criminalística de la policía de Nueva York donde lograrían abrirla sin problemas.

Valdez le ordenó al SWAT que volviera a cubrir el espacio de la caja con la pieza de papel que recortó y que procurara que quedara disimulada, aunque no dio explicaciones de esta orden.

El agente regresó el rectángulo de papel a su lugar y, luego de un preciso y prolijo trabajo quirúrgico, todo quedó como estaba.

Con la caja en una bolsa para evidencias, salimos del departamento rumbo al precinto. Íbamos en el automóvil casi en silencio, con comentarios circunstanciales. Valdez se veía optimista mientras Rosalyn y yo aparecíamos más escépticos.

Nos preguntábamos qué habría en el interior de esa caja.

Pero también, si eso era tan importante como para que Johnny Ray se arriesgase a ir a prisión.

(Continuará)

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