Nació La Rosales

Por Carla Barbuto

En San Patricio del Chañar se juntan periódicamente cinco mujeres entre mecheros, mangueras, ollas, termómetros, fuegos y libretitas con recetas. Entre charla y charla, cocinan una cerveza que es mucho más que un brebaje de moda. Es una verdadera lucha contra la violencia de género y muestra que cuando nos juntamos somos más poderosas.
“Somos cinco. Cuatro - Natalia Pincheira, María Julia Arcidiago, Anahí Cárdenas y Bárbara Visnevetsky-  de las compañeras nos conocimos haciendo un taller de elaboración de cerveza que dictaron en el Centro de Formación Profesional Agropecuaria N° 2 (CFPA) Puesto Chañar en 2014, y a la quinta la conocimos después. Y comenzamos a elaborar de forma comunitaria porque una de las compañeras lo había sugerido y nos hablaron de la posibilidad de vender la producción en el Manduca. Nos prendimos enseguida”, nos cuenta Natalia.

La escuchamos y nos imaginamos el momento en que decidieron trabajar de forma colaborativa, imaginamos que se llamaron, acordaron encontrarse y, ¿después? ¿Cómo fue el momento en que estaban todas en la misma habitación y dijeron “vamos a hacer cerveza artesanal”? Natalia se ríe y nos dice que “fue increíble, fue una acumulación de energía positiva buenísima. En ese momento teníamos mucha expectativa por la cocción y de repente salió esta receta de esta APA (American Pale Ale) de común acuerdo”.
“Cada una empezó a decir qué aportaba a la receta, unificamos ideas y nos pusimos a cocinar. Ese día hicimos dos cocciones de 50 litros cada una”, continúa. Las cinco parecen moverse como pez en el agua en este colaborativo y Natalia nos cuenta que “entendiendo los procesos de la cocción, cada una tomó un lugar y nos acomodamos”.

Mi agüita amarilla
“Esta cerveza es una APA, es rubia, tiene mucho lúpulo y mucho aroma. Nosotras optamos por usar Cascade, un lúpulo que es nacional y también patagónico, y apostamos por ponerle mucho para que sea bastante aromática, que es una de las características de este estilo”, nos cuenta Natalia como quien comparte orgullosa su receta magistral.
“No hicimos pruebas. A partir de lo que cada una aporta en esa receta, cocinamos y no la pudimos probar hasta el Manduca. Estábamos con mucha expectativa porque el proceso de la cerveza es así: la cocinas en un rato pero tenes que esperar a que fermente, a ver cómo madura y el gasificado”, asegura.
Y debieron esperar hasta el Manduca de verano, fiesta gastronómica que lleva adelante el Puesto El Chañar con cada cambio de estación, para probarla y conocer la reacción del público.

Fiesta cervezal
“Nosotras cocinamos en la sala del Puesto El Chañar, que nos habilita para vender la cerveza en ferias, no en comercios para lo cual necesitamos una habilitación nacional. Vendemos a conocidos y en el Manduca”, aclara Natalia.
¿Cómo les fue con esta salida al escenario? Natalia no contiene la alegría y nos dice que “fue genial, el Manduca nos motivó para seguir cocinando. Nosotras hicimos la primera cocción de La Rosales para ser vendida en el festival y fue muy emocionante. Mucha gente fue para comprar La Rosales. Vendimos toda la cerveza y la devolución fue muy buena, ¡gustó mucho!“.

Una cerveza y una causa
Preguntamos el origen del nombre y Natalia nos responde contándonos que a nivel nacional, hay grupos de cerveceras que se están organizando para hacer cocciones colectivas y colaborativas. “La primera receta surgió de Buenos Aires y llamaron a su cerveza Azurduy (por Juana Azurduy). A partir de esta propuesta nosotras nos sumamos y, como estos grupos, decidimos llamar a una receta con el nombre de una mujer que sea significativa para nosotras”, asegura.
“Nos juntamos y una de las compañeras propuso el nombre de Ivana Rosales, una mujer que falleció en 2017 por violencia de género. En honor a ella y su lucha acompañando a mujeres víctimas del maltrato, todas estuvimos de acuerdo en llamarnos La Rosales”, continúa Natalia.
Nos cuenta que hablaron “con la hija de Ivana para que nos autorizara a llamarnos así y ella estuvo de acuerdo”. Natalia hace pausas en su relato como si estuviera recordando la golpiza que sufrió Ivana Rosales, su periplo por justicia, su lucha dando cobijo a mujeres maltratadas en su propia casa y su muerte sin haber logrado que el agresor cumpliera condena.
Al comienzo dijimos que La Rosales era cerveza y era manifiesto. No sólo lleva el nombre de una mujer maltratada sino que la bandera va mucho más allá porque todo lo que se recauda es donado a causas de defensa de mujeres en riesgo.

“Las ganancias de la primera cocción se donaron a un grupo de tejedoras y costureras, que yo coordino y con quienes trabajamos problemáticas relacionadas a la vulneración de derechos. Hablamos de cuestiones que nos atraviesan desde nuestra identidad, muchas han sufrido o sufren violencia de género y les damos herramientas y sororiedad entre ellas para que puedan agruparse y salir adelante”, asegura Natalia.  
Y continúa: “No sabemos a quién le donaremos lo de la segunda cocción pero la idea es seguir en esta línea, podría ser a un grupo de mujeres que necesiten el dinero para fortalecerse”.

Antiprincesa Chririmbote
Y también será libro. Chirimbote, una editorial que publicó la serie “Antiprincesas  y antiprincipes” con cuentos de personajes como Gilda o el Che Guevara, se interesó en la tremenda historia que esconde La Rosales. “Chririmbote está haciendo una edición sobre nuestras cocciones. Ya vimos uno de los bocetos de los nombres de las cervezas que se están haciendo a nivel nacional. Para nosotras es un orgullo que La Rosales sea una antiprincesa”.

Cuando se despide, Natalia nos dice “está buenísimo que las mujeres nos juntemos, que trabajemos en forma comunitaria, que creamos en las producciones que hacemos, que entendamos que se puede y que cuando nos juntamos somos más poderosas”. ¿Qué más podríamos agregar?