Filas en los bancos
Un desastre en la cuarentena le cae encima al gobierno
El Presidente reaccionó con enojo contra la Asociación Bancaria y contra el Banco Central, por no haber previsto la situación de otra maneraNo hay dudas que lo ocurrido este viernes en las sedes bancarias de todo el país fue desastroso, calibrando el adjetivo en tiempos de pandemia y aislamiento preventivo obligatorio; solo queda saber cómo emergerá el gobierno de Alberto Fernández de una situación en la que tuvo que ver, pero en la que no desea verse involucrado, pues le ha significado ya, el peor mandoble opositor real y concreto desde que asumiera en diciembre del año pasado.
El Presidente reaccionó con enojo. Contra la Asociación Bancaria, el gremio que representa a los empleados de Bancos y que, como todo gremio en Argentina, coparticipa de la conducción del sistema; y contra el Banco Central, por no haber previsto la situación de otra manera. Como sea, el enojo de Fernández debe entenderse como una calentura contra sí mismo, porque, en medio de la cuarentena, él es el comandante en jefe del operativo, rol que había asumido con entusiasmo, y que pretende mantener.
Lo que pasó este viernes 3 de abril no le gustó a nadie. Ni al oficialismo, ni a la oposición. Fue un tremendo desacierto, que, ciertamente, era fácil de predecir, y que, no obstante, ocurrió igual. Los argentinos no pueden sacarse de sí mismos esa costumbre de anticipar desgracias y, no obstante, esperar a que efectivamente se produzcan, para recién, después, actuar.
Más allá de los gustos ante las desoladoras imágenes de las largas colas y el súbito derrumbe de toda la previsión que se había tenido en la cuarentena, es evidente que, en lo estrictamente político, la situación la disfruta la oposición y la padece el oficialismo. La oposición, porque hizo lo que mejor hace, generalmente, cualquier oposición, sea la que sea: nada. Y se sentó a esperar a que ocurriera lo que se veía venir.
El oficialismo, porque se durmió en laureles precoces, creyó que todo iba sobre rieles, y permitió que las medidas corporativas pactadas en las oficinas del poder, se pusieran por encima de las realidades tristes y sufridas del pueblo, ese que es representado, en teoría, por el gobierno.