Este sábado 26 de abril, Buenos Aires se detuvo para rendirle homenaje a uno de sus hijos más ilustres: el papa Francisco. A pocos días de su fallecimiento a los 88 años, la Catedral Metropolitana fue escenario de una emotiva misa exequial que reunió a autoridades, referentes sociales, religiosos y cientos de fieles que quisieron despedirlo en su propia tierra.
Desde la madrugada, la Plaza de Mayo lucía vallada y la avenida Rivadavia cortada, facilitando el acceso a quienes no quisieron perderse este último adiós. La ceremonia central, organizada por la Arquidiócesis de Buenos Aires, fue presidida por el arzobispo Jorge García Cuerva, quien conmovió a todos con sus palabras cargadas de gratitud y memoria.
"Ante tanto demonio suelto, Francisco fue un faro de luz", expresó García Cuerva en su homilía, en una imagen que resonó en cada rincón de la Catedral. Recordó que a los argentinos nos costó dimensionar la magnitud de tener un Papa surgido de nuestro propio suelo, y destacó el incansable compromiso de Francisco con los pobres, los presos, los enfermos y los jóvenes.
“A pesar de los años que tenía, animaba a los jóvenes a soñar en grande y a transformar el mundo", señaló el arzobispo, subrayando que incluso con las dificultades físicas de sus últimos tiempos, el Papa nunca dejó de viajar a países lejanos y pobres, en una entrega total por la paz y la justicia.
Un mensaje de comunión y paz
García Cuerva también rescató la esencia transformadora de Francisco: "La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias", dijo, evocando uno de los grandes mandatos del Papa. Y advirtió sobre los tiempos actuales: "Los ideologismos empañan cualquier posibilidad de encuentro. Garpa más hablar mal de los demás, insultar y agredir. Nosotros queremos anunciar la fraternidad, uno de los ejes principales del pensamiento del Papa Francisco".
En ese espíritu, el arzobispo recordó una de las enseñanzas más sentidas del pontífice: "Somos como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe y sus convicciones, pero todos hermanos". En un país muchas veces dividido, Francisco insistía en la necesidad de “darnos el abrazo que tantas veces nos negamos entre argentinos”.
La despedida al Papa Francisco en Buenos Aires no fue solo un acto de dolor, sino un compromiso renovado con su legado de diálogo, solidaridad y amor por los más débiles. Un homenaje a quien, desde las calles de Flores hasta los pasillos del Vaticano, nunca dejó de soñar con un mundo más justo.