COLUMNA DE OPINION

Lo que imaginamos como futuro

Asumir nuevos compromisos individuales y exigir del estado y empresas decisiones que permitan una mejor calidad de vida y del ambiente.
viernes, 15 de mayo de 2020 · 17:11

¿Cómo será el mundo dentro de 10 años? ¿Que será del planeta tierra en el 2050? ¿Los argentinos vivirán en un ambiente sano y equilibrado? ¿Cómo será el aire? ¿Y el agua de los ríos? ¿El Riachuelo, finalmente se habrá saneado? ¿Qué impactos habrá producido la Papelera Botnia sobre el Rio Uruguay? ¿Qué especies seguirán existiendo, cuales se habrán extinguido?. ¿Y la matriz energética, cómo será? ¿Las energías renovables habrán podido torcer intereses y reemplazar a los hidrocarburos? ¿Qué será de Vaca Muerta? ¿Usaremos la bicicleta y otros medios ecológicos como movilidad urbana? ¿Y qué pasará con la carga de los vehículos eléctricos, será fácil y accesible? ¿Y con respecto al cambio climático, se habrán reducido las emisiones y podido frenar el calentamiento global? ¿Cuál será la temperatura de la tierra?

En 1994 cuando ingresé al Ciclo Introductorio Básico (CBC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para estudiar abogacía, la UCR y el PJ encabezados por Alfonsín y Menem acordaban en Olivos la firma de un documento de coincidencias básicas, el dictado de la Ley 24.309 y la reforma constitucional celebrada mediante Convención Constituyente, que tuvo como resultado entre otras cosas, la incorporación del derecho al ambiente en el art. 41º de la Constitución Nacional, entendido como el derecho-deber de todos los habitantes de vivir en un ambiente sano y equilibrado, donde los recursos productivos sean utilizados racionalmente de modo tal que permitan satisfacer necesidades presentes sin comprometer las de las futuras generaciones.

En ese entonces mi conciencia ambiental y cultura ecológica no era la misma que ahora, sin embargo, gran parte de mi inquietud por adquirir conocimientos y aplicarlos a cuestiones ambientales tuvo origen en la comprensión de este derecho que tenemos a vivir y desarrollarnos en un ambiente sano y el deber como contrapartida de preservarlo.

Del Pacto de Olivos han transcurrido más de 25 años, ¿me pregunto en este tiempo expansivo cuanto habremos cumplido y colaborado los ciudadanos, autoridades y empresas al deber de preservar nuestro ambiente? Si pudiésemos comparar una foto entre 1994 y 2020, ¿habremos actuado con equidad transgeneracional garantizado el derecho de las futuras generaciones? ¿Si pudiésemos medir una curva de impacto ambiental entre ese período, qué resultado daría?.

Si bien fueron varios los hechos importantes que despertaron mi interés a nivel individual y colectivo por el cuidado del medio ambiente, en este artículo dado el contexto actual con la pandemia de coronavirus Covid-19, quiero traer a los lectores solo dos momentos significativos en mi vida con la esperanza que puedan servir de disparadores para la reflexión y sentido de las preguntas inicialmente planteadas. 

Uno de ellos ocurrió tiempo atrás cuando releía el primer párrafo del art. 41º de la constitución y pensaba sobre la evolución del ambientalismo a nivel internacional y nacional prestando atención a las nuevas tendencias de activismo y conciencia que traen los más jóvenes. Ellos crecieron naturalizando desde niños hábitos ecológicos y comportamientos cotidianos amigables con el ambiente, desafiando viejos paradigmas arraigados en el consumo, sistemas de producción industrial, alimentario.  

Al repasar que los constituyentes habían previsto con igual rango “derecho” al ambiente y “deber” ciudadano de preservarlo, quede movilizado.

No pude evitar hacer una comparación con nuestro derecho y deber de votar. En un caso los ciudadanos ejercemos el derecho al sufragio y exigimos del estado su cumplimiento, ¿por qué en relación al ambiente no pasaba lo mismo?.

Idéntica reflexión me producía respecto del deber, y buscaba entender ¿por qué razones el Estado exigía a los ciudadanos cumplir con el sufragio obligatorio y con el cuidado del ambiente no era tan efusivo? ¿Quién exigía a las autoridades públicas que cumplan el deber de protección ambiental? Sin respuestas, me quede un rato disfrutando de las preguntas.

De todo esto, entendí que las conductas colectivas y comportamientos de nuestra generación como de las anteriores de este siglo quizás tenían que ver con la historia, cultura, educación, creencias, modelos mentales, valores, globalización económica y sistemas de producción arrastrados a partir de las revoluciones industriales y la era de la tecnología.

Aun así, intentaba comprender la dinámica del mundo en las últimas 3 décadas y los cambios de paradigmas que nos atraviesan hoy a adultos, niños y adolescentes que serán los adultos de las próximas generaciones. ¿Qué rol jugaba la información, la educación y el ejemplo en todo esto? 

Sugiero al lector detenerse un instante para plantearse: ¿Estoy haciendo algo por el cuidado del medio ambiente? ¿Estoy siendo ejemplo con mis hábitos cotidianos? ¿Y colectivamente, en la sociedad contribuyo para generar educación ambiental? ¿Qué podría hacer para aumentar y potenciar en los demás la conciencia ambiental?.

Otro evento que quiero compartir que me hizo valorizar como incide la educación y el ejemplo en la concientización ambiental, fue mi hijo cuando con 7 años realizaba una tarea escolar bajo la consigna “mencionar algunos derechos fundamentales de niños y niñas”, sin vacilar respondió en primer orden derecho a la vida y segundo derecho: “al ambiente”.  Ese día entendí todo, era momento de actuar, empezar en casa siendo ejemplo y sostenerlo.

Para concluir esta nota de opinión, quiero mencionar que nos encontramos transitando un momento crucial que quedara marcado en la historia de la humanidad caracterizado por dos eventos disruptivos: la tecnología y la naturaleza. Ambos fenómenos se han hecho más visibles, necesarios y presentes.  

Este escenario nos llena de incertidumbres sobre el futuro de nuestras vidas donde la única certeza se convierte en la necesidad de un cambio profundo sobre donde estamos parados individualmente y como sociedad hacia donde queremos estar en los próximos 20, 30 o 50 años.

El gran desafío que atravesamos como seres humanos será establecer nuevas reglas de juego y las prioridades mediante la base de diálogos constructivos y abiertos.

Nadie sabe lo que nos espera del otro lado de la pandemia. Podemos aprovechar este momento único, histórico e irrepetible para asumir nuevos compromisos individuales y exigir del estado y empresas decisiones que permitan una mejor calidad de vida y del ambiente para todos los seres humanos y especies del planeta.

Y que, en el 2050, 2080 y 2100 las futuras generaciones puedan mirar, estudiar y aprender esta parte de la historia diciendo felizmente, menos mal que el murciélago hizo que aquellos locos se dieran cuenta, imaginaran nuestro futuro y decidieran actuar en consecuencia.

 (#) Fernando Zubillaga. Es Abogado egresado de la Universidad de Buenos Aires en el año 2001. Especialista en Derecho Ambiental. Miembro del Colegio de Abogados de Entre Ríos (CAER), Colegio de Abogados y Procuradores de Neuquén (CAyPN) y del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal (CPACF).

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