REALIDADES GLOBALES Y REGIONALES

La seducción china llega a gobiernos, pero no a la gente

El gigante asiático tiene una creciente influencia en la región; pero su cultura, su modelo político, está todavía muy lejano del pueblo argentino.
miércoles, 18 de agosto de 2021 · 05:00

China ha logrado seducir, mediante inversiones concretas, o promesas de, a muchos gobiernos. También al argentino. Pero esa seducción, de la mano de dólares frescos, ejercida con astucia en el plano comercial y de intercambio, no luce igual en su reflejo en la sociedad, que sigue postergando y sumergiendo a los chinos y su cultura muy por debajo de otros modelos, la mayoría, occidentales, entre los que descuella, por presencia, historia compartida y raíces comunes, ni más ni menos que Estados Unidos, el rival más notorio para la pretendida expansión asiática.

Ante esta realidad, lo que hace China es aplicar un plan de “diplomacia cultural” que procura achicar esa grieta, explorar la simpatía, presentar una “alternativa” revestida de cierta dosis de exótico atractivo.

El gobierno de Alberto Fernández avanzó en acuerdos con el comandado por Xi Jinping por unos 30 mil millones de dólares. Ferrocarriles, granjas porcinas inteligentes, producción de cobre y litio, un polo logístico en Tierra del Fuego, son algunos de los rubros que integran el paquete que sigue en negociación activa. En energía, rubro que destaca en Neuquén, se trabaja con un plan elaborado por el secretario de esa cartera, Darío Martínez, en la construcción de gasoductos, redes eléctricas y centrales térmicas.

Esto se da en un contexto distinguido por la indudable simpatía peronista hacia el proceso chino, que viene de la época inaugural de la revolución en ese país asiático, comandada por Mao Tse Tung. El peronismo ha comparado a Mao con Perón, atribuyéndoles a ambos, coincidencias geopolíticas contemporáneas.

China es un "socio estratégico integral" de la Argentina para Fernández, quien ha agradecido que “nos ayudaron de modo definitivo con las vacunas" en lo peor de la pandemia. El presidente argentino participó del acto por el centenario de la fundación del Partido Comunista Chino, y fue allí que recordó "la histórica relación" entre Perón y Mao Tse-Tung. "Compartieron visiones", aseguró el presidente.

Pero ese “compartir visiones” parece no extenderse al común de la gente, a la sociedad argentina. En Neuquén, de hecho, la percepción de China y los chinos se da más por la presencia de los supermercados orientales en los barrios -distinguidos por sus bajos precios en bebidas alcohólicas- que por las fuertes inversiones en energía, minería y transporte. Es curioso en una sociedad que ha recibido migraciones de todo el mundo, pero poco caudal desde aquellos confines asiáticos. En Neuquén sobra la simpatía hacia libaneses, árabes, alemanes, italianos, españoles… pero escasea respecto de los chinos, a quienes se los ve todavía como sapos de otro pozo, y se los identifica en algunos casos con hábiles comerciantes, no siempre honestos.

Alfredo, propietario de una ferretería en el barrio Arévalo, de Cipolletti, juzga el tema desde su propio rubro: “acá no hacemos política, vamos a la verdad de los fierros. Si vos me preguntás con qué me quedo, entre una herramienta china, o inglesa, o norteamericana, o alemana… te digo enseguida que me quedo con la mejor, aunque la china sea la más barata”. Esa percepción, instalada por experiencia directa, parece predominar claramente en buena parte de la sociedad argentina.

“La gran diferencia es que occidente ha podido construir y sedimentar durante mucho tiempo un proceso de cultura hegemónica, una red de poder que nos va calando, nos va atravesando, nos va configurando cosas”, opinó en la radio AM 550 Juan Cruz Margueliche, geógrafo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de La Educación de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Estudios Chinos del Instituto de Relaciones Internacionales de esa casa de altos estudios.

El catedrático reconoció que para achicar la grieta ideológica y de costumbres “China está haciendo diplomacia cultural”, porque lo que “tiene que hacer” el gigante asiático es “tratar de poder entrar a occidente con esa cultura”. Para el estudioso no hay mayores dudas de que los argentinos se han formado, por generaciones, en una “matriz colonial imperialista”, que divide y contrapone “a oriente con occidente”, y que ha calado hondo por “la influencia de los medios hegemónicos”.

La realidad, sin embargo, discurre por caminos que parecen alejarse de las interpretaciones académicas, para sintonizar más bien con ásperos intereses económicos y políticos de coyuntura, de los que son más conscientes quienes ocupan puestos en la superestructura estatal que los ciudadanos de a pie. El interés palaciego se centra, por ejemplo, en la tecnología de las comunicaciones -el duro debate por el 5G, la eventual incidencia china en ese aspecto clave, el mundo de espionaje global que acecha tras aparentemente inofensivos aparatos celulares- mientras en Argentina la gente arrastra penosamente su vida por un atraso bastante notable en ese campo, con un 4G insuficiente y redes de Internet que cada tanto colapsan y dejan sin servicio a sus usuarios.

Así, hay una notoria contradicción entre la percepción lejana y de poca empatía social hacia China, sus costumbres, su modo de vida; y el acercamiento casi voraz de los gobernantes argentinos hacia “la posibilidad” de encontrar aliados comerciales que financien sin más condicionamiento que el propio interés de sumar territorios para su propio coleto.

La realidad, ese espejo al que no se puede engañar, irá diciendo si se encuentra un equilibrio entre lo que el palacio anhela y lo que el pueblo quiere.

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