ANÁLISIS

La renuncia de Guzmán ¿Implica el principio del fin?

La salida del, ahora exministro, generó un sin fin de reflexiones, en un contexto difícil para el Gobierno. Leé el análisis de Rubén Boggi.
domingo, 3 de julio de 2022 · 12:36

Lo primero que hay que considerar tras la renuncia de Martín Guzmán al ministerio de Economía, es que esa dimisión se produce en un gobierno que acababa de afirmar su alegría porque la actividad económica crecía. Si a nivel local se entiende el contexto de puja política y crisis de confianza en el seno gubernamental, a nivel global la renuncia es inentendible y puede socavar la confianza -siempre relativa- del mundo hacia este país preso de la inestabilidad crónica. No es poca cosa, si se considera que el único plan económico vigente en Argentina es el firmado en las actas del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

La renuncia de Guzmán, desde este enfoque, pone al gobierno de Alberto Fernández más cerca de un fin anticipado. Desde la presión interna, se interpreta la coyuntura inmediata como el triunfo de La Cámpora y su jefa, la vicepresidenta Cristina Fernández; desde la oposición, como una confesión explícita de la incapacidad de sostener un mínimo rumbo; desde la globalidad, como un traspié increíble de un gobierno que declama cosas que la realidad contradice permanentemente.

Uno de los aspectos de la letra chica de la renuncia de Guzmán (no siempre se dimite con una carta de 17 páginas documentando la decisión) es el de la administración política de la coyuntura energética. El aumento de tarifas, la segmentación,  todavía confusa y no aplicada, que pretende atenuar su efecto sobre los sectores más “vulnerables”, y el fracaso en la construcción rápida de la infraestructura mínima necesaria para canalizar la producción de gas en Vaca Muerta; más el desembolso importador que el Estado deberá hacer, a pura pérdida, para remediar la carencia de gas en el invierno inmediato más crudo, conforman un paquete que Guzmán no pudo manejar directamente nunca, y en el que el secretario de Energía, el neuquino Darío Martínez, cumplió con el rol de estar con Dios, con el Diablo, y, por ende, con la nada misma.

Este punto, el de reducir el déficit energético y sincerar los precios, forma parte de los aspectos esenciales del compromiso firmado con el FMI. También forma parte de una larga agonía del pensamiento económico nacional, si es que existe tal cosa: nunca un tema ha ido y venido por el mismo fatigoso camino de la imposibilidad, como el energético, en un país que, contradictoriamente, no tiene que resolver la carencia, sino la abundancia.

Lo segundo a considerar tras el caso Guzmán, es que su reemplazo jugará un partido que ya parece perdido. Es como si entrara desde el banco cuando faltan cinco minutos y el equipo es derrotado 3 a 0. Las elecciones PASO y las generales subsiguientes quedan a la vuelta de la esquina en términos electorales propiamente dichos, pero para el gobierno, es como si faltaran años luz para llegar, como si la meta estuviera ubicada en otra galaxia, lejos, irremediablemente lejos, cuando la urgencia de frenar la inflación, incrementar la actividad económica, solucionar la falta de dólares, la caída del peso, y, al mismo tiempo, sostener políticamente a un presidente debilitado, casi exhausto, mira a la cara y contamina con un aliento nervioso e inquietante.

Argentina tiene un régimen, como se dice habitualmente, presidencialista. Aquí no hay primer ministro que renuncie y parlamento que elija otro gobierno. Una renuncia presidencial, más allá que habilitaría a la vicepresidente Cristina Fernández para asumir en su lugar, implicaría casi de seguro el fin de las posibilidades inmediatas para un peronismo que acaba de cumplir 48 años sin Perón; y, tal vez, la asunción plena de que ya no podrá vivir del pasado, de las consignas grabadas en la piedra caliza del inexorable olvido.

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