Susan duerme apaciblemente, arropada por cálidas cobijas, en su cama de su casa en la ciudad de Reno, Nevada, el legendario Far West de los Estados Unidos de América. Ella dormita plácidamente a la espera de la alarma que la despierte de un sueño donde ella disfruta de un futuro nuevo amor en una blanca y solitaria playa de Ceylan, hoy Sri Lanka.
Blackie, así lo llamaremos, hace rato que está despierto y deambula por su barrio de pinos, arroyos y grandes rocas, en busca de nuevas aventuras que le proporcionen diversión y algo de comer.
Son las 6 am y el sol se asoma con todo su esplendor entre los cerros arcillosos y verdes que prosiguen a la mitológica Sierra Nevada, la montaña mágica, la barrera de granito asesina que atrapó la caravana del capitán George Donner y los pasó a un tiempo de caníbales a cadáveres entre 1846 y 1847.
Susan es divorciada, tiene dos hijos que se reparten entre su casa y la de su ex esposo y trabaja en el departamento de automotores del Estado, en la sección de licencias de conducir.
Blackie es como un jovencito, un adolescente diríamos hoy, y forma parte de los casi 8.000 osos negros que habitan el estado de Nevada. A diferencia de sus primos, los temibles osos pardos o grizzlies, los osos negros suelen ser algo tímidos y cuando pueden evitan el contacto con los humanos. El único problema sería ser sorprendido en el bosque por una hembra y quedar atrapado entre ella y sus cachorros. Cuando esto ocurre, por lo general, el humano es historia.
Como todo adolescente, Blackie es osado e indisciplinado y no respeta las barreras que el ser humano, el invasor de sus tierras, ha colocado en los alrededores tratando de impedir su paso hacia “la civilización”, es decir, los coquetos y ostentosos barrios de las colinas situadas al oeste de Reno, habitados en su mayoría por personas muy ocupadas y ricas, o sea, aburridas y tristes.
Blackie transita un camino que tiene siglos de antigüedad. Un sendero que es anterior, no ya al hombre blanco, sino a los nativos que pasaron del Asia hacia América por el estrecho de Bering. Un camino que viene incluido en su ADN y que han venido usando desde tiempos inmemoriales tanto los osos como los ciervos, los pumas, los coyotes y los bobcats (linces rojos), en su diario peregrinar en busca del cotidiano sustento.
Un ejemplo de la estupidez humana -que Albert Einstein consideraba la única magnitud verdaderamente infinita- lo protagonizó recientemente una familia de uno de estos ricos barrios que solicitó a la administración del vecindario le venda una importante parcela de tierra situada detrás de su casa y junto a una alta colina para así poder construir allí una piscina.
La parcela en cuestión atraviesa el antiguo sendero de los ciervos que, todavía hoy, sigue siendo usado por estos animales para recorrer esos valles y alimentarse, por lo que construir allí una piscina con toda su instalación supondría un absoluto e inútil bloqueo del camino sin alternativa para los animales. Es evidente que esta gente no vio la película de 1954 "Camino de elefantes" con Elizabeth Taylor, Peter Finch y Dana Andrews, que narra dramáticamente lo que pasa cuando precisamente pasa esta clase de estupidez.
En los últimos 150 años, el avance de la llamada Conquista del Oeste, la instalación de las compañías madereras, las petroleras, la minería a destajo de la Fiebre del Oro, los ganaderos, el desplazamiento forzoso de los nativos americanos hacia reservaciones y, ya más cerca en el tiempo, los desarrollos inmobiliarios de las pequeñas ciudades como Reno, con miles de complejos habitacionales, todas estas intervenciones sobre el eco sistema han ido acorralando a las especies animales originarias, obligándolas a diversificar la obtención de sus recursos alimenticios internándose a rapiñar en las poblaciones lindantes.
Para estos animales, gran parte del diario sustento suele estar dentro de los trash-cans, los contenedores de basura que cada estadounidense tiene en su patio delantero o trasero y que cada semana saca a la calle y lo deja estacionado contra el cordón de la vereda a la espera del camión recolector de residuos que habrá de llevarse su contenido.
Susan ya se ha levantado y prepara el desayuno para sus hijos, a quienes pasará a recoger el autobús escolar de la ciudad en cualquier momento.
Mientras unos panqueques se cuecen en la plancha y el café se alborota dentro de la cafetera, la mujer cierra una bolsa de residuos de la cocina y sale a su patio trasero con la intención de ponerla dentro del contenedor de basura que luego irá a la calle.
Al menos esa parece ser la intención de la mujer. No la de Blackie.
A la misma hora, nuestro amigo, que ha ganado ya el patio trasero de la casa de Susan, ha comenzado a revisar el contenedor con la ostensible impudicia y desvergüenza de un oso con hambre.
Al instante la mujer se paraliza y el oso también, y la escena queda congelada por unos segundos como en un duelo a pistola de un western de Sergio Leone.
Susan espabila y solo atina a correr, Blackie, que ha olfateado la comida en la bolsa de Susan empieza a caminar hacia su nueva presa. ¿La mujer? No, la nueva bolsa con restos frescos de comida.
Susan, que ignora las intenciones del oso, sale al vecindario a tocar puertas y alertar a sus vecinos sobre la presencia de la “peligrosa” bestia que ahora la persigue. Mientras tanto, Blackie marcha ufano al trote olfateando el camino, sabiendo que le asiste todo el tiempo del mundo para lograr su cometido.
En un momento, en su nerviosismo, la mujer tropieza con el cordón de una vereda, cae sobre el húmedo césped recién regado de una de las casas y pierde súbitamente el control de la bolsa sobre la cual se abalanza Blackie.
Esto le da tiempo a Susan a refugiarse en una de las casas, cuyo propietario ha visto la escena, ha llamado a los de Control Animal, que en pocos minutos llegarán al lugar, y hasta tuvo tiempo de ofrecer a su inesperada huésped una taza de reconfortante té Oolong mientras le cuenta de su último viaje al sudeste de Asia.
Esta historia termina con Blackie durmiendo tranquilo abrazado a la bolsa de residuos merced al dardo tranquilizante que los expertos le dispararon para poder llevarlo a una ubicación más segura y apropiada, lejos de los depredadores seres humanos y sus insípidas bolsas de polietileno.
Mañana despertará en un hermoso valle, con miles de millas de bosques ríos y arroyos a su alrededor que le darán casa segura y comida.
Susan ha regresado a su casa, despachado a sus hijos que no dejan de reírse de la aventura de su madre y el oso. Mientras los ve partir en el autobús escolar piensa en la invitación a cenar de su generoso y soltero vecino y quizás, cuando terminen, ver juntos alguna película por la tele. "Camino de elefantes" no seria una mala opción.