María Antonia de Paz y Figueroa nació en 1730 en Santiago del Estero. A la edad de 15 años, comenzó a acompañar a los Jesuitas como Beata de la Compañía de Jesús en la labor de evangelización de los pueblos originarios santiagueños. Su tarea incluía enseñarles la palabra de Dios, así como a leer y escribir, y también a perfeccionar técnicas de ganadería y agricultura. Conocida como "Mama Antula", hablaba quichua y fueron los propios indígenas quienes la bautizaron con ese nombre.
Cuando los jesuitas fueron expulsados de América en 1767, a la edad de 38 años y tras tener una experiencia reveladora en la celda capilla de San Francisco Solano, Mama Antula recibió la misión de continuar con la práctica de los Ejercicios Espirituales realizados por los jesuitas, con el objetivo de salvar almas. Fue entonces cuando comenzó su propia misión, eligiendo el nombre de Iglesia María Antonia de San José.
Mama Antula no era una mujer de su tiempo
Desafiando las normas sociales de su época, Mama Antula recorrió todo el actual territorio del noroeste argentino para organizar los Ejercicios Espirituales, a pesar de la prohibición del Rey Carlos III, logrando la autorización de los obispos locales. Caminó más de 5 mil kilómetros hasta Buenos Aires, donde llevó a cabo su obra más destacada: la construcción de la Santa Casa, un lugar financiado completamente por donaciones y dedicado exclusivamente a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Inaugurada en 1795, fue en este lugar donde Mama Antula falleció en 1799.
Era una mujer humilde, de profunda fe cristiana, que se propuso una misión y la cumplió. Recorrió descalza cada tramo de los 4000 kilómetros que separaban Santiago del Estero de Buenos Aires, mostrando perseverancia y solidaridad al reunir a personas de diferentes estratos sociales durante los ejercicios espirituales, donde todos compartían comida y oraciones, sintiéndose igualmente hijos de Dios.
Mama Antula no era una visitante en tierra ajena; en su caminar descalzo se fundía con la tierra misma, siendo libre, radical y rebelde. Su acto de descalzarse reflejaba la convicción de que el suelo que pisaba era sagrado, recordando las palabras de Dios a Moisés: "Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es tierra sagrada", como lo describe Casemajor.