Tres curiosos rumbo al precinto 22.
Nos encontramos con Rosalyn y el “gordo” Sam para ir al precinto a ver al teniente Valdez. Eran los últimos días del detective antes de mudarse, ahora en su nueva condición de marshal, a las oficinas del Servicios de Alguaciles de los Estados Unidos.
Nos preguntábamos si los del laboratorio criminal del Departamento de Policía, ya habrían abierto la caja de hierro que encontraron en una de las paredes del departamento de Norman. Moríamos de curiosidad por saber que habría en su interior.
Le contamos a Sam que habíamos visto a Johnny Ray detenido en la delegación policial tras haber sido sorprendido intentando irrumpir a la fuerza en la casa de Norman, según él mismo dijo, porque quería recuperar un libro que le había prestado al pianista y este no se lo había devuelto.
El “gordo” parecía impresionado y lleno de preguntas por la detención de Johnny, quien hasta ahora, había fungido cómodamente como amigo de Norman.
Sam no comprendía por qué Ray había elegido esa forma violenta, intrusiva, como una suerte de salteador nocturno que intenta romper una puerta para saquear lo poco que queda de la casa del muerto.
Nosotros tampoco teníamos respuestas a esa pregunta. Quizás cuando los técnicos lograran abrir la misteriosa caja de hierro, la verdad aparecería limpia y prístina para aclararnos el panorama. O quizás no.
Llegamos al precinto para encontrarnos con la novedad de que el teniente Valdez había salido y volvería en aproximadamente una hora. Al menos así nos aseguró el sargento Collins, quien le ofreció, obviamente por orden directa de su superior, un café con biscottis a Rosalyn y, al “gordo” y a mí, lo de siempre: dos vasos de plástico vacíos y el camino hacia la canilla del baño de caballeros para ir a buscar agua.
Le preguntamos a Collins si había alguna noticia sobre la caja de hierro y el laboratorio criminalístico de la NYPD y nos respondió que Valdez tenia pensado pasar por ahí de vuelta al precinto para traer las novedades.
Le preguntamos también si podía decirnos adónde había ido el teniente y Collins nos miró con cara de pocos amigos como diciéndonos “ustedes saben perfectamente que no puedo decírselos”.
Entendimos. Tomé los dos vasos de plástico que nos había dado Collins y fui al baño por agua. Nos aguardaban muchos minutos de espera hasta que el jefe regresara.
En el bar Milano’s, en el antiguo Bowery de la vieja Manhattan
No hay nada mejor que entrar en ese antiguo bar penumbroso si se viene de una mañana soleada que casi deja ciegos a los transeúntes desprevenidos.
Me complace descubrir que con Valdez compartimos el gusto por este antiguo bar donde mi abuelo y el de Rosalyn quizás llegaron a conocerse en aquellos duros tiempos de la Gran Depresión y en donde “la Dama del Oldsmobile” y este periodista sellaron un pacto de amistad que aún sigue vigente.
Pero Valdez no parecía estar acudiendo al Milano’s para beber un buen vaso de whiskey y pasar un rato sin hacer nada.
Valdez tenia una cita con un amigo. No era cualquier amigo, era uno de esos que solo un experimentado detective de homicidios como él puede llegar a conseguir, tras décadas de trabajar en un empleo tan impar e impredecible, donde uno se juega la vida a cada minuto.
Un empleo en el que el bien y el mal conviven como las caras de una moneda, así como las desgracias y los favores que se honran de por vida. Tal era el caso de quien esperaba por Valdez en la penumbra del viejo bar preferido del gran Norman Mailer.
Lo llamaremos Gino. No es su nombre pero confieso que temo darlo a conocer aquí.
Gino había sido por años “caporegime” de una de las cinco “familias” de la ciudad de Nueva York. Las mismas cinco “familias” que conformaban la llamada “cosa nostra”, y que hoy están casi desmanteladas.
Un “caporegime” o “capo” de la familia era un jefe de rango intermedio, como el centurión en la legión romana, que a la vez era el hombre de mayor confianza del “don” o el “padrino”, líder máximo de la organización mafiosa.
Gino hacía ya varios años que había dejado la familia, hoy prácticamente desaparecida, acorralada por las investigaciones bicamerales del Congreso y el celoso accionar de las agencias de seguridad federales como el FBI.
Pero en un momento de dichas investigaciones, Gino fue acusado y llevado a juicio por un crimen del cual era claramente inocente.
Valdez testificó en ese proceso confirmando expresamente la inocencia del acusado. Esto no impidió que Gino fuera a parar a prisión algunos años por otros cargos menores. Pero fue gracias al testimonio de Valdez que no fue sentenciado a una condena muchísimo mayor y peor. Y esto, Gino, jamás lo olvidó.
El detective entró al bar y ubicó a su amigo entre las sillas del fondo, la zona más penumbrosa. Tranquilamente se acerco a la mesa donde Gino se encontraba y, tras un intercambio de sonrisas, estrecharon sus manos con saludos en dialecto siciliano, lengua que Valdez dominaba.
-Así que ahora sos todo un marshal de los Estados Unidos, no voy a poder escaparme a Hawaii, dijo Gino riendo.
-A donde vayas te voy a seguir y encontrar, no puedo darme el lujo de perderme tus “spaghettis a la puttanesca”, pocas cosas en este mundo infame valen tanto la pena, dijo Valdez riendo.
-¿Estás seguro de hacer ese cambio? En el precinto estás bien, sos el jefe, aconsejó el italiano.
-Es cierto, pero me interesa ampliar mi radio de acción a otros estados, hay muchas investigaciones que no podemos continuar debido al tema de las jurisdicciones y no te olvides que en el 22 tenemos jurisdicción solo sobre el Central Park.
-Bueno, vos sabes lo que hacer y contás con todo mi apoyo…a propósito, ¿qué te trae a verme?
Valdez lo miró a los ojos y su rostro adoptó una expresión de profunda seriedad.
-Tengo un nombre, y quiero saber a qué responde, quizás me lo puedas decir.
-Vos ya sabés Johnny, yo me retiré hace muchos años, cuando salí de Sing Sing, ahora estoy con todos las agendas desactualizadas vendiendo autos en Staten Island.
-Sí, lo sé, pero sé también que sos el único que puede darme una pista que yo pueda seguir.
-¿Qué nombre es?, preguntó Gino con interés.
-¿Te dice algo “Carmel”?
Gino se quedó inmóvil, como petrificado, y solo atinó a murmurar:
-¡Madonna santa! No puedo creerlo.
El italiano se quedó en silencio moviendo su cabeza de un lado a otro como si negara algo que no quería ver. Valdez insistió:
-¿Qué es? ¿Es una persona, un sitio, un código, una palabra clave…?, preguntó el detective con ansiedad.
Gino respiró profundo y comenzó su relato:
-“Carmel” es el nombre en clave de un “ejecutor”. Vos sabés, un asesino “free lance” con blancos predeterminados. Alguna vez trabajó para algunas familias, pero nunca con nosotros. Recuerdo que el “don” no confiaba en él, lo temía ingobernable. Y tenía razón.
-Por eso era el “don” ¿Qué más sabes de él?
-Aparte del nombre en clave, “Carmel”, se decía que no era americano, tampoco italiano. Escuché en esos años que había venido de Europa a Nueva York para hacer un trabajo, pero nadie sabía su país de origen. Los que lo vieron contaban que era muy meticuloso, que usaba distintos métodos para matar. No era el clásico de las películas de gánsters que baja de un auto con una ametralladora Thompson y barre con todo. No, este tipo era un exquisito, decían que era un experto envenenador y que mataba sin dejar rastros.
-¡Eso es lo que quería escuchar, Gino! exclamó Valdez.
-El problema es que no sabemos su identidad, no se sabia su nombre verdadero ni donde vivía, quizás ahora esté viviendo en Europa, quién sabe en qué país.
-Este tipo mató a dos hermanos no hace mucho. A uno le inyectó un veneno tropical en el cuello que lo mató en menos de cinco minutos y a la hermana de éste la estranguló ¡con una sola mano…! algo me dice que aún no terminó su trabajo, que le quedan algunos cabos sueltos todavía…
-Johnny, te estás enfrentando a alguien muy peligroso, vas a tener que andar con cuatro ojos en tus espaldas…espera. ahora que me acuerdo, hay alguien que trató con él, creo que vive en un geriátrico con la identidad cambiada, pero yo sé dónde está y si vamos juntos, al verme, te dirá todo lo que sabe de “Carmel”.
-¡Vamos ahora entonces…! Respondió Valdez con excitación.
- ¡Aspetta aspetta…Roma non è stata fatta in un giorno…! Dame tiempo y te aviso cuándo vamos.
-Perfecto, espero tu llamada, dijo Valdez poniéndose de pie y extendiendo su mano al “capo”.
Gino estrechó la mano del policía y sacando del bolsillo de su chaqueta un flamante puro Cohiba Behike, la nave insignia de la compañía, se lo entregó a su amigo quien estupefacto por el regalo, solo atinó a decir:
-¡Este habano cuesta 400 dólares…! ¿acaso te volviste loco?
-Los gustos hay que dárselos en vida, te espero para los spaghettis.
-Iré con un buen “Chianti” bajo el brazo, agregó Valdez guardando su habano.
Laboratorio Criminalístico de la Policia de la Ciudad de Nueva York
Valdez entró al edificio policial con paso decidido.
Él también, como nosotros, había centrado sus expectativas en los resultados de la apertura de la caja de hierro que habían encontrado en el estudio de Norman Blake.
Caminaba con prisa por los largos pasillos de baldosas enceradas, como guiado por una fuerza invisible que lo empujaba a la resolución del caso.
Su encuentro con Gino había resultado más que provechoso, “Carmel” había dejado de ser un nombre sin sentido para convertirse en un primer sospechoso, de carne y hueso, un asesino al que ahora era posible encontrar y detener.
Al llegar al laboratorio abrió la puerta e ingresó confiado. Al entrar se encontró con las adustas miradas de los técnicos y forenses que parecían aplastados por un alud.
Parado a un costado, el director del laboratorio, un experto criminalista con grado de capitán de policía, parecía estar esperándolo, y no precisamente con buenas nuevas.
Valdez comprendió de inmediato que algo inusual e inesperado, algo malo al fin, había ocurrido con la caja de hierro de Norman, por lo que se ahorró los comentarios y las preguntas innecesarias y disparó a bocajarro:
-¿Qué pasó con la caja? ¿Dónde está?
El jefe del laboratorio no parecía estar menos contrariado que el detective, así que no le costó mucho darle la noticia:
-Estábamos por abrirla y llegaron tres agentes de inteligencia enviados por el gobierno federal a incautar la caja, parecía que sabían que la teníamos y querían tener la primicia.
-Apuesto que uno de los SWATs nos delató, dijo Valdez visiblemente molesto.
-Uno era del FBI, otro de la CIA y el tercero de la Agencia Nacional de Seguridad, hubiera sido muy difícil oponerse, tendríamos ahora un caso federal por obstrucción de una investigación federal, etcétera, etcétera, etcétera…
-¿O sea que nunca sabremos lo que había adentro?, preguntó el detective con triste resignación.
-Siempre digo “Nunca diga nunca” teniente, dijo el director y abriendo un cajón del escritorio sacó un sobre de papel de estraza y se lo alcanzó a Valdez.
-Antes de abrir una caja de metal solemos tomar una placa de Rayos X como precaución por si se trata de una bomba o contiene elementos explosivos. Ahí tiene lo que había adentro de la caja. De una cosa estamos seguros: Los de Inteligencia no tendrán la primicia, dijo el funcionario con ostensible orgullo.
Valdez agradeció emocionado y, tomando el sobre, emprendió el viaje al precinto donde hacía rato que lo estábamos esperando.
Oficina de Homicidios, precinto 22, frente al Central Park.
Valdez entró en su oficina exultante de felicidad. Saludo primero a Rosalyn a quien le ofreció café con biscottis. Al “gordo” y a mí, ni agua.
Las noticias no podían ser mejores: “Carmel” tenía ahora forma humana y una historia y, si bien los de Inteligencia se habían llevado la caja de hierro, Valdez tenía una placa radiográfica de su interior.
A las preguntas sobre la identidad de “Carmel” se sumaba ahora una nueva pregunta: “¿Por qué el gobierno federal estaría tan interesado en lo que Norman Blake guardaba en su caja de seguridad?”.
Valdez se sentó frente a su escritorio y sacó del sobre de papel de estraza la radiografía que los técnicos habían tomado por precaución.
Puso la placa contra la lámpara de su escritorio y sonrió como quien encuentra una pista del mapa del tesoro.
La placa mostraba lo que parecían ser papeles, pero más claramente, perfectamente definida, absolutamente inconfundible para cualquier conocedor del mundo de las armas, aparecía la detallada impresión de una pistola con silenciador.
Valdez nos miró con atención, como el maestro que está a punto de empezar su clase y señaló:
-Eso que ven es una pistola Beretta M-71 calibre .22 LR.
Ignorantes, lo miramos sin comprender demasiado la relevancia del descubrimiento, por lo que el detective nos aclaró casi como al pasar…
-Esta es la pistola preferida por los agentes del Mossad, el servicio de inteligencia israelí, para sus ejecuciones. Parece que Norman, aún después de muerto, sigue siendo una caja de sorpresas.
Dejó la radiografía sobre el escritorio, sacó del bolsillo de su chaqueta el habano de 400 dólares que Gino le había obsequiado, y lo encendió parsimoniosamente.
En medio del humo de la primera bocanada, el policía giró su silla dándonos por un momento la espalda y canturreó con satisfacción:
“…la vida te da sorpresas…sorpresas te da la vida…”
(Continuará)