HISTORIAS AMERICANAS

Encuéntrame en tus sueños (3era parte: el libro vacío)

Tras la muerte del fantasma, sus amigos buscan alguna pista para reconstruir su historia, en una caja llena de trastos viejos.
miércoles, 1 de enero de 2025 · 19:50

-Vamos a necesitar una mesa grande.

- (silencio)

-¿Me oíste “gordo”? Dije que vamos a necesitar una mesa grande.

Sam reaccionó y me miró con cara de “tengo un bar de jazz…no una mueblería”.

-En serio, habrá que ir clasificando todo el material siguiendo un orden para ver si realmente tenemos una historia o solo un inútil montón de papeles. Para ello necesitamos una mesa grande para apilar todo por tema en forma ordenada.

El “gordo” asintió convencido y, sin decir palabra, tomó su campera, su sombrero y salió a la calle. Afuera había empezado a nevar, era la primera nieve del invierno. Un invierno que prometía ser tan largo como triste. Un invierno que traería más frío a nuestros desolados y desabrigados corazones. Un invierno neoyorquino.

La caja era un absoluto caos. Había en su interior desde viejas fotografías a recibos del alquiler, luz y gas, también papeles con anotaciones musicales y direcciones y teléfonos con nombres indescifrables.

Lo primero que hice fue juntar todas las fotografías, que venían en todas las formas y tamaños. A primera vista nada de la niña, aunque había muchas de Norman con músicos, algunas suyas en sus diferentes edades y muchas otras de mujeres.

Frente a esas imágenes del pasado, mi mente se llenó de interrogantes.

Cuál, o cuáles, de todas esas damas sonrientes fue su pareja, su alma gemela o su amiga en alguna etapa crítica de su vida.

Cuánto pudo ella o ellas saber y entender y consolar la pena, la soledad y la monstruosa melancolía que el Fantasma arrastró hasta el final de sus días.

Y especialmente, la pregunta mas importante del mundo: por qué el Fantasma se despidió de este planeta infame aferrado a la foto de una pequeña niñita, como quien se agarra desesperado a un salvavidas en pleno naufragio.

Buscando respuestas y mientras esperaba el regreso del “gordo”, tomé el diario personal de Norman y me dispuse a estudiarlo.

Encuadernado en un oscuro y raído cuero ennegrecido por el paso del tiempo mostraba en la portada unas desteñidas palabras que alguna vez fueron doradas: “Mo dhialann”, “Mi diario” en idioma irlandés, esto si las clases que tomé en la universidad para leer a Joyce y Yeats en su idioma original finalmente sirvieron para algo.

Ansioso aunque con algo de temor, abrí el libro lentamente esperando encontrar algo así como un camino que conduzca hacia el alma de Norman Blake pero lo que hallé fue lisa y llanamente tierra arrasada:

La primera hoja había sido arrancada de cuajo lo mismo que toda la primera mitad del libro. Todas las paginas habían sido extirpadas con rudeza y apuro. Quién o quiénes lo hicieron parecían tener prisa.

Las primeras anotaciones de puño y letra de Norman que aparecían en la segunda mitad del libro pertenecían al final de la adolescencia, etapa de la vida humana que, como se sabe, no se caracteriza por ser especialmente comunicativa con el resto del planeta.

Algunas pocas páginas que habían sobrevivido al guadañazo contenían cortas y circunstanciales oraciones, sentencias sobre cuestiones banales propias de la edad del autor y no había en ellas graves confesiones o relatos sorprendentes.

La soñada “bitácora” con la que “atravesaríamos seguros los traicioneros arrecifes de su tormentosa personalidad”, se había convertido en un desmantelado volumen con unos poquísimos textos que parecían conducir a ninguna parte.

De Robert Louis Stevenson pasamos directo a John Le Carré.

Me quedé varios minutos pensando en todo esto cuando de pronto se abrió la puerta de entrada y dos patas de una enorme mesa ingresaron en el club como un elefante que intenta derribar un muro mientras afuera la nieve se arremolinaba al compás del viento.

Era Sam que intentaba hacer entrar por la estrecha puerta una gigantesca mesa de roble americano. Atónito no supe que decir salvo preguntar jocosamente:

-Cuando terminemos de usarla hay que devolvérsela al alcalde? De dónde la sacaste?

El “gordo” terminó de hacer entrar el portaviones USS Nimitz al salón, cerró la puerta de entrada al club y, sacándose la campera y el sombrero todavía cubiertos de nieve, explicó:

-Estaba en un antiguo salón de baile que dejó de funcionar hace años cerca de aquí, lo único que hice fue tomarla prestada.

-Y dónde la vamos a poner? El club lo tenés que volver a abrir en algún momento.

-La vamos a dejar aquí que no molesta y podemos trabajar con comodidad. En cuanto al club, puede seguir cerrado, tengo resto para aguantar varios meses sin trabajar.

-Cómo estás con tu umbral de la frustración?, le pregunté.

Me miró curioso y me dijo: -Hasta ahora lo vengo controlando, después de lo que seguro me dirás, no tengo la menor idea.

Dicho esto le alcancé el diario y el “gordo” lo tomó con cuidado, estudió su exterior  someramente y luego se quedó mirándome.

-Abrilo, le indiqué.

Sam fue hacia el bar y volvió con dos copas colmadas de un suave Malbec. Se sentó en un sillón y abrió el libro lentamente.

La ausencia de la primera página lo congeló por un instante pero ver todas las restantes que faltaban lo terminó de aplastar.

Me miró con estupor, con esa soberana perplejidad que muestra un niño cuando descubre que le robaron su triciclo y busca una respuesta.

-Falta toda la primera mitad del diario –señalé- Quién la arrancó, no sabemos. Por qué, tampoco. Todo este drama se va complicando con cada paso que damos y no vemos ni dónde y cómo termina.

-Pudo haber sido Norman el que las arrancó?, preguntó Sam.

-Todo es posible. Si fue él, tiene que haber tenido una poderosa razón para cercenar la tercera parte de su vida, todos sus recuerdos de la infancia, sus lazos familiares. Quizás se avergonzaba de esos recuerdos, quizás no queria involucrarse o involucrar a un tercero o tercera.

Pero si no fue él, entonces en esas páginas hay información que alguien no quiso que saliera a la luz. Alguien a quien le incomodaba que esa información existiera. En ese caso hay que ver cuándo fueron arrancadas las páginas, si antes o después de la muerte de Norman,y eso es trabajo para los detectives.

-Antes puede ser, conjeturó el “gordo”, alguien pudo entrar al apartamento de Norman y buscar el diario y destruirlo. Después es casi imposible ya que la policía incautó estos materiales y luego nos los dieron a nosotros. A no ser que el cambio lo hiciera alguien en la estación de policía.

-Es una buena hipótesis –afirmé- ahora, tengo una duda Sam y quiero que seas sincero. Por qué tomaste la foto de la niña con el riesgo que supone alterar la escena?

-Fue totalmente intuitivo, sentí que Norman estaba tratando de dar un mensaje frente a su propia muerte y quise preservarlo de los policías. No confío en estos tipos, tampoco en los curas.

-Cada día que pasa siento que Norman estaba tratando de decir algo con la foto de la niña. Qué quiso decir, no lo sé, agregué.

Mientras Sam terminaba de preparar una estoica cena en la cocina yo seguía analizando, sin mucho éxito, las pocas notas del diario de Norman que habian sobrevivido al holocausto.

-Me molesta tener que limpiar la sartén cuando se pega la comida, no te pasa lo mismo?, gritó Sam desde su trinchera humeante.

-No tengo ese problema. La dejo en remojo toda la noche y a la mañana se puede limpiar fácilmente, contesté con mi mejor tono académico.

-Sí pero lo mismo quedan las huellas de lo que se cocinó y no se pueden sacar, es como el rastro de lo que se puso en la sartén, agregó. Esas palabras de Sam reventaron en mi mente:

-Pará “gordo” –grité- volvé a decirme eso, por favor.

-Que no me gusta limpiar….

-No, eso no, lo que dijiste después, lo del rastro de la comida

-Bueno, dije que por más que limpies siempre queda una huella de lo que se puso encima de la sartén, se transfiere, no se puede borrar…

-Sam, sos un genio!!, exclamé.

Tomé el diario de Norman, me acerqué a una lámpara del mostrador del bar y empecé a mover el libro bajo la luz como quien busca una huella, un rastro.

Sam apareció y me preguntó qué estaba haciendo.

-Siempre que se regalaban estos diarios o cualquier otro libro a un chico se escribía una dedicatoria en la primera página que generalmente venía toda en blanco. A esa la arrancaron. En la segunda página está el título del libro, en este caso “Mi diario” en irlandés. Esa página se salvó porque no tenía ninguna escritura importante para quien destrozó el libro, pero el destructor no tuvo en cuenta tu argumento de la sartén y la comida.

-Vos estás pensando que la dedicatoria de la primera pagina pasó a la segunda como si fuera un papel carbónico?

-Si, quien le regaló el diario a Norman usó un bolígrafo o un lápiz, la presión de la bolilla o la mina de grafito bien pudo haber calcado la dedicatoria en la siguiente página como una huella, una tenue huella. Solo hay que encontrarla.

(Continuará)

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