ARGENTINA - BRASIL
Algo más que una simple final de fútbol
El gobierno nacional cree que una vuelta olímpica en Brasil podría ayudar a mejorar el humor social. No obstante, considera que los días del presidente de la AFA están terminadosNo es solo una final de Copa América, sencillamente porque de un lado y del otro están dos de las mejores selecciones del mundo. Con el agregado que en el campo de juego disputarán el duelo definitorio Neymar y Messi. Y si usted quiere un condimento más (por si faltan) el escenario del cotejo será el Maracaná. La final soñada.
Pero esta compulsa deportiva, no solo dirime el ganador de una menospreciada Copa América, puede definir también el rumbo y respaldo político de dos gobiernos necesitados de aire. Es una oportunidad, un salvavidas, que tanto Bolsonaro como Fernández sabrán usufructuar si el resultado es el esperado.
El presidente de Brasil, fiel a su costumbre, picanteó de entrada. Aprovechó la Cumbre del Mercorsur y le dijo a Alberto Fernández, levantando la mano “5 le hacemos”
Por esto, pero también por la relación tensa que caracterizó los últimos años entre Argentina y Brasil, pos Macri, el presidente argentino desestimó la invitación protocolar al cotejo final. Cuando lo llamaron para contarle que había surgido una invitación para asistir a la final de la Copa América, Fernández agradeció pero contestó rápidamente que no.
La oportunidad era tentadora. Faltan pocas semanas para las elecciones y una conquista deportiva mejorará indudablemente el humor social. Los futboleros no son pocos en el país y -con excepción de los Juegos Olímpicos- desde 1993 no pueden festejar un título con la selección. Los más chicos ni siquiera habían nacido la última vez que hubo una vuelta olímpica. En ese contexto, algún funcionario imaginó una foto ideal: Messi, la Copa, y el Presidente. Rápidamente ese retrato imaginario, se diluyó
La Argentina acumulará en los próximos días 100 mil muertos por coronavirus. En los cálculos de la Casa Rosada entienden que el contraste de una imagen soñada en el Maracaná con una crisis sanitaria que no da respiro en el país tendría indudablemente un saldo negativo y por tal razón desaconsejaron el viaje.
Hay otro argumento de peso. A diferencia de otros momentos históricos en donde los intereses de las dirigencias políticas y deportivas se alineaban, actualmente rige una cruda desconexión entre la Casa Rosada y la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
Quien sí estará en el estadio será el embajador argentino Daniel Scioli, que se ilusiona con ocupar el lugar de la foto que no tendrá Fernández (tendrá la foto que todo Presidente soñó en cancha?).
Para Alberto Fernández, los días de Claudio “Chiqui” Tapia como presidente de la AFA están terminados. Por eso evita hace casi un año fotografiarse en público con él. Hicieron mella los comentarios que recibe casi todas las semanas de alguien que conoce muy bien el cargo, su amigo Luis Segura, sucesor de Julio Grondona en 2014 y ex presidente de Argentinos Juniors, club del cual Fernández es hincha fanático.
A Tapia casi no le quedan interlocutores de peso en la Administración Pública. Sergio Massa, sostén de su gestión en los albores del Frente de Todos, ya no le atiende el teléfono y los dirigentes de segunda línea de La Cámpora con los que se frecuenta no tienen influencia como para torcer su destino.
Parte de los desmanejos que le atribuyen a Tapia se encuentran bajo la lupa de la Inspección General de Justicia (IGJ), un órgano administrativo que podría ordenar que se realicen nuevas elecciones en AFA. Tienen argumentos sólidos para avanzar: la asamblea virtual que reeligió a “Chiqui” como presidente estuvo repleta de vicios e irregularidades.
También hay circunstancias “deportivas” que inquietan. Quienes conocen cuestiones atinentes a la organización de los campeonatos en el continente lo explican así: “Si hoy Tapia tuviera otro peso, la Conmebol hubiera elegido otro árbitro para la final de la Copa América”.
Hoy jugarán Argentina y Brasil la final en el Maracaná. Con encuestas que tienen a Lula Da Silva como favorito, Jair Bolsonaro también ve la oportunidad de relanzar su gestión a partir de un triunfo deportivo. Todavía tiene en la memoria el efecto positivo que tuvo su protagonismo en la consagración de la verdeamarela en la Copa anterior de 2019, cuya final también se disputó en Río de Janeiro.
La designación de Esteban Ostojich para impartir justicia en el campo de juego no fue interpretada como una buena noticia en la concentración del equipo de Lionel Scaloni.
Ostojich tiene, además, malos antecedentes con Argentina. Formó parte del equipo que dirigió la semifinal del 2019, justamente ante Brasil. Esa noche, en el minuto 83 hubo un claro penal a Nicolás Otamendi que no fue sancionado. El árbitro principal, el ecuatoriano Roddy Zambrano, declaró después del partido que no vio la falta y que tampoco se la advirtieron ni sus colaboradores ni desde el VAR. En ese partido, Argentina protestó otro penal sobre Sergio “Kun” Agüero.
Esa noche, Messi estalló y habló de las “boludeces” que cobraron durante toda la Copa a favor de Brasil. Horas más tarde volvió a quejarse contra la corrupción. El vuelto no demoró en llegar: el capitán fue expulsado en el partido contra Chile por el tercer puesto.
Tras esas declaraciones, el capitán fue duramente sancionado. La AFA envió una carta para apoyar a la Pulga que el mismo Tapia redactó. Pero la misiva provocó el efecto inverso: enojó a Alejandro Domínguez, presidente de Conmebol, quien tildó de traidor a Tapia por sumarse al reclamo de los jugadores. En el Congreso siguiente del organismo, Domínguez impulsó una moción para que se desplace a Tapia del Consejo de FIFA. Y a partir de ese momento, el fútbol argentino perdió todo tipo de peso en estructuras internacionales.
Pensar que el cotejo de hoy es solo un partido de fútbol, es minimizar el alcance que puede tener una contienda deportiva.