Hay que separar la superficie del fondo, el balcón demagógico de los fríos tribunales, la efervescencia de las redes digitales de la realidad del proceso político; pero, aun con algunas confusiones tal vez inevitables, esta es la hora de la Justicia, como lo fue hace 40 años, cuando renacía la democracia y el pueblo puso en valor ese concepto, tan claro, tan evidente, que ahora se traduce, en el país, en el contraste de "quien las hace las paga" con "proscriben y persiguen a Cristina".
En esta semana, Cristina Kirchner quedará presa, por una condena de seis años, que posiblemente se reduzcan a cuatro. Es una realidad de impacto profundo, más allá de la coreografía previsible desplegada por el kirchnerismo, envalentonado por la presunta fortaleza que solo otorga la victimización, y que promete "resistencia" y hasta instalar la certeza de que un próximo gobierno lo primero que haría o debería hacer sería liberar a la prisionera más mediática de la historia argentina.
Pero lo que está ocurriendo es más profundo que lo que el personaje evidencia. No importa Cristina, sino la certeza de que se va en rumbo de dejar a un lado una impunidad histórica, que ha subordinado en la práctica a la Justicia real, sea por imperio del autoritarismo o de la desidia populista seudo democrática. Ese proceso, distinguible apenas se apartan las consignas y las pancartas con las que se pretende oscurecer la luz del sol, se ha puesto en marcha, y, ahora, será responsabilidad de quienes comandan las instituciones allanar el camino o entorpecerlo con nuevas artimañas.
La equivalencia de las causas de corrupción nacionales, en Neuquén, está en las causas judiciales que ventilan mínimos aspectos, pero importantes, de la corrupción local, mayormente concentrada en un triángulo con tres lados iguales o casi iguales: el Estado, el empresariado adicto y adscripto a los contratos del Estado, y la política a la que solo le interesa, como botín, el Estado. Podría decirse que el triángulo es casi enteramente estatal.
Es esto lo que se ve en la causa, que tendrá conclusión este año, pues es inminente el comienzo del juicio oral, de la Estafa con Planes Sociales. También se ve en los aspectos de enriquecimiento ilícito que todavía se investigan en la causa que involucra a la ex vicegobernadora Gloria Ruiz. Se ve en la reciente investigación abierta por la acción "cooperativa" en la construcción y adjudicación de viviendas. Y también se detecta en cuestiones más pequeñas, como el show de ñoquis, ilustres o desconocidos, que ameniza el espectáculo con aportes mínimos pero escalofriantes acerca de la liviandad de años, décadas, en el control de los dineros públicos aplicados a un régimen laboral generoso con quienes no trabajan y estricto con quienes sí lo hacen.
Este fenomenal circo donde el dinero vuela hasta desaparecer, evaporándose casi como arte de magia, toca e involucra también a un aspecto al que, con culpa no asumida, se intenta no rozar desde el establishment: los sindicatos. Hay mucha corrupción gremial en Argentina. En Neuquén, también. Un sindicato puede, por ejemplo, sobornar gente, impedir grabaciones televisivas, torcer resultados, guiar un proceso hacia el punto que se quiere llegar. Como reparten plata (que no es de ellos) con cierta generosidad, muchos miran para otro lado, se hacen, con una facilidad sorprendente, los giles. No hay peor ejemplo en Neuquén de la ausencia de democracia, en esos nichos donde se declama la defensa de los trabajadores.
Hay que tener en cuenta este dato: es la hora de la Justicia. Esto no la hace (a la propia Justicia) perfecta o impoluta. Hay una grave distancia entre lo que conceptualmente se instala en la coyuntura social, y lo que hay de realidad en esa burbuja que la gente crea como objetivo, como deseo, como anhelo de lo que le gustaría ser y tener. A pesar de esta certeza, no podrá eludirse la poderosa burbuja que el pueblo está inflando. Desde Cristina Kirchner hasta el ñoqui que marcaba tarjeta para enseguida continuar su vida sin trabajar, se acumula la evidencia de qué es lo que la sociedad no quiere más.
Este punto final a la impunidad de la corrupción, es el rasgo central del momento. Justo da en medio del año electoral, por lo que, aceleradamente, quienes todavía no se dieron cuenta, deberán sumergirse en las nuevas consignas, y rediseñar todo aquello que haga falta, porque, sino, es probable que la gente (esa entidad que vota) castigue impiadosamente.