Hay una máxima no escrita en la política: el poder prestado suele cobrarse con intereses. Quienes llegan a un cargo sin haber construido una base propia, tarde o temprano deben enfrentar la soledad de la retirada. Eso le ocurrió a Arabela Carreras en Río Negro y a Omar Gutiérrez en Neuquén. Dos figuras de cartón, cuidadosamente moldeadas que, al terminar sus mandatos, coinciden en un mismo punto: la peor imagen en sus provincias.
Carreras es quizás el caso más llamativo. Gobernadora de Río Negro entre 2019 y 2023, ante la imposibilidad de Alberto Weretilneck de ser reelecto. Pero su liderazgo ficticio caducó cuando creyó que el poder de los votos era propio.
La prueba más elocuente fue que no pudo ser reelecta y su intento de alcanzar el sillón del Centro Cívico, fracasó. Apenas consiguió un par de puntos por sobre el 10%.
Ni el peso del cargo ni el aparato de gobierno le alcanzaron para ganar. Humillante, la derrota contra el sindicalista Walter Cortés, marcó su presente.
Hoy, sin lugar en Juntos Somos Río Negro, donde es "pianta votos", pese a ser vicepresidenta, Carreras inscribió a nivel provincial el sello Hacemos, el espacio de Juan Schiaretti en Córdoba. Pero en las encuestas la historia es lapidaria: casi el 50% tiene una imagen negativa de ella, y 8 de cada 10 rionegrinos afirman que no la votarían. El proyecto de liderazgo propio terminó siendo un espejismo.
En paralelo, su mentor, Alberto Weretilneck, volvió a la gobernación y se posiciona como el dirigente con mejor imagen en Río Negro. Más del 55% de aprobación en su gestión y una brecha sólida entre imagen positiva y negativa. Un mérito grande en épocas de motosierra acelerada a fondo desde la Casa Rosada.
El contraste no podría ser más brutal: mientras ella se diluye en intentos marginales, él consolida un nuevo ciclo político, se pone a Juntos en sus hombros para intentar retener dos bancas en el Congreso, pese a la grieta.
En Neuquén, la película tiene el mismo guión, pero distintos protagonistas. Omar Gutiérrez, heredero directo de Jorge Sapag, transitó dos mandatos al frente de la provincia y dilapidó la hegemonía del Movimiento Popular Neuquino.
Con el tiempo se volvió una figura desdibujada, que no supo reinventarse. Al contrario, se acomodó.
La decisión del gobernador Rolando Figueroa de exigirle la renuncia a Gutiérrez del directorio de YPF -cargo en representación de Neuquén con un salario sideral superior a los 90 millones de pesos por mes- fue más que un gesto político.
Es una señal de ruptura con el pasado. Y también, una lectura clara de lo que quieren los neuquinos: más del 80% desaprueba su presencia en ese cargo.
Figueroa, al igual que Weretilneck, profesan el pragmatismo. No hay margen para la nostalgia. La política premia al que tiene el pulso de la calle, y castiga con dureza a quien confunde el poder delegado con poder propio.
Hoy, tanto Carreras como Gutiérrez recorren la periferia del sistema político que los encumbró. Sin estructura, sin votos y sin narrativa. El tiempo los alcanzó rápido, porque en política, como en la vida, no se puede vivir eternamente del crédito ajeno.