El viernes, el Consejo de Seguridad de la ONU condenó la masacre en Siria que dejó más de 1000 civiles muertos de la comunidad alauita. Esta tragedia, el episodio más violento desde la caída del régimen de Bashar al-Assad en diciembre de 2024, puso en evidencia dos cosas. Por un lado, la naturaleza real del nuevo gobierno encabezado por Ahmad al-Sharaa, líder del grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), quien llegó al poder tras liderar una sorpresiva revuelta que terminó con 50 años de dictadura de la familia Assad. Por otro, la incapacidad de este gobierno interino de cumplir con lo que le viene prometiendo a Occidente: normalizar Siria a base de diálogo y consensos.
Todo comenzó el 6 de marzo cuando hombres armados leales a al-Assad, quien escapó de Siria en diciembre de 2024, emboscaron a las fuerzas de seguridad del gobierno. Esto desencadenó enfrentamientos entre los partidarios del antiguo régimen y las fuerzas gubernamentales actuales.
En respuesta a los ataques de insurgentes leales al viejo régimen en territorios alauitas, combatientes cercanos a Ahmed al-Sharaa, junto con facciones yihadistas, avanzaron hacia la región. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, civiles fueron asesinados durante "ejecuciones entre las fuerzas de seguridad sirias y grupos armados leales a Assad". La ONU también reportó "matanzas masivas de civiles" en las provincias de Latakia y Tartús, regiones de mayoría alauita en la costa occidental de Siria.
La matanza de alauitas
El gobierno interino de Ahmad al-Sharaa, quien lidera HTS, conocido por sus vínculos históricos con Al-Qaeda, verbalmente siempre mostró voluntad de asegurar los derechos de las minorías (cristianos, alauitas, mujeres, entre otros). Sin embargo, la reciente matanza de alauitas demuestra que estas promesas estaban vacías y revela el grado de brutalidad que el gobierno yihadista está dispuesto a ejercer para mantenerse en el poder.
Bastante lejos quedaron las promesas a Occidente de que iba a trabajar para encontrar un equilibrio entre los varios grupos que componen la estructura social y cultural siria, que se vienen enfrentando desde hace al menos 13 años, cuando estalló la guerra civil. La matanza muestra el odio que permanece latente hacia la minoría alauita, que durante la dictadura de los Assad se dedicó a perseguir y matar a miembros de otras comunidades sirias.
Alrededor del 10 por ciento de los sirios pertenecen a la minoría alauita, una rama del islam chiíta. Los Assad, que gobernaron Siria con brutalidad durante más de cinco décadas, son alauitas, y ese grupo dominaba la clase dirigente y los altos rangos del ejército. Ahora, esta minoría se encuentra desprotegida y vulnerable ante las represalias de los grupos que durante décadas sufrieron su opresión.
Cuando las pruebas de las masacres ya eran evidentes, al-Sharaa anunció la creación de un comité para esclarecer los crímenes cometidos y castigar a los responsables. Prometió que dicho comité investigaría la violencia e informaría en un plazo de 30 días. Sin embargo, esta respuesta tardía y probablemente insuficiente revela la verdadera actitud del gobierno hacia la protección de las minorías.
Este episodio de violencia extrema debería enterrar cualquier esperanza de que, bajo la autoridad de al-Sharaa, Siria pueda alcanzar un proceso de institucionalización que la saque de la profunda crisis que se intensificó hace 13 años con la guerra civil y que ha empeorado las condiciones de opresión y violencia que durante 50 años los Assad llevaron adelante en ese país.
El acuerdo con los kurdos
En un fuerte contraste con su trato hacia los alauitas, el gobierno de al-Sharaa firmó un acuerdo con las Fuerzas Democráticas Sirias, una milicia liderada por los kurdos, para integrarla en las instituciones estatales. Este acuerdo podría restaurar el control central sobre el noreste de Siria por primera vez en una década. Las milicias kurdas controlan aproximadamente un tercio del país y también las cárceles donde están recluidos miembros del Estado Islámico.
Este acuerdo representa un cambio significativo respecto a cómo eran tratados los kurdos bajo el régimen de al-Assad, cuando no tenían derechos. Ahora se integrarían a la estructura del estado, aunque sin autonomía (a lo que se opone Turquía) y se los reconoce como parte de Siria. Sin embargo, la movida parece ser más estratégico que un verdadero compromiso con la inclusión de las minorías.
Israel y Turquía: entre el caos y la estabilidad
Turquía tiene con Siria 900 kilómetros de frontera y alberga alrededor de 4 millones de refugiados sirios. La caída del régimen de Assad fue bien recibida por Recep Tayyip Erdogan, el líder turco, quien ve una oportunidad de tener peso en la reconstrucción de ese país. Sabe que Rusia, ocupada en Ucrania, e Irán, debilitado como nunca antes, descuidaron ese territorio que controlaban y que no tienen ganas ni fuerza para volver a intervenir. Turquía mantiene su presencia en las zonas sirias controladas por los rebeldes al régimen de Al-Assad.
El gobierno turco ya anunció que aproximadamente 80.000 sirios regresarán a su país y quiere que esa cifra aumente. Para eso necesita que Siria empiece a reconstruirse, por lo que está dispuesto a involucrarse en el proceso de transición. A Turquía le preocupa lo que puedan hacer los kurdos, a los que tiene cerca de su frontera, y por eso necesita que Siria mantenga su integridad territorial y su independencia política. La presencia del grupo armado kurdo YPG, con vínculos con el PKK, sigue siendo sin dudas una de las preocupaciones más importantes para Ankara.
Por su parte, Israel está aprovechando activamente la situación de inestabilidad en Siria. En su búsqueda de alianzas con minorías no musulmanas en la región para fortalecer su seguridad, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, afirmó que su ejército estaba preparado para defender a los drusos sirios ante cualquier amenaza del gobierno interino. "Si el régimen daña a los drusos, nosotros lo dañaremos a él", declaró.
A Israel le conviene una Siria débil militarmente y se lo hizo saber: desde la caída del régimen de Assad en diciembre de 2024, Israel destruyó entre el 70% y el 80% de la capacidad militar del régimen en solo 48 horas. El caos en Siria le sirve a Israel mientras termina de resolver problemas más urgentes como Hamas, Hezbola y, sobre todo, Irán.
Incertidumbre y más violencia a la vista
El futuro de Siria se presenta sumamente incierto. Las minorías se verán amenazadas en medio de una severa crisis económica, donde la pobreza y la corrupción siguen dominando la escena. La masacre de civiles alejará aún más la posibilidad que se levanten las sanciones internacionales.
El pueblo sirio sigue sufriendo las consecuencias de décadas de opresión y guerra civil. También de un gobierno que, lejos de ser una solución, parece continuar con los ciclos de violencia sectaria que han desangrado al país.