Catamarca, invierno, 18 horas. En un basural de la ciudad de Belén, el horror se hizo carne. Un vecino, acostumbrado al silencio y al olor ácido de los desperdicios, vio algo que no encajaba entre los restos de lo descartado: el cuerpo sin vida de un bebé. Un recién nacido. Apenas unas horas de vida, tal vez. La muerte lo había alcanzado antes de cualquier oportunidad.
La noticia cayó como un plomo sobre el pueblo. No hay metáfora posible para lo que se encontró ahí. El frío le cortó la respiración. Literalmente. La autopsia preliminar, según fuentes judiciales, determinó una falla cardíaca compatible con hipotermia. Murió de frío. No de hambre. No de enfermedad. De frío. Afuera. Solo. Abandonado.
Una vida descartada como un residuo
Los médicos forenses no necesitaron muchas vueltas para confirmar lo que el cuerpo ya gritaba: el bebé fue expuesto a las bajas temperaturas por un período prolongado antes de morir. El informe reforzó lo que ya nadie quería decir en voz alta: la vida del bebé pudo haberse salvado. No nació muerto. Lo dejaron morir.
La Fiscalía de Instrucción de Belén trabaja contrarreloj. Hay preguntas que todavía no tienen respuesta, pero hay certezas que golpean: alguien lo trajo al mundo y alguien lo dejó morir. Se intenta determinar quién fue la persona gestante, cuándo fue el parto, si hubo ayuda, si el bebé nació en condiciones normales. Si alguien más participó. Si el cuerpo fue dejado allí con la intención de que no fuera hallado.
El caso se maneja con un hermetismo extremo, pero el pueblo ya no necesita detalles. Sabe lo suficiente como para no dormir tranquilo esta noche. Belén, esa ciudad pequeña y silenciosa, hoy tiene un muerto que no tenía nombre. Ni tumba. Ni historia.
Solo frío. Y basura. Y olvido.