Este 19 de mayo se cumplen 30 años del fallecimiento de Jaime Francisco de Nevares, el primer obispo de Neuquén y una de las figuras más queridas, coherentes y comprometidas de la historia reciente de la provincia. Su legado, profundamente ligado a la defensa de los derechos humanos, la justicia social y el acompañamiento a los sectores más vulnerables, sigue vigente tres décadas después.
Nacido en Buenos Aires en 1915, De Nevares fue designado obispo de Neuquén en 1961 por el papa Juan XXIII, apenas creada la diócesis local. Desde entonces, su vida quedó atada a la historia neuquina, no solo como líder religioso, sino como referente moral y social.
Lejos de una figura eclesiástica distante, Don Jaime —como todos lo llamaban— se transformó en un verdadero pastor del pueblo. Recorrió cada rincón de la provincia, se sentó con mapuches, obreros, campesinos, jóvenes y militantes, y alzó su voz siempre que hubo injusticias.
Compromiso con los derechos humanos
Durante la última dictadura militar, De Nevares fue uno de los pocos obispos argentinos que se posicionó públicamente contra las desapariciones, las torturas y la represión. No solo acompañó a familiares de víctimas, sino que se convirtió en una voz clave en la defensa de los derechos humanos en el sur del país.
Fue también parte de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), en 1983, aportando con su ética y su compromiso a la reconstrucción democrática de la Argentina.
Legado vigente
Don Jaime se retiró del obispado en 1991, tras 30 años de servicio pastoral. Falleció el 19 de mayo de 1995, pero su figura continúa siendo faro e inspiración. Su recuerdo no se agota en la Iglesia: vive en las luchas sociales, en las comunidades mapuches, en los barrios populares y en la conciencia colectiva de Neuquén.
Recordarlo es también un llamado a retomar los valores que lo guiaron: la coherencia, la cercanía con el otro, la defensa de los más débiles y la fe puesta en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.