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Domingo 15 de Junio, Neuquén, Argentina
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The New Yorker, Capote, Walsh, y dos crímenes iguales tan distintos

Una exposición que está por estos días en la Biblioteca de Nueva York, dispara apuntes sobre la realidad político-literaria en Argentina.

Sabado, 14 de junio de 2025 a las 13:55

Un amigo que estuvo hasta hace poco residiendo en Neuquén, y ahora está en Estados Unidos, me contó de su visita a la Biblioteca de Nueva York, en donde se está mostrando en estos días una exposición sobre aquella publicación emblemática del siglo pasado, The New Yorker, en la que escribiera, entre otros notables, el gran Truman Capote; y esa exposición de artefactos y documentos del siglo XX provocó una inmediata reacción ante la inevitable tentación de comparar autores y realidades, entre el país del norte y el del sur; y, además, vincular esa nostalgia culposa con esta actualidad acuciante, en la que se mezclan, en la coctelera impiadosa de la miseria humana, la condena a Cristina Kirchner y sus implicancias misteriosas, con la nueva guerra entre Israel e Irán y su tenebrosa advertencia.

La presencia de Capote, ineludible, en la expo del New Yorker en la gran biblioteca neoyorquina, se hace visible en la muestra de originales del editor de "A Sangre Fría", William Shawn, con anotaciones en los márgenes y apuntes extraordinarios. Truman Capote es considerado, en el norte americano, y en buena parte de occidente, como el creador de la "non fiction novel", con esa novela publicada en 1966, que narra, con profundidad implacable, la historia de un crimen y sus protagonistas. Sin embargo, en el sur americano, está la convicción de que la non fiction novel nació aquí, en Argentina, con "Operación Masacre", publicado en 1957, nueve años antes. Su autor, Rodolfo Walsh, también cuenta allí un crimen, real, pero con connotaciones políticas incomparables, pues contribuyó a crear ese mito de que, en este país, los únicos perseguidos fueron y son los peronistas.

Mientras en Nueva York se muestra ese vistazo al siglo pasado, aquí la exhibición es más abierta, en las calles, y se fundamenta, ideológicamente, en aquellos años, en los fusilamientos de 1956, en los comienzos de la proscripción del peronismo, y en equiparar a Cristina Kirchner, saludando ya condenada desde el balcón de su departamento-celda, con aquellos mártires de la crueldad asesina en la que incursionó la política y la sociedad argentina en aquellos años aciagos, y que tuvo su máxima expresión de barbarie en la dictadura cívico-militar desde 1976 a 1983.

Truman Capote contó un crimen, que tuvo como víctimas a una familia de un área rural de Kansas, la familia Clutter. Narró todo, desde el principio al fin, porque esa historia terminó con la ejecución, en la horca, de los dos asesinos. Rodolfo Walsh contó también un crimen, aunque con otras implicancias, el de los fusilamientos a un grupo de militantes peronistas, en José León Suárez. Las dos historias hablan de lo sucedido con lucidez generosa, y, a la vez, de la sociedad en la que ocurrieron los crímenes. Semejanzas y diferencias son tan extraordinarias como impactantes, y tienen que ver también con los autores. Mientras Capote transcurrió su vida entre la discriminación y el glamour de los famosos, Walsh transitó algo parecido, pero sin glamour, y con siniestras muestras de cómo se castiga la disidencia política.  

Capote murió inundado de alcohol y anfetaminas; Walsh, se presume, cruentamente, y suma su nombre a la larga lista de desaparecidos en Argentina. Ya pocos discuten a Capote en Estados Unidos; en cambio, aquí, Walsh es tan actual que duele tanto su adoración como su condena.

 

 

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