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Sábado 21 de Junio, Neuquén, Argentina
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Cuando la justicia entiende el miedo: la historia detrás del parricidio que no fue

El caso de Fernando Jara, el joven que decapitó a su padre en Zapala tras 20 años de violencia familiar, marcó un precedente silencioso en la justicia neuquina. Su defensor, Gustavo Lucero, explica cómo el miedo puede justificar una acción extrema.

Sabado, 21 de junio de 2025 a las 09:48
Vecinos de Zapala siempre estuvieron del lado de los hermanos, conocían bien la situación

“Yo voy en cana, pero vos no le pegás más a mi mamá”. La frase cortó el aire de Zapala como un hachazo. No fue un rumor ni una interpretación: lo gritó Fernando Jara en plena calle, con las manos ensangrentadas, el pecho agitado y el terror acumulado en los nudillos. Detrás suyo, la imagen brutal que lo convertiría en noticia: el cuerpo decapitado de su padre, Orlando, tirado en la vereda, con la cabeza apoyada sobre el torso. Era enero de 2020 y el espanto recorrió cada rincón de la ciudad. Un hijo había matado a su padre. Lo había decapitado. Lo había dejado a la vista de todos. Nadie imaginó que cuatro años después, la justicia diría que no había delito.

La foto del final

Gustavo Lucero fue el defensor de Fernando. No trabajó solo. Lo hizo con la compañía fundamental de Silvina Fernández Mendaña. Cuatro años después, reconstruye el caso sin morbo pero con firmeza. “Lo interesante es que uno a veces se queda con la foto del lugar del crimen. Esa foto que trascendió, con el cuerpo decapitado. Con el autor en la imagen. Y con la certeza de que esa escena terminaría en una condena a perpetua”. Pero la foto, dice Lucero, era apenas el final. La última escena de una historia escrita con golpes, gritos y miedo.

La necesidad de ir hacia atrás en la línea del tiempo y entender que todo acto tiene un por qué fue la determinación que tomó la defensa. Incluso en contra de la fiscalía que proponía sostener la figura del parricidio en la caratula del caso. Sin embargo, un hecho histórico necesitó de un fallo de tal magnitud. Poder entender el contexto. 

La madre de familia, protegida por sus hiijos

Porque lo que el expediente reconstruyó no fue un crimen irracional sino un ciclo de terror familiar. Veinte años de violencia. El padre que le hizo perder un embarazo a la madre. Que intentó meterla en un lavarropas. Que amenazó con quemar vivos a todos. Que domesticó el miedo como si fuera un perro de la casa. “Era una historia de violencia crónica. Los hijos no reaccionaban porque no podían. El miedo los había quebrado”.

El acto extremo de defender

El juicio no tuvo jurado. Fue técnico. Y sin embargo, fue uno de los fallos más humanos que se recuerden en la provincia. La justicia, por una vez, logró entender el miedo.

Fernando no quiso matar. No salió a cazar. No fue a buscar venganza. “Ese día creyó que su padre iba a buscar un arma. Fue la escena final. La posibilidad de que ocurriera lo peor. Actuó en defensa propia y en defensa de su familia”, explica Lucero. Y agrega: “La decisión del tribunal fue comprender que esa decapitación no fue una crueldad gratuita, sino una reacción desbordada, pasional, el resultado de un corazón que vivió demasiado tiempo oprimido”.

Orlando Jara, el violento padre de familia

"Yo prefería que me pegue a mi y no ver a mi mamá llorando en el piso. Llegaba borracho y si no había un plato de comida se dequitaba con nosotros. Siempre tratamos de ser buenos pibes, pero el cayó en los vicios y nos complicó la vida", explicó Diego Jara, uno de los hijos. 

Una perita psicóloga lo dijo en el juicio: ante una situación límite, el ser humano tiende a paralizarse, huir o defenderse. Fernando eligió la tercera. “Conozco casos similares de mujeres que matan a sus parejas violentas cuando la agresión se vuelve hacia sus hijos. Ya no se trata de una misma, sino de salvar a otros”, agrega el abogado.

Jurisprudencia del miedo

Cuando el caso comenzó, ambos hermanos fueron imputados por parricidio. Pero pronto quedó claro que el autor material era Fernando. El otro fue desvinculado. La acusación inicial era grave: matar a un ascendiente. Pero el juicio avanzó y se llegó a una conclusión insólita para los manuales pero profundamente justa para la historia: no hubo delito. La acción fue típica (mató a otra persona) y el agravante del vínculo era indiscutible. Pero al evaluar la antijuridicidad, los jueces reconocieron que actuó bajo una situación de defensa propia y de terceros.

El barrio de Zapala donde ocurrió todo

La jueza, en su fallo, lo dijo sin eufemismos: “Si pensamos en el juicio, se nos presenta la imagen más dura: un hombre mutilado, a la vista de todos. Parece que queda poco por discutir. Pero entendimos que Fernando actuó buscando proteger a su familia”.

Lo que el miedo deja

El caso de Fernando Jara quedó firme. El Ministerio Público Fiscal no apeló, no impulsó querella, no cuestionó la resolución. Fue un silencio institucional que también dice mucho: no se puede castigar a quien reacciona tras 20 años de terror.

Hoy Fernando no está preso. Tampoco carga con el estigma de haber matado a su padre. De hecho cuando sucedió todo los vecinos de Fernando salieron a respaldarlo con una marcha pidiendo su liberación.

Una comunidad fiel: marcharon en más de una oportunidad para defender a los hermanos

La historia todavía retumba en las paredes de esa casa que alguna vez fue un infierno. Pero ellos eligen no hablar del tema. Prefieren enterrar el pasado. Porque desde ese día, ese maldito día, no solo murió un hombre. Fue el renacer de una familia que hoy vive en libertad. 

No hay redención en este tipo de historias. Solo la posibilidad de que alguna vez, el miedo deje de ser una cárcel. Y que la justicia vuelva a tener el coraje de mirar más allá de la foto.

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