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Domingo 03 de Agosto, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños (34ta parte. La orquídea delatora)

En la casa de una vieja irlandesa, se acrecientan las sospechas acerca de la eventual presencia del peligroso Carmel.

Domingo, 03 de agosto de 2025 a las 10:21
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Departamento de Lucy “ladySax” – Jonkers, Nueva York, de madrugada

Había tenido una noche agitada. Algo inusual en ella. Para una mujer con esos dones de poder navegar en sus sueños y recordar lo escuchado aunque estuviese totalmente dormida, el insomnio no tenía cabida. 

Pero esta vez fue la excepción.

En medio de la noche, Lucy despertó sobresaltada, bañada en sudor, un sudor tan frío como el miedo, helado como la misma muerte. 

Y, en el sobresalto, un nombre que la brasileña repitió sin cesar en voz bien alta, tan alta como para conjurar cualquier maleficio. Un nombre conocido por ella que a la vez era para ella el nombre de la muerte:

-Carmel… Carmel…repetía…y una frase separaba ese nombre:

-¡Cuidado mi amor! y de nuevo volvía a nombrar al espectro:

-Carmei…Carmel…

Mientras esto ocurría, Lucy pensaba en mí como si presintiera que algo grave podría ocurrirme y que detrás de todo estaría presente Carmel.

Miró el reloj de su mesa de noche y calculó la diferencia de cinco horas de Nueva York con Greenbrae, Irlanda. Por eso no llamaría enseguida, esperaría a que pasen las 3 pm para llamar a nuestra casa cuyo número de teléfono yo le había facilitado antes de irme. Y así lo hizo.

Pero a esa hora, yo no estaría junto al teléfono, ni tampoco en las siguientes horas que pasaron después, sencillamente porque en este momento me encontraba hablando con el teniente Valdez y más tarde, por ejemplo, exactamente ahora, tampoco, porque estoy precisamente por entrar a la casa de Milly MacFanon, la persona más cercana al corazón de Carmel Flanagan que alguna vez podría llegar a conocer.

Pero todo esto no significa que yo no haya sentido su llamado de alerta golpeando en mi corazón, porque aproximadamente a esas horas, aunque parezca la cosa más inverosímil del universo, escuché la voz de Lucy resonando en mi mente y en el centro de mi pecho y puedo jurar que ciertamente me decía:

-¡Cuidado mi amor…Carmel…Carmel…cuidado mi amor…!

Y eso, para mí, ya era suficiente milagro.

Greenbrae, en casa de Milly MacFanon

Lo primero que miramos cuando Milly abrió la puerta fueron sus labios, todos buscábamos saber si estaba o no sonriendo… ¡y lo estaba!. Una sonrisa que la hacía parecer muchísimo más joven de lo que ya era a sus casi 80 años. Era la sonrisa de una niña eternamente enamorada.

Collins se giró y musitó para que solo yo pudiera escucharlo: “Carmel está en la aldea, no cabe duda”. 

No quise apresurarme en sacar conclusiones, ni tampoco cuando Joe, en esos escasos segundos que mediaron entre que Milly abrió la puerta y nos hizo pasar a su casa, giró su cabeza hacia mí y moviendo sus labios pude leer claramente:

-“Está aquí…”

La bienvenida de Milly fue una explosión de hospitalidad irlandesa:

-¡Qué sorpresa! ¡Cead mile failte…! ¡Cuánta gente me viene a visitar! ¡Adelante, adelante!.

Procedimos a pasar a la vivienda. Collins me codeó levemente, era nuestro código privado para que le tradujera del gaélico a nuestra lengua natal.

-Cead Mile Failte quiere decir “cien mil bienvenidas”. Es el saludo más cariñoso en esta tierra, le dije.

Al entrar, Liam le entregó a Milly las flores que Derek le enviaba y que agradeció sonriendo pero con un cierto dejo de indiferencia, y tras las flores, un paquete con bollitos irlandeses de miel, una clásica confitura local que la dama agradeció con mucha más inspiración.

Al entrar en la casa nos recibió un tsunami de aromáticas flores las cuales coloreaban y perfumaban todo el ambiente desde antiguos y coloridos floreros.

Bellas flores de la campiña irlandesa tan vírgenes como la virtud que, decían, honraba a la dueña de casa, capaz de aguardar siglos, si era preciso, por un amor al que sentía como el único y verdadero en su vida.

Nos invitó de inmediato a sentarnos a su mesa, una bella obra de ebanistería, seguramente fabricada por un ancestral carpintero, quién sabe en dónde. 
Un mueble que vendría pasando de generación en generación de los MacFanon desde el tiempo en que el abuelo de Patrick O’Flaherty III estaba todavía en pañales.

-Tiene una hermosa casa, Milly…le dije como para empezar una conversación y ella respondió sin abandonar su amable sonrisa:

-Gracias señor, me han dicho que usted es un periodista de los Estados Unidos de América…me alegro entonces de conocer a un verdadero escritor…
Y haciendo una brevísima pausa agregó:
-…Porque ¿usted es un escritor…lo sabe?.

Fue como recibir una dulce puñalada directa al corazón, y recién estábamos empezando, no quería imaginarme cómo terminaríamos. 

La cosa es que yo pasé años de mi vida dedicado enteramente al periodismo netamente informativo. Me destaqué en las entrevistas debido a cierta capacidad natural de empatía y en los temas de interés humano, pero siempre rondó a mi alrededor el duende, o el demonio, o ambos, de la literatura, espectro al que siempre me ocupé de espantar.

Casi todos mis colegas escribieron alguna novela, algún libro de cuentos, pero yo nunca salté el charco que separa la realidad de la ficción, pese a que todos mis pares me instaban y aún siguen impulsándome a hacerlo. 

Y ahora, en este villorrio celta, esta amable dama irlandesa aún virgen a los 80, sin saber ni siquiera mi nombre y mi apellido, me hace un comentario aparentemente inocente que toca de lleno mi pobre alma atribulada.

-Sospecho que debo serlo, Milly, ya que me he pasado, y me paso, la vida escribiendo, pero la literatura es una vara muy alta, prefiero intentarlo cuando este mejor preparado, le respondí con amabilidad mientras le rogaba a Dios que la haga cambiar pronto de tema, hacia otro menos personal, y más banal.

Joe, que conoce mi biografía mejor que yo y supo ser un excelente jugador de rugby en su lozanía, salió a bloquearla para evitar que la dama me taclee sin compasión:

-Milly, hemos venido a verla porque nos interesaría mucho conocer su archivo de fotos y artículos periodísticos, nos han dicho que es muy completo. Mi colega -dijo señalándome a mí- y su ayudante, el señor Collins –omitiendo deliberadamente su condición de oficial federal- están ansiosos por conocer ese material, ellos están interesados en la historia del pueblo.

Mintió, pero era necesario si queríamos que la dama confiara en nosotros. Las cosas habían cambiado radicalmente en las últimas 24 horas. Si Carmel estaba aquí en Greenbrae, y la sonrisa permanente de Milly podía ser una evidencia de ello, seguramente ya habría tomado contacto con él, y era muy probable que supiera que la ley lo buscaba en Estados Unidos y por extensión en Europa y el resto del mundo, por ello era importante no ponerla sobre aviso con la presencia de un USMarshal como lo era Collins. 

Lo habíamos hablado con él y estuvo cien por ciento de acuerdo en camuflarse como un simple e inocente asistente. 

Joe, que había pensado en ello, se había encargado ya de alertar a los memoriosos Liam y Derek. Solo nos faltaba el director del diario, O’Flaherty, pero descartábamos que vendría al convite ya que casi nunca visitaba la casa de Milly.

Hasta esa tarde.

Milly sirvió el té, un rotundo Earl Grey con reminiscencias de aromáticas bergamotas, en una esplendida porcelana del siglo XIX, cuando unos golpes anunciaron la llegada de una visita. 

Collins, Joe, Liam y yo nos pusimos en alerta roja mientras veíamos a la anfitriona caminando resuelta hacia la puerta.

En segundos, Collins corrió hacia ella y, con un impecable paso de baile, le cortó amablemente el camino mientras le decía:

-Disculpe, Milly, pero estamos esperando a un amigo que se retrasó.

Lo dijo sin saber siquiera de quién se trataba.

Milly se hizo a un lado para dejarlo pasar y Collins abrió la puerta como si fuera el dueño de casa.

Todos nos pusimos de pie mirando hacia la puerta, aguantando la respiración y rogando que sea Derek con más flores, o Seamus, el tabernero, trayendo cervezas, pero que fuera cualquiera mientras sea conocido nuestro. Incluso estábamos preparados para que el visitante no sea otro que el mismísimo Carmel.

Fueron segundos de angustia reprimida, de silencio sepulcral, segundos de corazones detenidos entre dos latidos, hasta que Collins abrió la puerta de par en par y vimos de quién se trataba.

- ¡Patrick O’Flaherty III…! ¡Qué sorpresa!, exclamó el joven sargento de los Marshals.

Confieso que jamás vi a Stephen Collins tan efusivo, cariñoso y demostrativo…solo le faltaba entonar en gaélico una canción de bienvenida, pero lo que más me impactó fue cuando remató su saludo diciendo, gritando eufórico:

¡Cead mile failte…!, 

Aliviados, todos coreamos a viva voz:

¡Cead mile failte…!

De inmediato, Collins tomó del brazo al editor, que no salía de su estupor, y se fue con él hacia afuera de la casa, no sin antes decirle a Milly, que lo miraba estupefacta:

-Tengo algo personal que discutir con él, ahora se lo traigo de vuelta.

-Qué hombre tan simpático este Collins… ¿Verdad?...parece el dueño de casa, dijo Milly, regresando a la mesa.

Todos asentimos algo transpirados y con taquicardia y nos sentamos a seguir con nuestro Earl Grey con los bollitos de miel que había traído Liam.
Minutos después, Collins y O’Flaherty entraron en la casa y se sentaron a la mesa. El sargento se sentó a mi lado, por lo que no pude resistir preguntarle por lo bajo y aprovechando una salida de Milly hacia la cocina, qué le había dicho a director del diario.

-Le pedí que no revelara mi condición de agente federal, pero no le mencioné nuestras sospechas acerca de Carmel. Me dijo que confiara en él.

-Tomemos eso con pinzas Steve, no olvidemos que es el director de un diario, agregué..

O’Flaherty se había auto invitado para traernos la prometida carpeta con los archivos periodísticos de la sospechosa desaparición de una familia cuyo pequeño hijo había denunciado por impropios tocamientos a Cian Flanagan, el cardenal Mulligan para nosotros, investigación que llevó a la muerte al periodista británico Desmond Williams, un abstemio consumado que, estando inexplicablemente borracho, murió al desbarrancarse con su auto en plena noche por el traicionero desfiladero de un acantilado.

-¿Alguna novedad director?, le pregunté, y meneando la cabeza dijo:

-Sin novedad en el frente, por ahora.

En ese momento, Milly, quien había salido brevemente de la sala, volvía a entrar al centro de la escena, cargando una gran caja de cartón en sus brazos, y la puso sobre una pequeña mesa de café del living.

Nos levantamos de la mesa y nos sentamos en derredor de la caja y, frente a ella, presidiendo la ceremonia como una sacerdotisa o “chamana” de una ancestral tribu celta, se apostó la dueña de los recuerdos de las quinientas almas que conforman la población total de ese pequeño villorrio.

Con actitud ceremoniosa abrió esa Caja de Pandora, dejando al descubierto su contenido: cientos de fotografías y recortes de diarios y revistas de todas las épocas imaginables, amarillentas y elocuentes, prolijamente apiladas en dos montones, una historia gráfica de la pequeña aldea de los tiempos posteriores al daguerrotipo.

La mayoría de las fotografías mostraban personas en distintas circunstancias, acompañados de sus familiares y amigos. 

Muchas eran de acontecimientos sociales e institucionales que seguramente habían sido relevantes para su época, pero no agregaban nada nuevo a nuestra pesquisa. 

Algunas mostraban elegantes señores con levitas y trajes de etiqueta, otras a militares y policías enfundados en sus entorchados uniformes, presidiendo ceremonias publicas en el pueblo. 

Cada una de las imágenes nos era prolijamente comentada por Milly, quien, además, había agregado, de su puño y letra, un epígrafe al dorso de la imagen, con una sucinta información del evento o circunstancia del evento.

Nuestra apuesta más fuerte iba por la posibilidad que, entre tanta imagen entreverada, tanta historia fotografiada, apareciera, casi por arte de magia o milagro de Dios, alguna foto de la familia Flanagan incluyendo, por supuesto, a los hermanitos Cian y Carmel, aunque presentíamos que, seguramente, si los senderos del amor efectivamente se cruzaron como nosotros suponíamos, cualquier imagen de ambos jóvenes, pero muy especialmente la del bendito Carmel, no estaría en esa caja sino, casi oculta y a muy buen resguardo, en algún sitio más seguro de la casa, como podía ser el dormitorio de la “niña” MacFanon. 

Incluso hasta imaginábamos una pequeña fotografía de un joven Carmel, de los tiempos de su prohibido noviazgo con la joven Milly, preservada en un primoroso y pequeño portarretratos, apoyado como en un altar, sobre su mesa de noche.

La eventual ausencia de imágenes de los Flanagan bien podía ser indicio de que Milly sabía perfectamente la historia delictiva de Carmel y el peligro que él corría si era descubierto, ya sea por la policía de Greenbrae o la de Nueva York.

Casi habíamos terminado de ver las fotos y consultar los recortes periodísticos sin que apareciera una primicia rutilante entre tanta foto sepia.
Milly recogió las fotografías y las acomodó como estaban dentro de la caja de cartón junto a los recortes de diarios.

Yo no quería irme de ahí con las manos vacías, Collins y Joe menos, así que resolví entrar con mis preguntas directas:

-Milly, ¿Conoció usted a la familia Flanagan?

La mujer se puso tensa y en guardia ante mi pregunta y hasta pareció congelarse en el sitio en donde se encontraba, clavándome sus ojos como el tigre que está a punto de saltar sobre su presa. 

Parecía no poder articular palabra y aquella diáfana sonrisa con la que nos había recibido se esfumó inmediatamente de sus labios que adoptaron una agria mueca de clara incomodidad. 

O’Flaherty entendió lo que pasaba y tomó intervención para salvarme del naufragio:

-Milly, este gentil señor americano supo de la historia de los Flanagan, en especial de Cian, el hijo sacerdote, en América y viajó especialmente a Greenbrae por encargo de sus jefes. No lo guía la mala intención sino la lógica curiosidad de un periodista haciendo su trabajo.

La oportuna intervención del director del diario pareció distender mínimamente el rictus de Milly quien solo atinó a murmurar una respuesta que nos sonó a todos como una estruendosa excusa:

-Sé lo que todos saben. Que era un sacerdote de nuestra iglesia y que un día se marchó porque todos hablaban mal de él. Es lo único que sé.
Entonces fui por más:

-Y sobre su hermano Carmel ¿llego usted a conocerlo?, pregunté eligiendo cada palabras con sumo cuidado pero tensando otra vez la cuerda y esperando el momento en que me echaría de su casa.

-No llegué a conocerlo, se marchó del pueblo cuando yo todavía era una niña. Sé que era una muy buena persona, que la gente lo quería, lo apreciaba por su buena voluntad. Eso decía la gente del pueblo, le repito: yo era tan solo una niña. 

-Alguien me dijo que ustedes eran amigos, insistí, y ella me devolvió la estocada con otra pregunta, esta vez mirando fijamente a O’Flaherty:

-¿Quién le dijo?

-Un pajarito, respondí con una leve sonrisa que ella pareció acusar volviendo a medio sonreír.

-Bueno, le diré que ese “pajarito” le mintió. Insisto, yo era muy chica para tener trato con un hombre mayor como era él, dijo sin dejar de mirar a O’Flaherty, que no sabia hacia dónde dirigir su mirada.

Mientras esto ocurría, Joe estaba en absoluto silencio, observando cómo se desenvolvía la escena. 

El periodista irlandés parecía concentrado en un florero que estaba sobre la chimenea. Dentro de la vasija florecía una espléndida orquídea cuya flor rememoraba el zapato de una dama medieval, como más tarde me enteraría.

En la primera pausa en mis preguntas, el escriba irlandés salió nuevamente al ruedo a lidiar con el toro:

-Milly, qué hermosa flor tiene en ese florero ¿Es una orquídea…no es así? ¿Dónde la consiguió?

La mujer pareció encontrar una tregua y aliviada por la aparentemente inocente pregunta de su coterráneo, explicó:

-La encontré en las afueras del pueblo, estaba en un arroyo que corre hacia las sierras donde crecen a montones, pero es muy difícil encontrarlas, no me pregunte dónde está ese arroyo porque no sabría decírselo.

-Gracias por la explicación Milly, es una hermosa flor.

La mujer continuó hablando de la aldea y sus flores. En eso estábamos cuando Joe me pasó un pedazo de papel con un breve mensaje. Tomé el recado y leī: 

“Ella miente”.

Miré a Joe y este asintió con su cabeza. Entonces entendí que debíamos marcharnos.

Fingimos una reunión, agradecimos el té y nos despedimos. Cuando llegó el turno de saludarnos, Milly rehusó elegantemente darme su mano y se limitó a mirarme con una expresión de rechazo.

-Espero que encuentre lo que está buscando, me dijo al marcharme. Más que una expresión de buenos deseos me sonó a una sentencia de muerte. Lo único que debía hacer la “señorita” para disponer mi eliminación era decírselo a su novio, y en cuestión de horas yo sería un cadáver más en la morgue de Greenbrae.

Salimos de la casa de MIlly y O’Flaherty, quien lucía como si hubiera recibido una paliza, me dio la carpeta y me dijo seriamente:

-Me parece que metiste el dedo en la llaga pero no puedo decirte más.

-Aunque perjure que nunca lo revelará, usted sabe que todo esto tiene que ver con Carmel, empezando por su pertinaz soltería.

El director me miró sin responder pero como si supiera que yo estaba diciendo la verdad.

-Los veo mañana, y se despidió acompañado de Liam quien a poco de partir le comentó:

-Me parece que la ocasión bien merece unas cervezas en lo de Seamus…

-Lo lamento, Liam, pero usted sabe bien que no bebo…
 

-No se haga problema, a mi no me molesta…

Los vimos irse y con Joe y Collins iniciamos el regreso a nuestra temporaria casa. Entonces le pregunté sobre el mensaje:

-¿Cómo supiste que estaba mintiendo?

-¿Reparaste en la orquídea sobre la cual le pregunté?

-Reparé en esa flor cuando escuché tu pregunta.

-Bueno, hace unos años tuve que escribir una serie de artículos sobre la flora de Irlanda. La flor que está en ese florero es una orquídea conocida como “zapatito de dama”, por la forma, su nombre científico es “Cypripedium Calceolus”. 
Esa variedad no es oriunda de Irlanda. No crece en este país. Es más, es imposible encontrar una sola de esas flores en esta región. Me lo explicaron expertos en botánica. 

-Toda esa historia acerca de que encontró la flor en un arroyo cerca de la sierra, es absolutamente falsa. Nos mintió, como mintió con su no relación con Carmel Flanagan. Pero eso no es todo.

-¿Qué más?, pregunté ansioso.

-Esa orquídea es propia de los bosques de pinos del Noreste de los Estados Unidos, o sea, donde suele merodear Carmel. Ahora te pregunto: ¿dos más dos..?

-¡Recuerdo de las Cataratas del Niágara…! respondí riendo.

-Algo por el estilo. Quiero decirte que, después de esta visita, estoy más seguro de que Carmel está aquí en Greenbrae, quizás está escondido en la propia casa de Milly.

Collins asintió:

-Yo tengo la misma impresión, además, pienso que si averiguamos la probable fecha de la partida de Carmel y cotejamos su edad con la edad que Milly tenia en ese momento, nos dirá seguramente que ella no era tan “niña” cuando él vivía aquí y que, en realidad, estaba en edad de tener una relación amorosa con él, probablemente, de adolescente.

-Una relación al fin, dijo Joe y yo agregué:

-Y si establecemos una guardia sobre la casa de Milly, hasta podríamos confirmar si alguien la está visitando…por ejemplo el gemelo de nuestro honorable cardenal Mulligan. ¿Alguien recuerda qué hay frente a la casa de Milly?.

Collins, con su memoria fotográfica de detective, apuntó:

-Enfrente exactamente hay un par de casas y una casa de artículos para coser y tejer, en diagonal, ya en la otra cuadra, tenemos la taberna O’Sheas, que no nos sirve para espiar. A una cuadra está el diario y tampoco nos sirve. Creo que tenemos que vigilar especialmente la retaguardia, la parte de atrás de la casa. No creo que, si Carmel está aquí, vaya a arriesgarse a que alguien lo vea entrar por la puerta principal de la casa de una solterona. El tipo va a entrar por la puerta de atrás y seguramente disfrazado.

-Me parece un correctísimo análisis Steve, dije y, mirando a Joe, propuse volver a casa para hablar con el teniente Valdez de nuestras ultimas novedades.
El día no terminaba y yo no dejaba de pensar en Lucy y su mensaje onírico enviado a través del Atlántico que, más o menos, decía:

“Cuídate de Carmel mi amor”

(Continuará)

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