HISTORIAS AMERICANAS

Encuéntrame en tus sueños (14ta parte. Otra vez será)

En Nueva Jersey, buscan a Lady Sax, para una impostada entrevista en procura de acercarse al esclarecimiento de la muerte de Norman Blake.
domingo, 9 de marzo de 2025 · 16:52

Mientras me preparaba para nuestro encuentro con Lucinda do Amaranto da Silva o Lady Sax, tal y como se la conoce en la noche de Nueva Jersey, en la noche de los Estados Unidos, en la noche del mundo entero donde hay gente que no duda en viajar miles de millas y gastar miles de dólares solo para verla, según creo, tocar el saxo.

Hasta aquí llega mi conocimiento del caso, porque el “gordo” se rehúsa, de manera absolutamente pertinaz, a darme detalles de la performance que semanalmente despliega esta mujer en el cabaret-teatro underground-bar de solitarios Belle de Jour. Confieso que mi imaginación vuela como un cohete Saturno V a la Luna.

-Gordo, ¿me podes decir en qué consiste el numero final de Lucy? ¿Qué carajo hace con el saxo? Enésimo requerimiento, repleto de ratones de todos los tamaños y colores, a mi compañero.

-Ya verás. Lacónica respuesta de éste con sonrisa picaresca incluida.

Ya chequeé mis herramientas para entrevistas: un bloc de notas, un par de bolígrafos, el grabador con pilas y “cassettes” nuevos para garantizarme el oportuno “backup’ de lo que se diga y, fundamentalmente, el elemento más importante de todos los recursos con los que debe contar un periodista: la curiosidad.

Desde que volvimos de la Biblioteca no he dejado ni un solo minuto de pensar en Lucy. La curiosidad me acorrala, de día y de noche. Las únicas fotografías de que disponemos son las de la revista de chismes que encontré en el archivo de la agencia de noticias y esas imágenes fueron tomadas varios años atrás. Supongo que la vida debe haberla cambiado dramáticamente desde entonces.

El “gordo” no la conoció personalmente, ya que la breve relación que ella mantuvo con Norman ocurrió mucho antes de que Sam lo contratara para tocar en su club de jazz. Tampoco Rosalyn la vio alguna vez. Pero ambos supieron, por distintas fuentes, del odio de Lucy hacia Norman.

A lo largo de mi carrera he entrevistado a singulares personalidades, desde presidentes y reyes a artistas inigualables, pero muy pocas veces he sentido lo que estoy sintiendo en este momento, antes de mi encuentro con esta mujer que, sospechamos, podría haber tenido algo que ver con la muerte de Norman Blake.

¿Cómo vive? ¿Habrá encontrado en otra persona el amor que buscaba en Norman? ¿Seguirá su corazón inundado de odio hacia el hombre que no tuvo el valor de confesarle su verdad? Y la más difícil de responder: ¿Mató ella a Norman Blake con una inyección de “curare”?.

En lo personal, no podía evitar sentir por ella cierta compasión, que provenía de una natural empatía hacia el más débil.

Pero había algo más. A esto se sumaban cerca de una docena de viajes que hice en mi juventud a Brasil, en los que aprendí a amar a ese pueblo maravilloso, su música y su cultura. En ese país exuberante y sensual viví la que quizás haya sido la más hermosa historia de amor de mi temprana vida, con una bella brasileña que nunca olvidaría. De alguna manera, se podía decir que yo conocía a la joven Lucinda.

Por esa misma razón, no podía dejar de verla como lo que fue, pero más por lo que ahora era: una chica de un pueblito rural del norte de Brasil, que se crió jugando con niños aborígenes del Amazonas en un sitio plagado de naturaleza, con comidas de exóticos y extraños nombres como “Pirarucu de Casaca”, “Pato no Tucupi” o “Tacacá”, Una chica que un día decidió emigrar a los Estados Unidos, país áspero y difícil para mudarse sin permiso si los hay, en busca de un sueño ¿El sueño americano tal vez?

Un país donde conoció a un artista superlativo, un hombre tan generoso como singular del cual se terminó enamorando perdidamente para ser finalmente abandonada a su suerte, ahogada entre el despecho, el rechazo y el resentimiento.

Me dolía pensar que esa ilusión de convertirse en una gran artista se le haya ido achicando hasta quedar reducida a una repetida y rutinaria actuación en un decadente cabaret de Nueva Jersey ante decenas de imbéciles borrachos, en su gran mayoría, fracasados impotentes que lo único que saben hacer es vomitarle procacidades a estas chicas, escupiéndoles denigrantes insultos mezclados con alusiones a alguna parte de sus cuerpos.

Al terminar la noche, estos tipos regresan a sus casas para desquitarse a golpes o sexo sucio con sus desdichadas esposas. La versión americana del antiguo dicho árabe: “Cuando regreses a tu casa pégale a tu mujer. Tú no sabes porqué, pero ella sí”.

Lo peor de todo esto es que, una vez cada cuatro años, estas bestias eligen al presidente.

Algo en mí se inclinaba más por la hipótesis de Rosalyn que sostenía con seguridad que a Norman lo mataron por lo que estaba investigando. Alguien quería sacarlo del juego y destruir lo que estaba armando que, por supuesto a esa altura de la historia, los tres seguíamos sin saber de qué se trataba.

En ese marco ¿Cómo encaja Lucy y su tremebundo odio hacia Norman con su experiencia de vida con los pueblos indígenas que usaban “curare”, la droga que mató al pianista, para cazar monos para la cena? En un principio nos pareció que ella parecía haber tenido el motivo y, muy probablemente, el medio también, no así la oportunidad, pero no estábamos tan seguros.

Yo no perdía de vista que, por la autopsia y el estudio de los rastros en la escena del crimen de Norman, las sospechas apuntaban a un criminal de gran tamaño, contextura atlética y corpulencia. Una persona de sexo masculino con una tremenda fuerza, capaz de estrangular a Susan Blake con una sola mano, como aparentemente lo hizo.

Entonces, ¿Cómo encaja Lucy en este escenario?.

-¿Estás listo? Me dijo el “gordo” Sam tomando mi abrigo del perchero y arrojándomelo. Luego tomó el suyo, las llaves de su automóvil, un bolso de fotografía con las cámaras y salió diciendo:

-Tenemos que ir ahora, vamos a tomar el túnel Lincoln, cruzamos el rio Hudson y entramos en Union City. Luego seguimos a Hoboken, el barrio de Sinatra, y de ahí a Jersey City. Con suerte llegamos justo para el número estelar.

-¡Por fin, voy a develar el gran misterio de esta chica!, exclamé.

-Veremos, dijo el “gordo”.

-¿Avisaste a los del cabaret que tenemos una cita con ella?, pregunté.

-Si, está todo arreglado, se mostraron muy dispuestos porque parece que la chica está media floja de promoción.

-No entiendo, lleva años haciendo la misma rutina, según dicen, “a sala llena” ¿No se cansa el público?

-“La audiencia siempre se renueva”, dijo Sam parafraseando a quién sabe quién.

-Vamos a ver qué pasa cuando en la entrevista yo saque el tema de Norman, advertí.

-Yo no me preocuparía, a lo sumo Lucy saca un revolver y tenemos un tercer cadáver, dijo riendo.

-O un cuarto, si es de las que suelen repetir las cosas, agregué y “gordo” dejó de sonreir.

Salimos del club y el “gordo” tomó Broadway hacia el sur de la ciudad. Era de noche y el tráfico parecía más normal que de costumbre. Una fresca noche con miles de estrellas titilando sobre nuestras cabezas. Tomamos por la 8va avenida y luego la calle 44 hacia el Este. Al pasar frente al Birdland Jazz Club no pude evitar pensar en los trágicos finales de genios como Charlie Parker, Bill Evans y, por supuesto, Norman Blake.

-“El jazz es un permanente juego entre la vida y la muerte”, repetí en voz alta mi consabida frase del saxofonista Wayne Shorter.

-Le habían ofrecido a Norman una temporada en el Birdland –dijo el “gordo”- Hasta le habían conseguido dos músicos de primera línea para armar un trío. Había un buen dinero y él estaba muy emocionado con esa posibilidad, pero finalmente todo se fue directo al retrete.

En silencio, cruzamos por debajo del río Hudson hacia Nueva Jersey.

A medida que el tiempo pasaba, mi mente armaba y desarmaba diversos escenarios. Pensaba en Lucy y sus posibles reacciones ante mis preguntas. Pensaba en el cabaret, si habría guardaespaldas vigilándonos para echarnos si ella hacía un simple ademán. Pensaba en nuestros propios roles. Se suponía que iríamos a una entrevista periodística, por lo general de tono complaciente, no a un interrogatorio policial.

Tendría que usar toda mi experiencia en entrevistar a personajes hostiles que no quieren hablar. Tendría que crear entre ella y yo un “feedback” de simpatía y empatía que la hiciese sentir segura y que hiciera parecer mis preguntas como una amable plática entre amigos. Todo esto con alguien a quien nunca había visto en persona y cuya única imagen que tenía era la de una jovencita en una vieja revista de chismes y chicas desnudas.

Entramos en Jersey City y luego de unos minutos llegamos a nuestro destino en un distrito industrial de galpones y depósitos antiguos. En ese inhóspito lugar, hogar de la gente sin hogar, a la hora en la que estábamos lo único que parecía estar con vida era el cartel del cabaret con sus letras de neón del local titilando acompasadamente: “Belle de Jour”…“Belle de Jour”…“Belle de Jour”…en francés “Belleza de Día”.

Una obvia mención a la película de 1967 del cineasta español Luis Buñuel que llevaba ese nombre, en la que la bella Catherine Deneuve encarna a una joven ama de casa que en sus tardes se convierte en prostituta de clase alta, mientras su marido está en el trabajo. Toda una alegoría.

Estacionamos donde pudimos entre una marea de automóviles de todas las marcas y modelos, pero fundamentalmente, según observamos al bajar, un extenso muestrario de licencias de los cincuenta estados de la Unión. Había allí automóviles de Oregon, California, Utah, las Dakotas, las Carolinas y hasta alguno de Alaska y otro de Hawaii.

-Con toda esta gente aquí reunida y con buena voluntad, se podría arreglar el país en una noche, pensé el voz alta.

-O conducirlo hacia el estrago, agregó el “gordo”.

Llegamos hasta la puerta donde lo que parecía ser un armario de taller mecánico metido dentro de un traje Armani oficiaba de portero, guardia de seguridad y relacionista público, encargado de echar a patadas a cualquiera que se pase de la raya.

Le dijimos que teníamos una cita con Lady Sax al terminar su actuación. El gorila sacó de su cinturón un pequeño “walkie-talkie”, murmuró algo que nos sonó totalmente ininteligible y pareció asentir, Nos miró de arriba abajo como quien mira a dos cucarachas muertas y farfulló secamente, señalando el final del salón:

-Camarín…derecha…escenario.

-Perdón…no entiendo ¿El show ya terminó? ¿Y el número final? pregunté con lógica y absolutamente justificada curiosidad.

-Terminó antes, volvió el gorila a farfullar mientras nos franqueaba la entrada.

Lo miré al “gordo” y éste reprimió una risita, luego puso su mano en mi hombro, me dio un par de palmaditas y, con su tono mas paternal, cerró la escena con una de sus inefables frases magistrales:

-Otra vez será.

(Continuará)

Mantenete informado todo el día. Escuchá AM550 La Primera aquí

Seguinos por la tele, en CN247 aquí

Comentarios