Cada 3 de mayo, miles de argentinos celebran con devoción uno de los platos más populares del país: la milanesa. Versátil, rendidora y profundamente arraigada en el corazón de los hogares, este manjar tiene una historia que se remonta a la Europa medieval y una evolución que la convirtió en un verdadero emblema de la cocina argentina. Pero, ¿de dónde viene realmente? ¿Es italiana, austríaca... o simplemente argentina?
Un origen disputado: entre Viena y Milán
El debate sobre el origen de la milanesa ha cruzado fronteras y generaciones. Por un lado, los austríacos aseguran que su "Wiener Schnitzel" —un filete de carne vacuna o de ternera empanado y frito— ya era consumido por la nobleza vienesa desde el siglo XIX. Algunos incluso remontan su origen al siglo XV.
Pero los italianos no se quedan atrás. En la región de Lombardía, y especialmente en Milán, existía desde al menos el siglo XII un plato llamado cotoletta alla milanese: un corte de ternera cocinado con manteca, empanado y dorado, que era consumido por la aristocracia como símbolo de refinamiento.
La receta, con sus variaciones, fue adoptada por diferentes clases sociales a lo largo del tiempo, pero inicialmente estaba reservada para las élites. En una época donde el empanado era sinónimo de lujo (ya que permitía conservar mejor la carne y requería huevos y pan rallado), la cotoletta no era una comida de todos los días.
El salto transatlántico: de inmigrante a clásico argentino
Con la llegada masiva de inmigrantes europeos a la Argentina entre fines del siglo XIX y principios del XX, las recetas italianas y centroeuropeas cruzaron el Atlántico y se adaptaron a los ingredientes y costumbres locales. Así nació la milanesa argentina, una fusión de tradiciones que encontró su lugar en los hogares de clase trabajadora por ser económica, fácil de preparar y muy rendidora.
Aquí, la receta se popularizó con carne de vaca —en especial la nalga o la cuadrada—, se combinó con papas fritas o puré y hasta se reinventó en versiones como la napolitana, con salsa de tomate, jamón y queso. Así, lo que empezó como un lujo europeo, se convirtió en la comida de todos los días del argentino promedio.
Hoy, la milanesa no entiende de clases ni de edades: se come en bodegones, se sirve en restaurantes gourmet, se mete en sandwiches para el trabajo o en viandas escolares, y hasta tiene su día propio.Y no es para menos: a lo largo de generaciones, logró lo que pocos platos pueden hacer: unir a todos en torno a un bocado simple pero delicioso.