PANDEMIA Y VIOLENCIA

Javi, el "trolo" que sobrevivió a los golpes de la policía

Otro caso de abuso policial. Esta vez fue en Río Gallegos, en plena cuarentena y con ribetes de discriminación grotescos.
sábado, 6 de junio de 2020 · 18:33

Javi tiene 27 años, y un problema del que ocuparse: cómo enfrentar a la policía sin morir en el intento. No es el primer caso, ni será el último: el caso de Javi fue en Río Gallegos, pero podría haber sucedido en cualquier otra ciudad del país. La historia hablará del maltrato policial, del abuso, de la “maldita policía”.

Javi salió de la casa de su madre, el 1 de mayo, en plena cuarentena, a las tres de la mañana, para ir a su propia casa, que queda a unas pocas cuadras, en el barrio Evita de Río Gallegos.

Caminaba bajo las frías estrellas del cielo santacruceño, cuando la policía lo detuvo. Estaba violando la cuarentena. No se podía andar a la madrugada caminando tranquilamente por la calle en medio de la pandemia de coronavirus.

“Yo salí de la casa de mi mamá, a la que estaba cuidando, hacia la mía, que queda a cinco cuadras. Una Traffic de la Infantería de la Policía se detiene a mi lado y me cargan en el vehículo. Ante mi insistencia en por qué me llevaban, empezaron a reírse de cómo hablaba y a decirme trolo, maricón y cosas por el estilo. Me esposaron y luego me metieron en un lugar que era como el quincho de la comisaría sexta”, le cuenta ahora Javi a la agencia oficial de noticias Telam.

No se acuerda de mucho, pero se acuerda todo. Por ejemplo, de los ojos de uno de los policías que lo pateó en la cara. Se acuerda también de una mujer uniformada que pasaba y le daba patadas en las costillas a cada pasada. Estuvo mucho tiempo en el suelo de la comisaría, sin zapatillas ni medias, sufriendo esta curiosa disciplina impuesta contra quienes violan la cuarentena.

“Prepará la cola si te llevamos con los otros presos”, le decían. Javi, ya en el calabozo, tuvo frío y miedo. Solo lo sacaron de allí cuando accedió a firmar los papeles que le habían pedido al principio que firmara. Cuando pidió llamar por teléfono porque tenía “ese derecho”, le contestaron “vos ves muchas películas”. No pudo llamar, por ende.

Un médico le dedicó un vistazo, a distancia (ah…el coronavirus), y lo dejaron ir.

Al día siguiente, después de ser atendido en el hospital regional acompañado de sus familiares, hizo la denuncia en la misma comisaría “sin los certificados, porque en el centro de salud los dan únicamente cuando los pida un juez”.

Fue operado dos veces en el maxilar izquierdo y aún tiene los puntos de la última intervención, en un sanatorio privado.

Quiere que el hecho que sufrió se haga público. Piensa que es la única manera de que se le pase el miedo a él y a su familia. “Uno no sabe cómo actuar. No tengo ni un solo antecedente malo. Agradezco a la gente del Inadi y de Derechos Humanos porque me asesoraron bien. También me ayudó el secretario del ministro de Seguridad provincial”, dijo a la agencia noticiosa.

Todavía no pasó nada. La justicia puede llegar a tramitar la causa, sobre todo después del reportaje que este sábado comenzó a circular por todo el país. La policía de la comisaría de Río Gallegos no ha iniciado siquiera un sumario administrativo, pero de seguro lo hará.

Tal vez eso no sea lo más importante. Tal vez sea necesario entender que trasgredir una norma no da derecho a avasallar derechos humanos. Como antes. Como siempre, en este país al que le cuesta tanto entender el respeto.

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